18 | Arriésgate a que te rompan el corazón

Start from the beginning
                                    

—¿Qué bicho te ha picado? —inquiere, llevándose su cigarrillo a los labios. El humo pasa flotando frente a mis ojos y me hace arrugar la nariz.

Vuelvo a mirar mi canción mientras pienso en la respuesta. Pero no hay forma de contestar a esa pregunta. No sé qué me pasa. O quizás sí, y todavía no estoy preparado para admitirlo en voz alta.

Sea como sea, esta situación es una mierda.

—¿Alguna has estado enamorado, Bill?

Hasta donde sé, no tiene mujer ni hijos. Compró el Brandom hace años y toda su vida se resume a estar encerrado aquí, charlando con sus clientes y organizando batallas de bandas todos los meses. Creo que una vez me contó que tenía un hermano, pero no se ven casi nunca. Debe ser triste vivir estando tan solo.

—Claro que sí, chico —responde, como si fuera obvio. Sigue enredando en el ordenador, pero aparta la mirada un momento para echarme un vistazo—. ¿Qué, piensas que me he pasado toda mi vida emborrachándome en un bar?

—Se puede estar borracho y enamorado al mismo tiempo.

Eso le hace reír. Me señala con su cigarrillo.

Touché —dice, antes de darle otra calada y expulsar el humo por la boca—. De hecho, es casi lo mismo.

Aprieto los labios. Me molesta no saber si tiene razón o no. Ojalá hubiera vivido más. Pintarrajeo suavemente la hoja con mi bolígrafo, distraído.

—Yo no me he enamorado nunca.

—¿Seguro? Porque tus canciones no dicen lo mismo.

Es inmediato. Subo la cabeza tan rápido que Bill se sorprende.

—¿Has leído mi cuaderno? —lo acuso, molesto. Pero mi jefe ni siquiera se inmuta.

—Deberías ser más cuidadoso, Alex, y llevarlo contigo a todos lados. Me cuesta resistirme a hurgar entre las creaciones de una estrella en potencia.

Resisto las ganas de poner los ojos en blanco. En su lugar, solo cierro la libreta con fuerza y me giro para guardarla en mi mochila. Solo de pensar en que alguien ha leído mis estupideces, ya me entran ganas de meter la cabeza bajo tierra.

—Solo son borradores —le digo, aunque no se merezca explicaciones—. Cuando estén listas, serán mejores.

Me dedica una sonrisa.

—No me cabe ninguna duda, chico.

Estrella en potencia. Se me forma un nudo en la garganta. Ya. Me quedo un rato en silencio, observándolo, y suspiro mientras me siento en el taburete.

—Bill —dudo a la hora de continuar—, ¿está mal que escriba mis canciones sobre alguien que no siente nada por mí?

Mi corazón se estruja cuando pronuncio esas palabras. Pero esa es la verdad y debería empezar a asumirlo. Bill frunce el ceño.

—¿Qué tipo de canciones?

—No sé. Canciones de... amor. O de desamor, supongo.

—¿Piensas utilizarlas para hacer chantaje emocional? —inquiere, levantando la vista. Junto las cejas. Tiene que ser una broma.

—Solo quiero cantarlas —respondo—. De todas formas, ella ni siquiera sabe que me... bueno, que las canciones son para ella —añado, y trago saliva con incomodidad.

Bill me observa en silencio, como si quisiera leerme la mente. Finalmente, se encoge de hombros.

—En ese caso, no veo qué tiene de malo —dice—. Nunca encontrarás inspiración si no vives. Atrévete a sentir, chico. Arriésgate a que te rompan el corazón. Las mejores canciones se escriben así.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now