Capítulo 19

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JANNETTE

Mis párpados no aguantaban más cerrados. Fue como si me inyectaran una dosis concentrada de cafeína, que me despertó por completo en menos de lo que canta un gallo. Allí me esperaba ella. Sentada en una silla plegable de metal que no parecía muy cómoda, se limaba las uñas aburrida.

-¿Ma-mamá?- pregunté tartamudeando. ¿Cómo podía ser posible? Se la veía cambiada, diferente. No vestía su traje de Prada, ni llevaba su maletín de Gucci; llevaba puestos unos muy desgastados vaqueros, vintage como las chicas de mi instituto dirían (mentira, esos pantalones merecían un buen puesto en el cubo de la basura), y una camisa a cuadros de aspecto similar a los vaqueros, rota y desgastada. De su pelo no podía decirse nada mejor.

-Vaya, vaya, vaya... Que tenemos aquí. La princesita por fin se ha despertado.- dijo sin dejar de perfeccionarse las uñas

-Mamá, ¿Estás bien?- pregunté algo asustada. A parte de su aspecto desgreñado, su actitud había dado un giro radical también. Ya no era la madre sumisa o borracha, era infantil y malvada, podía ver ese brillo de astucia traviesa y peligrosa en sus ojos, perfilados escandalosamente con negro.

- Cariño, que ingenua eres. Mejor deberías preguntar si  estas bien- dijo remarcando el "tú".

Intenté levantarme, aunque poco conseguí. Unas cadenas viejas y oxidadas me sujetaban las muñecas a los lados, incrustadas en las paredes de hormigón. Por primera vez desde que hube abierto los ojos, me fijé bien en la sala. No podía medir más de cuatro metros cuadrados, y estaba cubierta completamente de hormigón, aunque los graffitis adornaban las paredes, y parecían antiguos y desgastados.

- Con que  vuestros poderes por fin salen a la luz... Quince años.- dijo. Parecía enfadada. La miré extrañada.- Quince agotadores, tediosos y aburridos años, buscando un rastro, aunque fuese mínimo de los cuatro dioses desterrados que no se dejaban ver por ningún lado.

-¿Desterrados?- pregunté. Ella continuó sin prestarme atención.

- Buscando de un lado para otro, camuflando los viajes de búsqueda en los de trabajo, noches enteras de borrachera por culpa del fracaso... ¿Y lo más gracioso? Es mi propia hija. Mi propia hija es una de ellos y no me había dado cuenta.

-¿Mamá de que hablas?- cuestioné. Me estaba empezando a asustar.

- Aunque como puedes ver, mi falta de percepción ha sido castigada. Ahora tengo que vigilarte hasta que los jefes vengan a buscarte. Dicen que eres la más peligrosa de todos- Bufó aburrida- Pero tranquila, tu tampoco saldrás ilesa. Os extraerán toda vuestra esencia. Hasta la última gota, como si fuerais trapos mojados- Hizo un gesto, como si exprimiera algo- Y yo por fin obtendré mi recompensa.

Un suave pitido sonó, no creo que mi madre se diera cuenta, y pocos segundos después la sala se estremeció levemente, por lo que ella se alarmó. Tenía la impresión que no quería que me diese cuenta de algo. Me hice la tonta por si acaso.

Entonces me di cuenta. Mi madre acababa de traicionarme, a mí y a todo lo que yo era. Ya no iba a ser la madre buena y responsable de día, y ebria y deprimida de noche, a la que le gustaba su trabajo -o al menos eso creía hasta ahora- y que se ocupaba más de su dinero que de su hija. Siendo todo eso, me ponía nerviosa y me decepcionaba, pero era mi madre. Al menos era eso. Ahora ya no sería mi madre más, no después de lo que me había contado. Pero no iba a desmoronarme, no delante de ella. No se merecía ni una sola lágrima mía.

Pero de momento había que disimular.

-Mmh- dijo ella sin levantar la vista de sus uñas.

- Tengo frío- dije con la vocecita más dulce que me salió. Tenía que intentar apelar a su lado materno, tenía que seguir en algún recóndito lugar dentro de su alma.

Los Guardianes de los Cuatro Elementos ©Where stories live. Discover now