El timbre de la casa resuena, y sé quien ha llegado. Camino a la entrada para abrir la puerta, una monada de niña está en casa. 

—Pasa Jenell, ya sabes que esta es tu casa. 

—Gracias, tía Phoebe. 

Mi sobrina viene a casa todos los fines de semana desde que nos mudamos, ella y Rose estudian en la misma escuela, pero primero debe pasar por sus cosas a la casa de sus padres.

—Gracias, Antonio. Por favor, dígale a Hannah que como siempre, nosotros llevaremos a la niña a la escuela el lunes. 

—Por supuesto, señora. Con permiso. 

Antonio es el chófer de mi cuñada, básicamente, le pagan por llevar y traer a Jenell donde quiera que deba ir. 

—Has venido un poco tarde, Jenell.

—Es que mami no estaba en la casa, entonces la esperamos. Dijo que enviaba saludos para todos. 

—Entiendo. —Tomo su mano. —Vamos a dejar tus cosas en la habitación, estamos por almorzar, ¿Tienes hambre?

—Un poquis.

Poquis, poquis... el poquis de esta niña, termina siendo repetición de comida y el postre. 

— ¡Prima! —grita mi hija cuando le mira. 

— ¡Prima!—le responde con la misma emoción. 

Ambas corren para abrazarse, joder, cuanta energía tienen estas niñas. Se levantan temprano para ir a la escuela, no hacen siesta al llegar, pero son capaces de terminar la semana con la batería hasta el tope. Después de que Jenell saluda a su tío, mi hija también lo hace. Él les dice que suban para dejar las cosas de nuestra sobrina, se laven las manos y regresen para tomar la comida. 

—Cualquiera diría que no se han visto en dos siglos. —Murmura burlesco mi amor. 

—Te lo juro, nadie nos creería si le decimos que pasan medio días juntas en la escuela. ¿Has visto esas energías?

—Estoy por retractarme e irme a Müller, uno de los dos tiene que salvarse. —Dejo ir mi puño en su hombro. 

— ¡Auch! —exclama mi hijo. Lo cojo para cargarle yo, camina perfecto, pero puede que sean los últimos meses en que pueda mantenerle tan cerca, cuando Rose cumplió dos años y medio, mis brazos pasaron al olvido. 

—Eso le pasa por feo, mi corazón de melón. —Me lo como a besos. —Que hermoso eres mi niño.

—Manuel Zummoman. —Sonrío, su terrible forma de decir el apellido me causa gracias. 

No entiendo a este niño, cada vez que le hago un halago, me responde con su nombre. Se me hace que ya se nos volvió un chulito como su padre. 

Antes de que las niñas regresen, sirvo la comida y Paul me ayuda a llevarla al comedor. Cuando están aquí, les reviso las manos para cerciorarme de que hayan hecho caso, y si, huelen a jabón de caramelo. He preparado lasaña, porque es nuestra favorita, y a Jenell le encanta el queso, además de que es una de las cosas que mejor me quedan. Lo dicho, las dos comen hasta que se cansan, más bien, les pongo un alto antes de que lleguen al punto de enfermarse del estómago. Les sirvo una bolita de helado, con eso deben tener suficiente. Al terminar, Manuel acaba hecho un desastre, toda su ropa tiene salsa. Paul se ofrece a lavar los trastos sucios, mientras yo voy a su habitación para ponerle ropa limpia, que desastroso. 

Mi niño toma su siesta, y yo aprovecho el momento para sentarme a hacer tareas con las niñas. Rose le lleva la delantera a Jenell, pues ya realizó la mayoría. Como mi niña es muy solidaria, se tarda más de lo normal para realizar sus ejercicios de matemáticas, incluso pierde tiempo adrede sacándole punta a su lápiz. Una hora después, las dos son libres y se van al cuarto de juegos, con la advertencia de que no pueden hacer ruido para no despertar al niño. Sino, no va a haber persona que lo aguante.

TRES ZIMMERMAN PARA UNA GREY (THREE)Where stories live. Discover now