Capítulo 24

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Holis, antes de empezar les sugiero que preparen su cafecito, sus palomitas o con lo que sea que les guste leer, porque este capítulo viene cargado

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Holis, antes de empezar les sugiero que preparen su cafecito, sus palomitas o con lo que sea que les guste leer, porque este capítulo viene cargado.

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Recuerdos perdidos VIII

El reloj marcaba las dos de la mañana, apenas unos píxeles brillando en rojo desde la mesita junto a su cama. Marco pocas veces estaba despierto a tal hora, por lo que supo que el insomnio le iba jugar una mala pasada.

Se demoró mucho, pero al cabo de mil ovejas contadas, por fin logró entrar en ese estado de relajación satisfactoria que viene justo antes del sueño. Solo a unas cuantas ovejas más de dormirse.

*Tac*

—Mil una... mil dos...mil tres... —balbuceaba sintiendo los ojos cada vez más pesados.

*Tac*

—M-mil cuatro...mil cinco... mil seis...

*Tac*

Pobre desgraciado, no lograría conciliar el sueño. Esta vez cambió de posición y se tapó la cara con la cobija; concentrado en seguir contando e ignorar el resto.

*Tac*

Pero esa noche parecía que el mundo estaba conspirando en su contra. Por un momento incluso sintió temor, pues aquel molesto golpeteo hacia eco en sus oídos y traía consigo imágenes poco reconfortantes a su cabeza. Y es que con tanto silencio y oscuridad, cualquier mínima perturbación podría ser intimidante.

El insoportable tac volvió a sonar, y tras de sí, un escalofriante sonido: garras; garras arañando su ventana. Fue entonces que se levantó; sudando frío y con la vista desenfocada giró hacia afuera con el temblor de un anciano octogenario.

Se dio cuenta de que se trataba de un árbol, rozando sus ramas y hojas por el cristal. Y si bien se relajó un momento, volvió a tensar el cuerpo ante un repentino grupo de chispas que flotaron del otro lado, pequeños destellos de fuego que se elavaron en una extraña sincronía, y que al cabo de unos segundos se juntaron hasta formar unas palabras.

«Sé que estás despierto».

Marco dio un sobresalto; parpadeó fuerte y tragó pesado. Las pequeñas flamas se reagruparon.

«Te asusté, ¿no? Ahora abre esta ventana antes de que la vuele en pedazos...

Hekapoo».

Tardó un momento en procesar la situación; poco después saltó de la cama y sacó la cabeza por la ventana. Hekapoo lo saludaba desde abajo, con un semblante imperturbable, como si estar en la calle en medio de la noche fuera lo más normal del mundo. Se dedicó a escalar trepando por el tronco del árbol, se apoyó de las ramas y se impulsó de una en una subiendo con la destreza de una gimnasta; lo que hizo preguntarse a Marco cuántas veces habrá hecho lo mismo, pues ni el vestido parecía darle problemas de agilidad.

Dimensión en llamasWhere stories live. Discover now