27 | Mil y una veces

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No puedo permitirme perderle a él también.

He estado torturándome con esa idea desde ayer. Sin embargo, mi mente se queda completamente en blanco cuando salgo de mi habitación, cruzo el pasillo para abrir la puerta principal y la veo allí.

Una vez más, Holland Owen está parada frente a mi puerta. Solo que ahora las cosas son muy diferentes a la primera vez que vino.

—Hola —me saluda en un susurro. De pronto, mi corazón late con tanta fuerza que no puedo moverme.

—Hola —respondo, también en voz baja.

Silencio. Trago saliva y la miro de arriba abajo. Lleva unos leggins ajustados y un suéter enorme que le cubre parte de los muslos. Además, se ha hecho una coleta. Tiene un aspecto más natural que ayer, pero eso no significa que no esté guapa. Cuando su mirada recae sobre mi cuello, puedo notar la incomodidad que aflora en sus ojos.

Seguramente sabe por qué he decidido ponerme este jersey.

La situación se vuelve cada vez más tensa y, por más que busco una forma de romper el silencio, mi mente se ha quedado completamente en blanco. Volver a verla hace que me invadan los recuerdos de la noche de ayer. Cuando intenté besarla en el baile y me rechazó, creí que había metido la pata hasta el fondo. Que había arruinado completamente nuestra amistad. No sé de dónde saqué la valentía para seguirla hasta los aparcamientos. Lo que pasó a partir de entonces fue de película.

Mierda. Esto es más difícil de lo que pensaba.

Abro la boca mientras pienso en qué decir, cuando Owen hace lo último que me esperaba.

Me abraza y, pasados unos segundos, se echa a llorar.

Sus brazos me rodean la cintura y se aferra a mí con mucha fuerza, como si creyera que va a caerse. Al principio no hace ruido, sino que limita a llorar en silencio, hasta que por fin consigo reaccionar y la estrecho contra mí, y de sus labios escapa un sollozo. Ese es el momento exacto en el que mi corazón se parte en dos. Trago saliva y le acaricio la espalda con suavidad.

Siento una tortuosa necesidad de preguntarle qué le pasa. No creo que esté así por Bill porque, aunque son amigos, no tienen una relación tan estrecha y, hasta donde sé, mi jefe está perfectamente. Tiene que ser otra cosa.

Un nombre se clava con estacas en mi cerebro y se me tensan todos los músculos.

Gale.

Quiero enfadarme, pero, en su lugar, solo siento tristeza y una profunda decepción. Supongo que la noche de ayer sí que fue un sueño y que ha llegado el momento de enfrentarse a la realidad. Ahora me dirá que lo siente, que besarme fue un error, que no quería hacerme ilusiones y que espera no haberme hecho daño. Que prefiere que seamos solo amigos. Tuve presente que podría pasar esto desde que me besó por primera vez, para que así la caída me doliese menos.

Y, aun así, cometí el error de creerla cuando me aseguró en el sótano que estaba loca por mí. Debería haberme imaginado que esto pasaría. Los finales felices solo ocurren en las películas. No sé cómo podré superar el golpe cuando me diga que se arrepiente de todo lo que pasó.

Nos quedamos unos minutos más así, abrazados en silencio, hasta que deja de llorar. Mis brazos están tan rígidos que le cuesta un poco separarse de mí. Owen rehúye mi mirada y se seca las lágrimas.

—Lo siento —musita, con un hilo de voz—. No debería haberme puesto así.

—¿Estás bien?

Me gustaría enfadarme, pero estoy preocupado por ella. Todavía tiene los ojos enrojecidos cuando se queda mirándome durante unos segundos, hasta que dice:

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now