Capítulo 25

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RICK

Llegamos al ocaso. La luz anaranjada bañaba el parque en tonos áureos y dorados, a nuestro paso podía observar la silueta de los árboles, que se iba recortando a lo lejos sobre el fondo urbano de Nueva York.

Seguimos avanzando durante un tiempo, hasta que la luz del atardecer se había evaporado, siendo sustituida por la luz plateada que nos brindaba la luna. No llevaba la cuenta de cuantas vueltas en círculos habíamos dado ya, pero podía asegurar que no eran pocas. La búsqueda empezaba a hacerse tediosa y exasperante, incluso las Protectoras tenían problemas para hallar la débil señal que emitía la Heredera. Hansel seguía congelado, con la única excepción de que el hielo había decidido extenderse de manera vertiginosa, el hechizo - o lo que los Dioses quisieran que fuera eso - actuaba sobre nuestro compañero con una velocidad que habíamos creído imposible, pero así sucedía. El hielo prácticamente había llegado a sus caderas en apenas unas horas, cuando la estimación de nuestras amigas inmortales afirmaba que no debía de haber avanzado más de unos centímetros.
De repente la marcha se detuvo. El estar enfrascado en mis pensamientos causo un choque de mi parte contra Lily, quién me propinó un buen puñetazo en el hombro. Espera, no solo uno, más bien dos.

-¿Olhia?- pregunté a la pequeña- ¿Tú también?- la niña rio con fuerza, al igual que Lily que la cargaba a hombros.

-Ya hemos llegado- anunció Ann asomándose entre la multitud. Su semblante reflejaba seriedad y angustia, como si apenas tuviera fuerzas para mantenerse en pie.- Hemos encontrado a Marian.

-¿Marian?- exclamamos confusos los tres. Estoy seguro de que nunca había oído ese nombre.

- Exacto- añadió Michelle- La mujer que salvará a Hansel.

***

Esperamos apenas unos minutos, cuando de repente, de entre la espesura de los árboles, la figura de una mujer se materializó. Tenía el cabello de un color anaranjado, tan intenso como la puesta de sol que no hacía demasiado tiempo habíamos visto, y sus ojos eran rojos. No un rojo común, un rojo potente, pasional y asombroso, que irradiaba fuerza y sabiduría, el infinito conocimiento que la mujer, en su delgado y esbelto cuerpo albergaba, demasiado saber en un cuerpo de tan diminutas dimensiones. Su delicada tez de marfil, le daba un aspecto de una veinte añera cualquiera, con falta de melanina, pero común al fin y al cabo. La masa de seres se inclinó en una pronunciada reverencia frente a la mujer, que con una simple inclinación del rostro les indicó que podían incorporarse. Yo, seguido por mis amigos, que miraban extrañados a su alrededor, nos inclinamos  sin saber qué otra cosa hacer.

-Bienvenidos, Guardianes de los Elementos- dijo Marian con una voz seria y solemne.

-Marian, querida- dijo Michelle con el rostro alegre- cuanto tiempo sin saber de ti.

-Efectivamente, Michelle. No he tenido la ocasión de buscarte en tantos años. ¿Cuántos han pasado, doscientos, desde la última vez que hablamos?

-¡O más aún!- exclamó acercándose a la mujer del cabello color fogoso.- Te he echado de menos, hermana- dijo mientras ambas se unían en un cálido abrazo.

¿¡HERMANAS!?


- Exacto, Guardián del fuego, hermanas- aclaró mirándome. Me quedé más que estupefacto.

-¿Cómo... yo... no...?- mi cara debía estar hecha un Picasso en aquel momento. Mi mente no acababa de asimilar la  información. Ambas hermanas estallaron en una sonora carcajada, a la que el resto de protectoras se unieron en menos de lo que canta un gallo.

-Rick, Marian es una de las criaturas más sabias sobre este planeta. Es una mujer centenaria que posee un conocimiento imposible para los mortales. No es más que un simple añadido el hecho de que puede leerte la mente, cuando quiere.

Los Guardianes de los Cuatro Elementos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora