Capítulo 11

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Recuerdos perdidos II


Sus pies cedieron, no pudo mantenerse erguido y sus rodillas chocaron contra el piso. Con la visión teñida de rojo apenas podía ver algo, elevó una mano temblorosa y se limpió la sangre del rostro con torpeza. Sus dedos igual de titilantes rebuscaron entre el cabello que caía en su frente y se toparon con una herida rugosa que no paraba de sangrar. Contrajo el rostro en una mueca de dolor, soltó una maldición en su mente y le dedicó una sonrisa perturbadora al suelo.

A su lado apareció Nachos apoyándose en sus costillas, Marco levantó un brazo cariñoso y lo posó en su lomo sin despegar la mirada de las gotas rojas que salpicaban el piso.

Hekapoo bajó los brazos con la respiración entrecortada, sus palmas aún humeaban, había usado su energía pero esa agitación al respirar compartía un sentimiento de culpa. Su expresión abandonó la ira, y un semblante indeciso se pintó en su rostro.

El silencio que se apoderó del lugar prevaleció por varios segundos, el bombeo de sus corazones reverberaba en sus cuerpos y el constante tic tac de un reloj de pared retumbaba en los oídos de ambos. Hekapoo abrió la boca para decir algo pero el movimiento de Marco detuvo su intención, por consiguiente, solo atestiguó como el chico herido abandonaba el lugar tumbado como un costal de harina sobre la espalda de su mascota.

Lo vio atravesar la puerta; mas no dijo nada, «lo siento» gritó su mente, queriendo soltar aquellas palabras pero dejando salir apenas un sonido ahogado que solo ella escuchó. La puerta de piedra terminó de cerrarse advirtiendo la partida de Marco, y el incesante tic tac de las manecillas se apoderó otra vez del sitio. Se halló sola y con sentimientos conflictivos, su arranque de cólera la había cegado. «Tal vez debí hablar con él» se dijo, pues aceptó que ella misma había llevado la discusión hasta ese punto.

Sin darse cuenta se encontraba recorriendo cada rincón de esa sala mientras divagaba en sus pensamientos, las voces de la moral y lo correcto mantenían una discusión con las de su orgullo y tenacidad. Sus manos descansaban cruzadas a su espalda, y la mirada clavada en el suelo. Estuvo dando vueltas por varios minutos hasta que un objeto junto a la puerta se llevó su mirada, tardó un momento en recomponerse y se agachó a recogerlo en cuanto despejó su mente. En sus manos, las tijeras grises que hacía poco había forjado reflejaron su rostro en el filo de metal.

Y ahí estaba, el incentivo que andaba buscando, podía escudarse en la excusa de devolverle las tijeras y así mantener su orgullo. Era perfecto.

Salió de su casa y atravesó el taller caminando a grandes zancos, sabía que sin sus tijeras Marco debía estar por allí en alguna parte, aunque podría haberse alejado montando a Nachos. Con eso en mente, hizo aparecer a un puñado de clones para abarcar terreno.

Pasado un buen rato se encontró caminando al lado de una elevación terrosa, mantenía el rumbo golpeando las tijeras contra su mano en un gesto ansioso e impaciente; Ya había abarcado varios kilómetros ella sola y sus dobles se expandían aún más a la redonda, pero aún no había señales de Marco, el único movimiento de vida era el de sus decenas de clones esparcidas por todas partes y la vegetación que abundaba en el lugar.

Cuando los minutos se hicieron horas el agotamiento jugó en su contra y sus piernas empezaron a quejarse, mantener a las clones fuera provocaba una disminución de su energía, puesto que cada una de ellas se llevaba gran parte de esta.

Dado el panorama, decidió buscar descanso. Casi pudo escuchar a una roca hablarle e invitarle a sentarse, pues no acostumbraba a moverse tanto cuando invocaba a más de cien clones. La idea de disculparse empezaba a convencerle menos, y su orgullo la estaba impulsando a desistir de esa idea. «¿Porqué debería disculparme?», «él se lo buscó».

Dimensión en llamasWhere stories live. Discover now