Diez años sobre sus hombros

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Living beyond your years
Acting out all their fears
You feel it in your chest
Your hands protect the flames
From the wild winds around you

Icarus, Bastille

Cuando sus días libres coinciden, nunca es a propósito. Siempre es una casualidad o un accidente.

Son días que se hacen largos. O los hacen largos como pueden. Katsuki a menudo está demasiado cansado para hacer cualquier cosa —aunque le cuesta admitirlo—, porque trabaja demasiado. A Eijiro le pasa lo mismo, pero Katsuki se da cuenta de que se esfuerza por arrastrarse fuera de la cama y arrastrarlo a él, al menos para desayunar. Y luego, quizá, regresen a enredarse entre las cobijas y las sábanas. O quizá no.

—Katsuki, despierta —oye la voz de Eijiro, que se acerca a él. Katsuki duerme con los brazos y las piernas extendidos, avienta las cobijas, que nunca le faltan al otro. Ya está despierto, pero mantiene los ojos cerrados. Siente los labios de Eijiro sobre su sien—. Moriré de hambre si no vas a hacer el desayuno.

Sonríe. Tarda todavía unos momentos en abrir los ojos.

(Lo que dice Eijiro es una mentira: sabe alimentarse, aunque prefiere siempre la comida de Katsuki).

Cuando abre los ojos, tiene a Eijiro casi encima de él, con las manos a cada lado de su cabeza, hundiéndose en la almohada.

—Qué carajos, Eijiro.

—Creí que necesitabas un incentivo para levantarte. —Sonríe enseñándole todos los dientes—. ¿O no?

—¿Vas a besarme o no?

Eijiro enrojece. Y baja la cabeza para besarlo. A Katsuki apenas si le importa el aliento de recién despierto de Eijiro. Llevan años juntos, años compartiendo cama. Katsuki ha aprendido a extenderse sin tirarlo de la cama, Eijiro ha aprendido que no sirve de nada volver a las cobijas porque las volverá aventar. Conocen cada pedazo del otro, cada defecto, cada particularidad.

Por eso, a Eijiro no le sorprende que, al momento de separarse, Katsuki lo haga moverse para ponerse él encima y sentarse a horcajadas sobre él mientras le atrapa los brazos agarrándolo por las muñecas.

—No te veo desmayándote de hambre todavía —murmura Katsuki.

—Moriré si no me alimentas, Katsuki...

Sonrié al oír la manera en la que pronuncia su nombre. Y luego se inclina y vuelve a besarlo. Y luego le recorre parte de las mejillas con los labios, y la línea de la mandíbula y el cuello. Lo muerde. Hace mucho tiempo que pasaron la época de los chupetones. Pero a veces todavía lo hacen. También hace mucho tiempo que pasaron la época de esconderlos. Los dejan ahí, a la vista, son la evidencia de que están juntos. De que llevan diez años juntos. Meses más, meses menos.

No llegan más lejos —al menos, de momento—, porque Eijiro insiste en que tiene hambre y, con un gruñido, Katsuki se pone en pie, buscando unos pants para ponerse encima de los bóxer, sin molestarse en lo más absoluto por buscar una playera. Eijiro hizo lo mismo.

—Qué demonios quieres de desayuno.

—Ni idea —responde Eijiro—. Sé amable, Katsuki.

—Estoy siendo amable. —Abre el refrigerador—. Pregunté qué querías, ¿no? —Se encoge de hombros mientras saca lo primero que encuentra. Le da igual lo que coman en ese momento, quiere hacer otras cosas en ese momento. Como, por ejemplo, meterse de nuevo en la cama con Eijiro y no salir de allí nunca. Aunque se conforma con el sillón o directamente contra la pared. No es como si no hubieran profanado cada espacio de aquel departamento con excepción de la cocina.

Eijiro lo está mirando, con una sonrisa.

—¿Qué? Podrías ayudar, digo.

—¿Te he dicho que me gusta tu cabello, Katsuki?

—Un millón de veces.

Parece molesto, pero Eijiro lo conoce mejor: cuando entierra sus dedos en su cabello y le recorre la cabeza con delicadeza, Katsuki no se molesta en ocultar su sonrisa.

—Me gusta lo dorado que se ve con esta luz —le dice Eijiro—. ¿En qué te ayudo?

—No sé, haz algo útil. Pon la mesa. Algo.

Diez años. Meses más, meses menos. ¿De verdad es tanto tiempo? Ya tienen veintiocho años. Eijiro se asentó como héroe en el top veinte, Katsuki persigue todavía los primeros lugares del ranking —después de haber sido nombrado cuarto lugar, justo por encima de Todoroki, cosa que le recalcó unas veinte veces a cualquier persona que quisiera oírlo—. Tienen una colección de estancias en el hospital que nadie envidiaría. Una colección de cicatrices. Cosas que arrastran. Katsuki ha aprendido a siempre susurrarle en el oído derecho, a acercársele por atrás siempre por ese lado —para que al menos oiga sus pasos más claramente—. Saben perfectamente las consecuencias de fallar: además de las cicatrices que cargan y de las secuelas que se reflejan en sus propios cuerpos, están todos los villanos que se les han escapado y la gente que ha muerto mientras ellos estaban de servicio.

Saben lo que pasa cuando cometen un error.

Al fin y al cabo, son humanos y nada más.

Desayunan sin hablar demasiado. Tienen más de diez años de plática sobre sus hombros. Han aprendido a disfrutar de sus días libres en paz.

Por eso acaban besándose contra la pared que está al lado del marco de la puerta de su recámara. Nunca llegan a entrar allí. No en ese momento.

(Ya lo harán más tarde).

Eijiro vuelve a enterrar su mano en el cabello de Katsuki.

—En serio, es tan dorado, con esta luz... —Sonríe. Y Katsuki le responde la sonrisa—. ¿Cuántas veces te he dicho que «te quiero»?

—Las suficientes —gruñe Katsuki.

—Nunca son suficientes.

Katsuki le pasa las uñas por el pecho. Y luego se va dejando caer de rodillas mientras lo recorre con los labios. (Y, de paso, con las uñas).

—Entonces no dejes de decirlo.

—Te quiero, Katsuki.

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Vida de Héroe [Kiribaku]Where stories live. Discover now