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Es domingo, en esta ocasión, Paul y yo hemos salido de paseo con nuestros hijos, e indudablemente, Jenell viene con nosotros. Esas dos pequeñas han estado muy unidas los días en que hemos estado de visita en Múnich. Mi esposo nos ha traído a Luitpold Park, no hemos venido antes aquí, pero es muy agradable, tranquilo y familiar. Decidimos hacer un picnic. Nos quedamos sentados sobre la manta, así Manuel puede hacer sus ejercicios de gateo. Mientras las niñas juegan con Ever, quien corre tras ellas, nunca las alcanza y el par de pillas se ponen contenta, claramente, él les da toda la ventaja del mundo.

—Cariño, voy a retirarme un momento. Ya regreso. —Anuncia Paul levantándose de su lugar.

Asiento, y le observo irse. Tal vez necesita visitar el baño, no sé. Regreso mi mirada a Manuel, que hace un ruido tanto extraño como divertido con su boca, se ha llenado todo de baba, lo limpio con su toallita. Inicia su conversación en idioma bebé, balbucea una cantidad de cosas que no entiendo, sin embargo; asiento y trato de responderle con monosílabos: ajá, sí...

—Te adoro, rubiecito —beso sus manos.

Me levanto para que sus piecitos se muevan y pueda andar, paso a paso, el contacto de sus pies con el césped le agrada. Las niñas se nos unen, pero es mi niña quién le anima a continuar, él trata de aligerar el paso para acercarse a ella, no puede, aún no son firmes, avanza poco a poco. «Ven Manu, ven» le llama una y otra vez.

—Tengo hambre, tía —me dice Jenell. —Y me duelen los pies.

Le sonrío.
Es una ternura de niña, no dudo de lo que me dice, con lo que han corrido las dos, es lo más obvio.

—Vamos niñas, es hora de comer unos sándwiches, ¿Quién quiere?

Las dos saltan y son felices por la comida. Mi pequeñito no entiende, pero también hace su ruido al ritmo de las niñas. Le siento sobre la manta para limpiarle las manos y posteriormente darle un par de sándwiches a las dos. Cojo un trozo de pan blanco y se lo dejo a mi niña en las manos para que lo coma él solo. Sophie le regala uno a Jenell, y ella, le regala otro, están compartiendo de lo que tienen, eso me gusta. Busco con la mirada a Paul, que no aparece aún, no nos habrá dejado abandonadas aquí, ¿Verdad? Aprovechando que los niños comen, sacó el móvil de mi bolso para llamarle, con la sorpresa de que le ha dejado. Dejo el asunto por la paz, y me dedico a disfrutar del paisaje, de los niños, del precioso día que hace.

Ese tintineo, lo reconozco, es el que hace el llavero de Paul. Giro la cabeza en dirección a la zona de donde proviene el sonido.

—Ya he regresado —enuncia mi amor con una enorme sonrisa. —Miren quién ha venido a hacernos compañía. Jasmina, ven.

—Hola. —La chica está frente a nosotros. Las niñas le ven, pero de inmediato regresan a su conversación.

—Hola, Jasmina. ¿Cómo estás?

—Muy bien, pero no mejor que ustedes, es un placer poderles ver. —Asiento. No tengo tanta relación con ella como con cualquiera de la familia, incluso conversó más con Sam o Peter.

—Siéntense con nosotros, estamos empezando con la merienda. —Les digo palmeando la manta. —Jenell y Rose, saluden.

Ellas esperan a que ambos estén sentados para repartir besos y abrazos, Paul sale ganando, a él también le saludan como si no le hubiesen visto antes. Paul y Jasmina conversan entre ellos, según he sabido, su relación es bastante estrecha. Estoy incómoda, sonrío por educación, pero no estoy bien con su presencia. Las niñas piden permiso para irse a jugar, viendo que han terminado su refrigerio, les dejo ir, con la condición de que no vayan demasiado lejos o donde no pueda verles. Manuel balbucea, pero esta vez es claro con lo que quiere, sus manos están en mi pecho. Lo acomodo para cubrirle con la mantita, es hora de su única toma de la leche que puedo ofrecerle. Sus bonitos ojos azules se van cerrando poco a poco, estos días ha estado tomando siestas antes del almuerzo, aunque mi teoría es que el medicamento le provoca sueño excesivo. Por fortuna, el tratamiento acaba mañana.

TRES ZIMMERMAN PARA UNA GREY (THREE)Kde žijí příběhy. Začni objevovat