13 | Dedícate a lo que te haga feliz

45K 5.9K 10.3K
                                    

13 | Dedícate a lo que te haga feliz

Holland

Los chicos programan el primer ensayo de su banda para esa misma tarde.

Voy bastante justa de tiempo, así que es un alivio que mis padres no estén en casa cuando vuelvo del instituto. Según Finn, sería contraproducente que no fuera con ellos porque, sin mí, su «maravilloso plan» no funcionaría. Ha creado un grupo de WhatsApp con el nombre de Elegancia sobrecargada y nos ha enviado un audio de diez minutos para explicarnos qué es exactamente lo que tenemos que hacer. Es un chico tan extravagante que necesito tomarme un tiempo para asimilar cada uno de sus movimientos.

Aun así, me alegro de que hayan decidido contar conmigo. No me apetece volver a discutir con mis padres, y, conociéndolos, se pondrán a echarme cosas en cara en cuanto lleguen a casa. Mientras más tiempo pueda pasar fuera de aquí, mejor. Supongo que, a fin de cuentas, mamá tiene razón cuando dice que soy una egoísta.

Como somos vecinos, quedo con Sam a las 15:30h para irnos juntos al instituto. Llama al timbre con puntualidad, justo cuando estoy terminando de recoger la mesa (que, como siempre, está puesta solo para una persona: yo). Me enfundo mi sudadera antes de salir de casa, y nos pasamos todo el camino hablando sobre Finn y su incapacidad para mandar audios cortos.

Los chicos ya están esperándonos cuando llegamos. Veinte minutos después, tras haber repasado detalladamente nuestro plan, Alex y yo nos adentramos en el instituto.

Caminamos en silencio por el pasillo, cosa que agradezco, porque no se me da bien sacar temas de conversación. Además, cada vez que le miro, mi inspiración despierta y la sombra de un retrato se hace presente en mi mente, y no puedo evitar pensar en cómo plasmaría sus rasgos en papel y en lo mucho que seguramente disfrutaría haciéndolo.

Odio sentirme así, de manera que intento mantener la vista al frente e ignorarlo con todas mis fuerzas.

—¿Preparada? —me pregunta, cuando llegamos al aula de música. Asiento nerviosamente y Alex abre sin llamar.

La puerta chirría. Entro primero, con cautela, como una gacela que teme ser atacada por su depredador. Pero todo sigue en silencio. De hecho, tardo unos minutos en localizar a Dodo, que, agachada junto a unas cajas, mueve la cabeza al ritmo de la canción que suena en sus auriculares. Alex me lanza una mirada antes de aclararse la garganta.

Es entonces cuando ella decae en nuestra presencia. La profesora de música sube la cabeza y, al vernos, prácticamente se arranca los casos antes de levantarse de un salto.

—¡Válgame Dios, no puedo creérmelo!

Retrocedo casi por inercia. Dodo es una mujer mayor, de unos sesenta años, que ya debería haberse jubilado. Lleva el pelo grisáceo recogido en un moño descuidado y tiene el rostro lleno de arrugas muy pronunciadas. Se acerca a nosotros a tanta velocidad que casi se tropieza; sin embargo, cuando Alex se adelanta para intentar ayudarla, ella lo aparta y camina directamente hacia mí.

Tomándome por sorpresa, me ahueca las mejillas con las manos. Doy un salto. Tiene la piel helada.

—Mi niña. ¡Creía que no volvería a verte! Estás bien, ¿verdad? —me pregunta, examinándome con detalle—. Me he enterado de todo, cariño. La gente es tan cruel. Lo siento muchísimo...

Mi corazón bombea a toda velocidad. Solo necesito un instante para entender a qué se refiere y, entonces, mi mundo se hace pedazos. Puede que sea por mis padres, porque todavía sigo dándole vueltas a nuestra discusión, porque me aterra tener que verlos esta noche; o por Gale, porque sigue sin querer saber nada de mí, igual que Stacey; o por la sociedad, en general, que acaba lentamente con nosotros; pero, de pronto, siento unas incontrolables ganas de echarme a llorar.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora