Capítulo 38

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Jin sabe que las cosas son inciertas, especialmente ahora. 

Los ojos ajenos se posan en él con fines que trascienden lo laboral. Lo juzgan. Dios, él sabe que lo juzgan. Incluso si no le han dicho palabra alguna.

Cumplir con su trabajo es lo que más anhela en este momento. Desea terminar con la última toma, agarrar sus cosas y largarse de allí para pretender que está bien, que puede continuar.

Que no se está muriendo por dentro.

El ambiente lo sofoca, pero se repite constantemente que puede soportarlo. Él puede dar un poco más de sí, esperar a que en algún momento los demás olviden que erró, que está estancado y profundamente herido.

—¡Corte! —exclama una voz conocida. 

No necesita nada más que la señal para salir huyendo. La pesadez de la culpa se encarama sobre él a medida que avanza por el pasillo, buscando su habitación. Así que cuando el pitido de la puerta se hace presente y logra entrar en el cuarto, la derrota lo tumba una y otra vez de manera incesante. El dolor se hace presente en cada parte del lugar, inundando, ahogando su espacio medianamente seguro.

Él ni siquiera sabe qué es seguro ahora.

Él mismo es el último sitio en donde buscaría refugio de sus propias culpas, reproches, dudas, dolores.

Observa sus manos, la piel del borde de sus dedos arrancada por la angustia. Ni siquiera se había dado cuenta de la sangre seca en ellos antes, de las heridas recientes que no puede palpar, pero que se arremolinan hasta dejarlo exhausto.

Decide apagar la luz para obtener un poco de estabilidad, sin embargo, pero la oscuridad lo arrastra de nuevo, lo lleva a acostarse y a tumbarse en la cama en la que no quiere estar. En la cama que cambia de país en país, de ciudad en ciudad. 

El cambio constante de lecho no es el problema, en lo absoluto. Jin dormiría sobre esquirlas de vidrio si con ello lograse asegurar la comodidad de la reciprocidad, del afecto mutuo, del amor bien recibido, anhelado, soñado.

La primera lágrima llega lenta y calienta la fría piel de su mejilla, cayendo al costado y humedeciendo la colcha en el proceso. No cree haber deseado alguna vez en su vida la magnitud con la que sueña desaparecer en este instante. 

Disolverse, sin dejar rastro.

El llanto llega rápido luego de eso y le oprime el corazón. Cada parte de su cuerpo tiembla ante el dolor, ante la angustia de haber sido por un momento. Se llena de rabia y de hostilidades mal justificadas. De heridas que están ahí. Que no sanan, que son constantemente bordeadas por la culpa y el monólogo interno. Por la voz que se repite constantemente. Por el discurso racional y coherente que lo orilla a actuar, pero que nunca logra ser internalizado por sus sentimientos. Por la escisión de extremos, por la maldita ambivalencia que es, que ha sido y que seguramente seguirá siendo.

Ni siquiera tiene a qué aferrarse. 

Busca en medio del espacio un cuerpo, una palabra, una caricia. No hay nada. Había sido así desde siempre, hasta Namjoon. Entonces se da cuenta de que preferiría nunca haber conocido la dicha de la palabra amable, del cariño palpable, del amor con la que el otro lo sostuvo y lo tuvo.

Él estaba mejor antes: cuando todo estaba en su cabeza. Cuando nada era tangible. Cuando no tenía que extrañar aquello que tuvo alguna vez de manera ambigua. A medias.

La fragilidad lo golpea, es lo que más le cuesta. Lo tiene tragando duro mientras intenta no ahogarse en su propio llanto y miseria. Su vergüenza y la pesadez de cargar a cuestas con sentimientos no tramitados, lo tiene fallando una y otra vez. Le gustaría poder aceptarse, poder estar de acuerdo con alguno de los dos extremos.

¿Sabes cómo te digo que te quiero? - NamjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora