12º Enfermedad

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12º Enfermedad

Hacía ya dos semanas que el dueño de Pemberley había partido a Londres, había mandado un par de cartas, informando de como iban sus negocios, preguntando por como iban las cosas en Pemberley, e interesándose por la salud de Elizabeth y el bebé. Sin embargo, no recibió respuesta a ninguna de ellas.

Lizzy se había negado a responder nada que viniera de él, estaba muy dolida por su forma de proceder, y aunque sabía que ella también había faltado con sus comentarios filosos antes de partir, no quería dar su brazo a torcer, necesitaba que él viera lo dolida que estaba.

Lizzy se había negado a responder  nada que viniera de él, estaba muy dolida por su forma de proceder, y  aunque sabía que ella también había faltado con sus comentarios filosos  antes de partir, no quería dar su brazo a torcer, necesitaba que él ...

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Lo que ella no imaginaba era el suplicio que suponía para él no tener ningún tipo de noticia sobre ellos, apenas podía estar pendiente de los negocios que lo habían llevado hasta allí, había perdido el apetito y sus ojeras eran muy notorias.

Sabía que había hecho lo que debía, era su deber como señor de la casa, mantener los negocios y buscar otros nuevos para asegurar el porvenir de su familia, pero eso no evitaba que se sintiera terriblemente mal por haber dejado a Elizabeth en Pemberley, sobretodo después de ver su rostro dolido. Pero también era consciente de que un viaje de esas características no era lo más recomendable hasta que se estabilizara el embarazo, y por ello se había mantenido firme en su decisión.

A pesar de todo, la necesidad de saber de ellas era tanta que se esmeró en acabar los negocios que lo habían llevado a Londres cuanto antes, y así poder volver a casa e intentar hacer comprender a su esposa el porque de su manera de actuar. Bien sabía del carácter luchador de Elizabeth, y de lo terca que era, y si a eso se le sumaban los cambios producidos por el embarazo, su mujer era una bomba explosiva en cuanto a reacciones se refería. Él la amaba con todo eso, y no estaba dispuesto a que ella pensara lo contrario.

 Él la amaba con todo eso, y no estaba dispuesto a que ella  pensara lo contrario

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Sin embargo, había algo con lo que ni él ni nadie contaba. Por la ciudad de Londres se empezó a propagar una enfermedad de manera muy rápida y virulenta, la escarlatina había llegado incluso a los barrios de la alta aristocracia inglesa a través de los sirvientes de algunas casas, en las que los tenían en condiciones muy precarias.

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