Capítulo 22: Golpe de Realidad

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No dura un huracán toda la mañana ni toda la noche, y por aquel motivo llega la hora en que el sol nace y suelta sus primeros rayos de luz que se cuelan entre las finas cortinas de la habitación, logrando por poco despertar a una hermosa mujer de cabellos dorados y esbelta figura que se revolcaba en la cama, buscando evitar el resplandor del astro rey para volver a conciliar el sueño, dio media vuelta en la cama y paso su brazo por un torso desnudo, causando una curvatura en su rostro, cuyo sinónimo era el de una pícara sonrisa.

--Despierta dormilón… tienes que volver antes de que la histérica de Mikasa te busque por todo el palacio-dijo con una voz somnolienta y bostezando al final.

--No, no quiero ir a entrenar, Shadis me da miedo mamá-dijo una voz adormilada que claramente no era la voz que ella esperaba.

--¿Eren?...-preguntó extrañada, al momento que su acompañante abría los ojos al mismo tiempo que ella.

--¿Mikasa?…-la sorpresa detuvo el respirar del somnoliento Kirschtein-¡esto tiene que ser una maldita broma!-alzó la voz casi al punto de gritar-, ¿Cómo es que llegaste aquí si yo estaba con Mikasa?-preguntó ya menos calmado.

--Yo debería decir eso caracaballo, anoche yo estaba aquí con Eren…-respondió con agresividad, pausando de golpe al observar su situación con más claridad.

--No…-Jean observó y luego le señaló el panorama a Annie, sus ropas regadas por el piso y con un ligero aroma a alcohol, su desnudez tapada por una manta y una sábana respectivamente en una misma cama, y un par de botellas de vino vacías-dime que no es lo que creo que es-le dijo Jean a Annie.

--Cr-creo que si lo es-respondió Annie agarrándose la cabeza y señalando en la sábana la evidencia biológica de la “tragedia".

--La vida me odia-dijo Jean observando la mancha.

--Opino lo mismo-añadió Annie.

--Ni una palabra de esto a nadie-se dijeron los dos al unísono con un tono de voz que simplemente resaltaba el sentimiento de “trágame tierra”.

Ambos se vistieron evitando verse mutuamente y salieron de la habitación casi desesperadamente, afuera estaba esperándolos una visiblemente nerviosa y entusiasmada joven novata de la Policía Militar, aquella joven pidió un autógrafo de cada uno en su chaqueta, ya que, era una fanática devota de ambos mariscales, de Jean con su leyenda de piadoso y Annie la gran guerrera que pasó por la Policía Militar.

Al salir del palacio, después de despedirse ásperamente, tanto Jean como Annie siguieron su camino, el joven despechado pasó el día en una lujosa taberna bebiendo moderadamente sake importado sin llegar a estar ebrio, al volver al lugar donde se alojaba, le habían llegado dos mensajes de la Legión, primero, que estaba libre por dos semanas y segundo, que debía presentarse en tres semanas en Trost. A la mañana siguiente, aprovechando que estaba libre de deberes, volvió al pueblo que lo vio nacer para despejar su mente y visitar a su madre. El pensó que pasaría desapercibido si vestía de civil en su viaje y realizaba dicho viaje por la madrugada, para sorpresa del mismo Kirschtein, la gente lo reconoció y fue recibido con vítores y halagos de todo aquel que lo veía pasar en la calle. Cerca al mediodía, el héroe de guerra llegó a la casa donde su madre vivía, dicha casa aún era sencilla pero ahora algo lujosa con su fachada nueva y su piso de madera, hecha con mano de obra casi gratuita. Claramente los Kirschtein eran ahora una familia ilustre y de alta sociedad en dicho pueblo, siendo este uno de los lugares que más soldados aportó durante la preparación de la invasión a Mare.

--Jeanbo, mi pequeño mariscal te he extrañado mucho, ¿Por qué no escribías más seguido?, me tenias muy preocupada-esa era la señora Kirschtein comportándose como una madre más, dándole un cálido abrazo a su hijo.

--Mamá… no… puedo res… pirar-Jean estaba poniéndose poco a poco de color morado conforme su madre lo abrazaba más fuerte.

