21 | Consecuencias

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—Cada vez eres más egocéntrica.

—Es culpa tuya.

—Me parece bien.

Nos miramos y, por mucho que quiere permanecer seria, acaba sonriendo. Mis músculos se relajan. Solo era una broma. No creo que sea una chica engreída, ni mucho menos. Es más insegura de lo que parece. No se tiene a sí misma en alta estima, y por eso, siempre que puedo, le recuerdo lo alucinante que es. Parece que mi técnica está funcionando y no podría sentirme más orgulloso.

Aparta la mirada y me inclino para encender el lavavajillas porque se ha distraído y ha olvidado hacerlo. Owen traga saliva ante mi cercanía. No quiero estar lejos de ella, pero me obligo a retirarme de todas maneras. Me dedica una mirada furtiva antes de volverse y buscar un trapo para secarse las manos. Una vez más, actúa como si mi presencia le pusiera nerviosa.

Continúo observándola, en silencio, con los brazos cruzados y apoyando la cadera contra la encimera. Ella me sonríe cuando lo nota. En momentos como este, cuando me mira así, casi me permito desconectar de la realidad y creer, solo durante un segundo, que siente algo por mí. Que anoche, cuando me pregunto indirectamente si mis canciones eran para ella, en el fondo quería que dijese que sí.

Pero descarto esa teoría en cuanto recuerdo que tiene novio, y que es Gale.

No puedo competir contra alguien como él.

Media hora después, hemos cogido nuestras cosas y vamos camino del Brandom. Ayer quedamos con Bill en que iríamos a ensayar esta mañana, aprovechando que estaría cerrado. Su molestia en los riñones cada vez va a peor y por fin ha accedido a quedarse en casa descansando. No soporta que me preocupe por él. Dice que puede cuidarse solo. Tampoco ha querido ir al médico, por mucho que Blake y yo hayamos insistido en que debería pasarse para asegurarse de que todo va correctamente.

Esta noche hablaré con papá para que me ayude a convencerlo.

O a arrastrarlo hasta la consulta, a las muy malas.

Ahora que 3 A. M. dará conciertos semanalmente, los chicos creen que tenemos que estar preparados. Si a los clientes de Bill les gusta nuestra música, querrán escucharla en casa y necesitarán una forma de hacerlo. Para mí, pensar que alguien podría querer oírme cantar fuera del Brandom ya me parece ambicioso. Aun así, no me opongo cuando mis amigos proponen que dediquemos la mañana a grabar nuestras canciones para subirlas a Internet.

Owen, a quien ya hemos nombrado nuestra manager, se ofrece a llevar nuestra cuenta en YouTube. Resulta que sí que es buena en todo, porque sabe editar vídeos y, cuando Mason y Finn entran en el bar cargando su mesa de mezclas, solo necesita un par de explicaciones para aprender lo básico y poder manejarla. Entre los tres conectan los cables a los instrumentos y la mesa al portátil que nos ha prestado Bill.

Esto puede salir bien o tremendamente mal. Finn agarra el micrófono y se pasa diez minutos diciendo tonterías para que los demás se aseguren de que no hay problemas con el sonido. Mientras tanto, Owen ha montado un trípode improvisado frente al escenario para grabarnos sin que le tiemble el pulso. Mason le hará unos arreglos a la canción cuando la tengamos y después ella se encargará de unir el audio al vídeo.

Sam y yo seguimos viviendo en la Prehistoria en cuanto a tecnologías se refiere, así que nos quedamos sentados en el escenario, mirándoles como si fueran seres de otro planeta.

—No te preocupes —me dice, sonriendo y palmeándome el hombro—. Cuando seamos famosos, tendremos a alguien que haga esto por nosotros.

Resoplo, riéndome, y pienso en lo mucho que me gustaría que eso se hiciera realidad y que algún día lleguemos tan alto como nos proponemos.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now