1. Un lugar llamado Wando-eup.

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El olor del café recién hecho me alegró la mañana, me ajusté rápidamente la corbata y me encaminé hacia la cocina, Ji Eun me sonrió mientras ya sacaba la leche caliente del micro, me acerqué a ella y besé esos labios con sabor a miel y canela.

Sí, le encantaba la miel, ya sea como ahora untándola en unas simples tostadas, complementándola con alguna comida o sobre algún yogur que comía a media tarde.

Y lo más increíble es que nunca engordaba.

—Buenos días cariño —me saludó alegre mientras tomaba asiento para seguir desayunando.

—Buenos días amor, gracias por prepararme el desayuno.

—Sé que eres dormilón Baekhyun y además te cuesta activarte, y más cuándo hubo fiesta anoche ¿eh?

Yo me reí de su pícaro comentario, definitivamente sabía cómo arrancarme una sonrisa fácilmente e incluso ponerme de buen humor a pesar de que comenzase la semana.

Odiaba los lunes, con toda mi alma, me recordaba lo lejano que quedaba el sábado y me producía nostalgia pensando en el fin de semana pasado, cuando podíamos estar más tiempo juntos.

—Sí bueno, si esta noche no estás muy cansada, podríamos volver a repetir... —le insinué acariciando uno de sus brazos.

—No creo que llegue tarde, hoy me toca pasar consulta todo el día.

¡Oh! ¡Qué fantásticas noticias estaba teniendo esa mañana! ¿Seguro que era lunes?

Ser médico rural como lo era ella tenía cosas buenas y cosas malas. Lo bueno es la cercanía con sus pacientes, la mayoría era gente anciana con sus achaques de la edad, lo malo es que algunos días a la semana debía desplazarse ella misma fuera del núcleo urbano a visitar a sus pacientes, y a veces ni eso, si alguno no daba señales de vida durante una semana, ella misma los llamaba por teléfono.

Amaba su trabajo y me amaba a mí.

La primera vez que la vi fue en el parque de Hangang, Ji Eun paseaba con sus amigas mientras que yo estaba haciendo un poco de ejercicio, corría a conciencia marcando los pasos hasta que me vino de frente. La vi muy hermosa para qué negarlo, fue como un flash que me activó por dentro, no la conocía de nada y mis impulsos me decían que me girase cuando pasase por su lado.

Y lo hice, dándome cuenta que ella también se giró.

¿Fue amor a primera vista? No lo sé, la recuerdo a ella apoyada en la barandilla con vistas al río Han mientras charlaba con sus amigas y yo haciendo ese circuito lo más rápido posible para volver a verla, aminorando la marcha cuando la divisaba y acelerando el paso de nuevo para volver a repetir lo mismo.

¿Ridículo? Tal vez, pero es muy difícil entrarle a alguien que no conoces de nada y decirle que te gusta.

Supongo que yo también le gusté, porque a la séptima carrera —y gracias a Dios —fue ella la que me saludó con la cabeza, respondiendo yo a aquello con un acercamiento y una sonrisa.

Al cabo de dos años de relación, decidimos casarnos, teníamos muchas ganas de unir nuestras vidas, de formar nuestra propia familia.

Familia, esa palabra nos venía grande, con los primeros meses de casados empezaron los problemas, ella no conseguía plaza fija en ningún hospital y yo trabajaba a media jornada en un centro de Educación Especial para niños y adolescentes con problemas.

No estábamos preparados con esas condiciones económicas para traer un hijo al mundo, así que después de un año, decidimos tirarnos a la piscina.

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