Día 31. Sin experiencia.

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Freddy y Fred se miraban furtivamente entre clases, sonriéndose tímidamente. Ambos, de 17 años, a pesar de tener personalidades tan distintas, eran totalmente inocentes en los temas del amor. Aquellos menesteres propios de su edad comenzaban a florecer sin que se percatasen, e invadían sus pensamientos con dulces fantasías y cosquilleos en el vientre. 

Al salir del colegio, Fred logró alcanzar a Freddy para tomar un helado. Ambos, entre risas nerviosas y anécdotas graciosas, pasaron su tarde juntos hasta que la noche cayó. 

—Madre mía, se ha hecho tardísimo— Pero antes de que Freddy realizara cualquier movimiento, Fred le tomó por la cintura y unió sus labios en un beso tímido, apenas un ligero roce. 

El primer beso de ambos. 

Al separarse, los pómulos de ambos yacían totalmente sonrojados por la vergüenza, sus cuerpos no parecían responder a sus instrucciones. Pero ambos tenían algo en común. Sonreían irremediablemente, inundados por una gran alegría. 

—¿P-Porqué ha sido eso, Fred?— Murmuró el joven castaño mientras con la yema de sus dedos tanteaba sus dulces y suaves belfos, aún atónito por el repentino acto del azabache.

—¡¿Y-Yo qué sé?! Yo...— Miró a otro lado, avergonzado y apenado —... tenía ganas de probar tus labios desde hace mucho tiempo....— Murmuró casi en un hilillo de voz. —Freddy, tú... llevas gustándome desde el jardín de infantes...

—Fred, yo...— Fue interrumpido.

—Sé que no podría gustarte... pero...— Su voz quedó estancada en su garganta al sentir los brazos del menor rodearle con fuerza y aferrarse a él. —F-Freddy...

—Me gustas, Fred... Siempre me has gustado, bobo— Murmuró con una sonrisa surcando sus labios. Ambos se miraron al separarse del abrazo y unieron sus labios nuevamente. Se movían torpemente, intentando encontrar una sincronía. Pero aún estaban nerviosos, la adrenalina del primer beso había provocado en ellos un éxtasis desconocido. 

—Fred... mi cuerpo se siente raro...— Confesó el castaño con sus mejillas totalmente rojas por la pena. Pero el azabache quedó estático, dando a entender que él estaba en las mismas. 

—El... El mío igual...— Se miraron unos segundos antes de que un fuerte relampagueo interrumpiera el acalorado momento, dando paso a una tormentosa lluvia. Ambos, sin importarles el mojarse, corrieron sin parar hasta llegar al hogar del pelinegro, quien tan pronto como ambos estuvieron dentro, les encerró a piedra y lodo. —Estaremos bien aquí. Mis padres han salido por un viaje de negocios y Gold ha ido a hacer la compra o qué sé yo. 

—¿Tus padres salen mucho de viaje?— Freddy observaba de reojo las fotos que colgaban de los muros de la estancia. Francia, Alemania, Rusia, Polonia. Había fotos de todas partes del mundo ahí colocadas, a plena vista. 

—Cada dos que tres veces al mes. Nunca están en un mismo sitio. Siempre regresan un par de días, pero no lo suficiente.— El joven rió ante aquello. —Ya no recuerdo sus rostros.— El de menor estatura rodeó la cintura del mayor a sus espaldas y se aferró a su cuerpo, como intentando transmitirle todo aquello que temía decir en voz alta.

—Sé lo que se siente no tener a nadie con quien hablar...— Cuidando no asustar al más bajito, Fred se dio vuelta, colocó los brazos de Freddy en su cuello y se unieron en un dulce y acalorado -aunque aún torpe- beso. A topiezos avanzaron a las escaleras, donde se separaron para correr hacia el segundo piso y al cuarto del azabache. 

Ya ahí, Fred cerró bajo llave. Estaban solos, pero quizá en algún momento alguien podría entrar. 

Sin cruzar palabra, sin siquiera mostrar gesto, ambos volvieron a unirse en un beso. Salvaje, necesitado, pero totalmente inexperto de aquellos temas. 

30 Days of OTP |Frededdy|Where stories live. Discover now