Capítulo 27.5

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Memorias compartidas

Sintió que sus pies estaban a punto de reventarse o atrofiarse, el corazón le iba a mil y sus pulmones ya no respondían con eficiencia. Para este punto no se podía decir que estaba corriendo, solo trotaba, cojeando y tambaleándose a un paso arritmico con cada vez menos fuerza en las pantorrillas. La vista incluso le estaba fallando, apenas podía moverse entre los árboles del bosque sin darse de lleno con algunas ramas o arbustos salientes.

Pero no podía parar, aún escuchaba en la lejanía los caballos y la muchedumbre como si le respiraran en la nuca. No se atrevía a mirar atrás, la última vez que lo hizo una cuchilla afilada le arrancó medio pómulo, y una flecha le pasó justo al lado del ojo, y ya era suficiente con las otras cinco que llevaba clavadas en la espalda.

No obstante, se vio obligada a detenerse, necesitaba tomar aire. En condiciones normales no sería un problema, no sentiría dolor, no estuviera exhausta y sus heridas habrían sanado en un santiamén, sin embargo, cada lanza, flecha o cuchilla que había tocado su cuerpo estaba impregnada de veneno, y era tan letal que contrarrestaba sin mayor problema su habilidad de regenerarse. Por fin el rey Kafuro había conseguido un arma capaz de doblegar a una Nereida.

Se detuvo detrás de un árbol, aún no los había perdido pero había logrado un margen de tiempo para al menos recuperar el aliento. Hizo intento de sacarse una de las flechas, la única que tenía al frente, clavada en el hombro, pero pronto descubrió que era una pésima idea, pues resultaba jodidamente doloroso. Ni siquiera tiró de ella con todas sus fuerzas porque el dolor fue indescriptible, estuvo a punto de gritar de agonía pero se contuvo, apretando la mandíbula mientras un hilo de saliva le bajaba por el mentón. Cuando se dio por vencida luego de varios intentos, no pudo evitar que sus ojos se humedecieran, y entre gimoteo y gimoteo, dejó escapar un llanto silencioso, apretando con fuerza las manos contra su boca.

Nunca en sus muchos años de vida se había visto tan humillada y doblegada, ni siquiera era capaz de recordar la última vez que había llorado, no, porque esa era su primera vez per se. Con ese pensamiento en mente fue que decidió cortar de golpe su llanto. Llorar es de débiles, el dolor es para los débiles, el miedo es para los cobardes. Poco a poco fue calmado sus gimoteos, se limpió las lágrimas con brusquedad a la par que su semblante se contraía de rabia. No había tiempo para lamentos, debía encontrar la manera de solventar la situación.

Pero ni bien se puso en marcha cuando de pronto un apretón se afianzó alrededor de su cuello, y el filo de una espada sobre su abdomen le impidió cualquier movimiento.

—Ni un movimiento en falso, preciosa —dijo el hombre, acercándose tanto que Dhalia tuvo que apartar el rostro, con una clara mueca de repulsión. El tipo le dejó en claro que la espada también llevaba veneno—. Quién diría que tras esa cara perfecta y ese cuerpo de diosa se esconde una asesina.

Al lugar llegaron un par de hombres más, quienes al ver la escena felicitaron a su camarada por la captura. Lo siguiente era dar aviso a los demás.

—Alto —dijo el primer tipo. Los otros dos lo miraron sin comprender, a lo que él rápidamente agregó—: Eso puede esperar, ¿qué tal si nos divertimos con ella antes de entregarla?

—Qué dices, estás loco.

—Piénsenlo— insistió—, mientras nosotros hacemos el trabajo sucio, el rey y los otros cuatro monarcas aliados se reparten a todas las demás; cincuenta hermosas nereidas a su disposición para hacer lo que se les venga en gana, ¿no creen que es un poco injusto? —Dejó la pregunta en el aire por unos segundos y luego continuó—. Yo creo que lo es, y creo que podríamos disfrutar un poco con esta belleza antes de entregarla, ¿qué dicen?

Los otros dos tipos lo pensaron dubitativos, si el rey se enteraba no querían ni imaginar lo que haría con ellos, les cortaría la lengua, los desollaría y los empalaría en la plaza del pueblo con una estaca en el ano. Mientras tanto, Dhalia buscaba una manera de librarse de la situación. Estaba en clara desventaja y tenía todas las de perder, pero sabía que si no hacía algo correría el mismo destino que el resto de ninfas. No, peor, pues siendo la culpable de asesinar al primogénito del rey Namoru, definitivamente no le deparaba otra cosa que el infierno, por ningún motivo podía volver. Y debía actuar de inmediato pues los sujetos ya se habían convencido.

Dimensión en llamasWhere stories live. Discover now