Retocar las raíces

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I was the match and you were the rock
Maybe we started this fire
We sat apart and watched
All we had burned on the pyre

The Things We Lost in The Fire, Bastille

Hay quien dice que antes de que las cosas puedan mejorar, tienen que tocar fondo. Eijiro y él tocan fondo una mañana de agosto. Dejan de fingir de nuevo, dejan de fingir que lo están intentando. Katsuki se queda en la cama más tiempo, dándole la espalda, hasta que lo oye levantarse y meterse en la ducha. Todavía no puede volver al campo de batalla —a las calles, a las patrullas, a nada— y ha mejorado, pero no es suficiente. No está ni cerca de lo que era. Katsuki no puede dejar de sentirse culpable, aunque todos —Eijiro incluido— le repitan que nada es su culpa.

No, no es solo culpa. También se siente responsable.

Llega un momento en el que no sabe cómo ayudarlo. Intenta evitar entrenar con él. No sabe cómo manejar la frustración propia: la de Eijiro lo asusta. Pero tampoco puede no ayudarlo. No le tiene consideración, como el resto, lo empuja a exigirse lo mejor de sí mismo. Eijiro mejora.

Pero no es suficiente.

Oye el agua correr en la ducha y se levanta. Primero se dirige a la cocina y empieza a hacer el desayuno. No se detiene hasta que se da cuenta de que el agua lleva corriendo demasiado tiempo. Así que se hace de tripas corazón y va a ver qué ocurre. Es su responsabilidad, de todos modos. Él y Eijiro eligieron esa vida, eligieron estar juntos. Katsuki no puede ignorar lo hondo están metidos en el lodo.

Llama a la puerta del baño. No hay respuesta. Pero tampoco está cerrado, así que abre.

Encuentra a Eijiro bajo el chorro de agua, sin moverse. Como si no tuviera fuerzas o motivación. La visión lo asusta. Se preguntaría cómo llegaron allí si no lo supiera ya a la perfección.

Todo empezó en la helada.

Katsuki se acerca.

—Ey.

Eijiro voltea a verlo. Katsuki no sabe si lo que tiene en la cara son lágrimas o gotas del agua de la ducha. Es ese momento en el que nota las raíces. Eijiro suele ocultarlas debajo de una banda, pero también suele retocarlas muy seguido. Nunca las había visto tan largas.

—¿Estás bien?

No sabe ni para qué pregunta, si ya sabe que no.

Nada está bien. Eijiro no oye del lado izquierdo. Y ningún aparato puede sustituir un oído perfectamente sano. Tampoco importa mucho eso, si su equilibrio está jodido, igual que su percepción espacial. No es la misma de antes y no se acostumbra a trabajar con lo que tiene. Katsuki estorba más de lo que ayuda, a pesar de que había prometido ayudarle siempre, se vuelca buscando al villano que causa las heladas, se obsesiona, duerme poco, pasa poco tiempo en casa.

No lo ve.

O lo ve, pero intenta no verlo porque sigue sintiéndose culpable.

Eijiro niega con la cabeza.

No es que no lo supiera, pero aquella escena es la confirmación de que ya no hay nada más hondo, de momento, para los dos.

Katsuki busca el brazo de Eijiro, lo jala un poco, lo abraza. Lo aprieta contra sí porque aquel contacto es la única manera que tiene y conoce de racionalizar sus sentimientos. Tiene tantos «lo siento» atorados en la garganta que no sabe cómo sacar ni uno. Antes de todo —del «incidente», decide llamarlo en su mente, de momento— había estado mejorando a la hora de decir las cosas. Pero ahora va de reversa. No sabe cómo enfrentarse a nada.

No importa las veces que Eijiro repita que no lo culpa, Katsuki no deja de ver su responsabilidad en todo.

Y sin embargo, el que se disculpa es otro.

—Lo siento.