--Lo siento hijo, vamos a la casa, estaba en la cocina terminando de preparar el almuerzo-comunicó la señora Kirschtein.

--¿Qué hiciste ma?-preguntó el hambriento Jean.

--Sopa de verduras, y de segundo ese omelette que te gusta tanto-dijo alegre la madre de Jean.

El hambriento Jean no necesitaba terminar de escuchar de lo que su madre estaba hablando, ya que, ni bien escuchó “omelette” fue a gran velocidad en dirección a la cocina, observó que no faltase nada, por suerte para Jean, solo había servir la comida para disfrutar aquella sopa que en su infancia detestaba con ahínco, pero que llegó a apreciar tras enlistarse en el ejército y alimentarse con la comida “reglamentaria”, en la opinión de Jean, esa comida no era ni la sombra de lo que su madre preparaba.

Al igual que en su infancia, Jean ayudó a su madre a poner la mesa, hacerlo le generaba una gran nostalgia, él recordaba aquellos días donde era feliz, realmente feliz y no estaba consiente de ello, de alguna forma extraña, él extrañaba aquellos días en los que lloraba por unos dulces y podía despertar tarde de vez en cuando. Finalmente el joven Kirschtein puso los cubiertos en la mesa y luego, de la cocina trajo una jarra llena de jugo de uvas fresco y hecho en casa.

--Hijo, cuéntame como te ha ido en todo, en la última carta que me mandaste decías que estaban exagerando tus actos en la guerra por lo del reconocimiento de la reina-dijo la señora Kirschtein al momento de comerse una pierna de pollo.

--Todo ha estado… bien-dijo Jean mientras recapitulaba parte de su vida.

--No sabes mentir Jeanbo, dime, ¿Qué te aflige?-preguntó a su hijo, dejando de lado su comida para escuchar lo que su retoño tuviera que expresar.

--La mujer que amo se va a casar y no pude decirle siquiera lo que siento por ella-pronunció con una voz pesada que expresaba frustración.

--Dime, ¿es una de esas rubias que te ayudaron con la comida del general calvo?-preguntó la señora.

--No, ella es Mikasa Ackerman la de pelo negro de la Legió…

--Supongo que es la chica de los dibujos que hay en tu habitación y que se parece a la de los retratos del periódico-le imterrumpio la señora Kirschtein.

--Si-contestó sonrojado-, no sabes cuanto la amo-añadió.

--La última vez que viniste, tenías esos ojos de enamorado, igual a tu padre cuando era joven…

--Mamá, ve al grano por favor-dijo Jean algo incómodo.

--El punto es que, en ese momento pensé que ya te habías confesado y por que eso estabas así, ahora estas igual pero tus ojos tienen algo de tristeza-la señora dijo lo evidente-, es por eso que se que la amas, te voy a dar un consejo que tu abuela me dio, saber dejar ir también es amar-añadió.

--Pero ma, es que... ni siquiera pude decirle nada cuando tuve la oportunidad…

--Entonces ve y díselo, ya no tienes nada que perder-le dijo su madre.

--Ma, a veces no se si me quieres animar o deprimirme más-dijo Jean.

--Soy tu madre Jeanbo, quiero animarte pero también te debo recordar la vida no es un cuento de hadas, y ahora termina tu comida que se enfría, y frio ya no esta bueno-sentenció la señora Kirschtein.

--Esta bien ma-contestó Jean comiendo.

--Por cierto, la rubia de cabello recogido que te ayudó esa vez tam…

--¡Mamá!-dijo escupiendo su vaso de jugo, ahora si estaba ruborizado.

El resto de la tarde, Jean ayudó a su madre con los quehaceres, por ls noche se quedó a dormir en su antigua habitación, allí estaba todo ordenado como debía ser, sus dibujos ordenados en un archivador, una pila de papeles de reclutamiento para el ejército, algunos libros de aventuras que leyó en su infancia. Cobijado con una frazada, él estaba reflexionando sobre las palabras de su madre hasta que el sueño reclamó su lugar.

Nota de autor:
Saludos queridos lectores, debo comunicarles que estamos entrando en la recta final de este fic.

En SilencioWhere stories live. Discover now