Día 34. Atraco.

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—¡He dicho que pongáis las putas manos detrás de la cabeza, ya!— Se podían escuchar los gritos de los rehenes, sus sollozos eran casi como una nana para el mayor, quien examinaba a todos y cada uno. —Móvil— Extendió su mano a uno de los rehenes y este le miró con pavor. —Dame tu móvil, por favor. 

Quiso por un segundo creer que la belleza de ese pequeño chico de 16 años le habría provocado el impulso de acercarse primero a él, aunque era de los últimos en a fila. O quizás le había estado mirando desde antes del atraco. Desde que hicieron su primer trabajo de reconocimiento. 

—¿E-Eh?...— El pequeño titubeó y sus manos temblaban como gelatina. Se sentía incapaz de reaccionar o siquiera mover un músculo. Como en una especie de limbo. El mayor por otro lado sonrió enternecido ante la escena. Quería consolarle, pero eso le demostraría al resto de la banda y a los demás secuestrados lo débil que él podía ser. 

—Tú móvil, crío— Murmuró el mayor con una sonrisa, mantenía su mano extendida para que el menor le entregara el dispositivo. Cuando le entregó el móvil, sacó una pequeña nota adhesiva y lo miró de nuevo —¿PIN?

—¿P-PIN?...— El castaño no podía pensar, su mente daba muchas vueltas y le dolía la cabeza. Pero la sonrisa del mayor por alguna razón le tranquilizaba —4962...

—Gracias, hermoso.— Luego de anotarlo y entregarle el móvil a otro de los atracadores, Fred miró al pequeño para darle una pequeña caricia a su mejilla. 

El mayor se alejó caminando bajo la atenta mirada del pequeño, quien sentía su corazón latir desenfrenado. Era la primera vez que un hombre tan aterrador le provocaba tanta intriga y le atraía tanto.


[...]

Pasaron días. El joven de azabaches cabellos, a quien se dirigían como N, era el hombre al mando del atraco y curiosamente un egocéntrico empedernido. Freddy pensaba que él padecía delirios de grandeza, ya que se mostraba imponente y a veces muy despectivo contra el resto de los atracadores. El mono rojo era lo único que llevaba puesto, y le molestaba un tanto ya que con cada pequeño roce soltaba un pequeño gemido. Para ninguno de sus compañeros de colegio ahí presentes era un secreto que a ese pequeño le interesaban los hombres. Y mucho menos después de ver la demostración con el atracador al mando. 

Pero aunque Freddy fuera bobo, ingenuo, inocente y muy crédulo, seguía siendo sólo un niño y ellos no permitirían que le lastimaran. Mucho menos Owynn, quien guardaba sentimientos muy reprimidos por el menor a modo de golpes y empujones "inocentes". 

—¡Tú, morocho*!— Uno de los atracadores, con una aterradora y rara cicatriz en su rostro, se le acercó —El patrón quiere verte, niño. Así que mueve las patas.

Freddy casi instintivamente se puso de pie. Siguió al hombre con pinta de narco hasta el despacho del banco y ahí lo vio de nuevo. Sentado en el escritorio mientras arreglaba los anillos y brazaletes en sus manos. 

—Freddy— Cuando el hombre se dio cuenta de su presencia, le pidió al de plateados cabellos que abandonara el lugar y cerrara la puerta para que pudiesen conversar a solas —¿Todo está bien? Estás muy tenso— El azabache no temía en acercarse. Sabía que Freddy no representaría amenaza alguna para él. 

—¿P-P-Para qué me quería?— Murmuró el pequeño en un hilillo de voz, casi como si fuese a caer al suelo inconsciente. Para tranquilizarle, el de mayor estatura acarició sus suaves y abultadas mejillas y rodeó con una de sus grandes y fuertes manos la cintura del más joven. 

30 Days of OTP |Frededdy|Where stories live. Discover now