22 | Un corazón roto

Start from the beginning
                                    

Supongo que ahora ellos son amigos también y que es difícil opinar si solo conoce mi versión de los hechos.

No me comporté bien el sábado, lo reconozco, pero eso no significa que vaya a disculparme. Alex escogió el momento menos oportuno para contarme la verdad. Estaba molesta con Gale y con mí misma, porque sentía que era una idiota por haber creído que cambiaría, y acabé usando toda mi rabia contra él. Todo empeoró cuando me respondió con verdades como puños que me hicieron pedazos.

Todavía estoy enfadada con él. Más que eso. Estoy furiosa.

Es un cobarde. Un maldito cobarde.

Debería haberme contado que Gale me engañaba.

Debería haberse atrevido a decirme de una vez por todas que sentía algo por mí.

Si hubiera sido así, las cosas habrían sido muy diferentes.

Estoy volviéndome loca. Esa noche, ceno con mis padres fingiendo que todo va bien, como siempre, y me encierro temprano en mi habitación. Continúo teniendo problemas para conciliar el sueño, pero ahora se deben, en parte, a él. Le echo de menos. Cada vez que cierro los ojos, recuerdo la noche del viernes, cuando dormimos juntos fuera, en medio de la oscuridad de la noche, y siento la tormentosa necesidad de volver a tener a sus brazos rodeándome y aislándome de todos mis problemas.

Pero no ocurrirá. Mi cerebro sigue atormentándome con su recuerdo durante toda la noche y eso me enfada aún más. Mi molestia llega a tal punto que, el lunes, en el instituto, durante nuestro primer día de clase después de las vacaciones, cuando Sam me pregunta:

—¿Hay noticias sobre el capullo?

Yo respondo:

—No he vuelto a saber nada de él desde que discutimos el sábado por la mañana.

—Me refería a Gale —aclara mi amigo, enarcando las cejas con burla.

—Ah, pues no. De él tampoco sé nada.

Finjo que solo ha sido un despiste, pero la realidad es que acabo de delatarme. Sam silba y esboza una sonrisa de oreja a oreja. Gruño mientras le agarro del brazo para que andemos más rápido. Es la hora del almuerzo, tengo que coger unos libros de mi taquilla y, como no nos demos prisa, no tendré tiempo para comer.

Mi mejor amigo sigue mirándome con esa sonrisa genuina cuando nos detenemos frente a mi casillero. Está poniéndome de los nervios.

—¿Se puede saber por qué me miras así? —le espeto, molesta, mientras introduzco la combinación. Se recuesta remolonamente sobre la taquilla contigua.

—No lo sé. Dímelo tú.

—Odio que seas tan sabelotodo.

—Te gusta —atisba, con autosuficiencia. Cojo mi libro de matemáticas para guardarlo en mi mochila.

—¿Que seas un sabelotodo? No, en absoluto.

—Me refiero a Alex. Te gusta. Puedes mentirte a ti misma todo lo que quieras, pero a mí no me engañas.

Un escalofrío me recorre de la cabeza a los pies. Resisto el impulso de meterme a presión en mi taquilla y cerrar la puerta.

—Por si lo has olvidado, Sam, tengo novio. Pronto será mi ex novio, claro, porque es un capullo monumental —me adelanto, en cuanto abre la boca—. En lo que a chicos respecta, por mí podéis iros todos a la mierda.

No creo que sea un buen momento para hablar sobre esto. Hace menos de dos días desde que La Dama Rosa anunció públicamente que Gale me engaña y he vuelto a notar ciertas miradas curiosas por el pasillo. También sé que hay quienes me critican. Hace meses, sus comentarios me habrían hundido, pero ahora todo esto me parece indignante. Al parecer, siempre soy yo quien tiene la culpa de todo.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now