Oye la voz estrangulada de Eijiro contra su pecho. Y lo aprieta más contra sí. Ni siquiera debería estarse disculpando, piensa Katsuki, él no tiene la culpa de nada. Katsuki entiende su frustración: la inactividad en la vida de héroe lo está matando, el no poder llegar a su «mejor sí mismo» de antes lo está consumiendo en vida. Están los dos como paralizados, completamente perdidos.

Esas cosas les han estado pasando cada tanto.

Y después de cada crisis, empiezan a fingir que las cosas mejoran, porque no pueden vivir de otro modo.

—No, no, espera. Lo siento yo. Debería poner más atención a... —Si no tuviera las manos ocupadas aferrando a Eijiro, intentando ser un ancla que lo sostenga, de momento, se llevaría las manos a la cara, se tallaría los ojos, buscaría cualquier manera de expresar la desesperación que siente—. ¡Carajo!

Lo suelta momentáneamente, hunde las manos en el cabello mojado. No le importa el agua, porque el abrazo ya lo dejó empapado.

Estira una mano, cierra la llave del agua.

—Nunca habías dejado tanto tiempo las raíces —le dice, volviendo a hundir las manos en su cabello.

Katsuki creía que eso no era posible, hasta que lo fue.

—¿Tienes tinte? —pregunta.

Eijiro asiente.

—Pero mi cabello está mojado...

—Usa la secadora —le dice Katsuki—. Espera. —Sale del baño, busca el celular. Marca casi el primer número que le aparece.

—¿Si? —le contesta la voz de Ochaco Uraraka.

Se ha convertido en su principal compañera esos meses que ha estado inactivo Eijiro. Le sorprende descubrir que trabaja bien junto a ella —aunque nunca se imaginó terminar en esas circunstancias—. Ella lo regaña, se encarga de que coma, de que cene, de que siempre tenga un vaso de agua sobre el escritorio mientras está haciendo papeleo. También vigila a Eijiro, mientras lo tiene cerca.

—¿Hay urgencias hoy?

—Nada que no podamos manejar, pero...

—¿Puedes darme... dos... no, tres horas? —pregunta Katsuki. Es la primera vez que pide un favor así. Pero no puede seguir haciendo el desayuno e irse a trabajar cuando es tan consciente de que él y Eijiro están al fondo de un precipicio por el que llevan meses cayendo—. Un rato.

—¿Está todo bien?

—¿Qué crees? —espeta Katsuki—. Lo estará —asegura, aunque le suena a mentira y no sabe si es cierto.

—Tres horas —concede Uraraka—. Tres horas y media como máximo. Si hay alguna emergencia te llamo.

Y le cuelga ella. Él vuelve al baño, donde todo lo inunda el sonido de la secadora. Abre el único mueble que tienen allí y saca una caja de tinte rojo brillante. Mueve el banco que tienen allí hasta que está frente al espejo. Espera a que Eijiro termine.

—Siéntate —le dice.

—¿Qué?

—No sé qué hacer por ti —empieza, mirándolo en dirección al espejo. Levanta la mano cuando ve que va a interrumpirlo—. No, espera, no hables. Es cierto, no tengo ni idea de qué hacer. O cómo hacerlo. Y los dos nos sentimos como una mierda, porque deberíamos estar trabajando juntos, siendo pros juntos. Y no sé qué hacer. Sólo quiero hacer lo posible. Lo que sea. Y sé que quizá esto no sea suficiente, que nada de lo que haga nunca sea suficiente pero, quiero... —Se corta—. Lo siento —murmura—. Y te quiero.

—Y nadie me cree cuando les cuento que eres un sentimental. —Eijiro forza una sonrisa, pero no es real.

Es un intento, sin embargo.

—¡No le cuentes cosas de mí a la gente! —responde Katsuki. Es una rutina casi aprendida, pero es algo que conocen, es algo que suena más a ellos. Están en el fondo.

No queda más camino que para arriba. Él abre la caja del bote de tinte rojo brillante. Eijiro se queda viendo su imagen al espejo, con el cabello rojo hacia abajo y las raíces negras más notorias que nunca.

—¿Por dónde empiezo? —pregunta Katsuki.

Vida de Héroe [Kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora