Introducción

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Introducción

Hacía varios años que la desgracia se había apoderado de Longbourn, hacía ya casi cinco años que la señora Bennet había fallecido al dar a luz a la pequeña Lydia, dejando tras ella a un hombre totalmente devastado y a cinco hijas. La mayor, Jane, ya tenía 20 años, y estaba gravemente enferma, los médicos de la zona no habían sido capaces de diagnosticar con éxito su dolencia, aunque si coincidían todos en que era una enfermedad que afectaba gravemente al pulmón. Elizabeth, la segunda, tenía 18 años y era la que se hacía cargo de todo, manejaba la casa, ayudaba a su hermana enferma y educaba a las tres niñas pequeñas, Mary, de 12 años, estudiosa y callada, Kitty de 7 años, y Lydia de 5 años, las dos juntas eran como un torbellino que volvía loca a su hermana.

Desde la muerte de la señora Bennet, el señor Bennet había recurrido a la bebida y al juego para olvidar el dolor de su pérdida, dejando sobre los hombros de su segunda hija todo el peso de la casa. Aunque amaba a sus hijas, en especial a Elizabeth, que desde su nacimiento había sido su debilidad, no era capaz de abandonar aquellos vicios que tanto lo perjudicaban a él, y a la reputación de ellas.

Así fue hasta que una noche, a mitad de una de sus borracheras y juergas, se desplomó sin más, asustando a sus acompañantes. Alguno de ellos, lo suficientemente sobrio para ver que algo le sucedía, consiguió llevarlo hasta la casa del doctor del pueblo, que no dudó en atenderlo al ver de quien se trataba.

Cuando el señor Bennet despertó, vio al joven doctor colocando un paño húmedo sobre su frente.

-Veo que por fin despierta- Le dijo sin inmutarse- ¿Sabe donde está?

-Viéndole a usted, debo estar o en su consulta o en mi casa.

-Está en mi casa, señor Bennet- Le explicó- Uno de sus compañeros de juego lo trajo después de que usted se desvaneciera.

-Bien, después se lo agradeceré, ahora debo marcharme.

-Usted no irá a ninguna parte por el momento- Le ordenó- Debo darle un brebaje y unas recomendaciones.

-¿Qué tontería está diciendo? Solo ha sido un desvanecimiento por la cantidad de alcohol que he tomado esta noche- Le dijo molesto- Sé que usted no lo aprueba, me conozco su sermón de memoria, desde la muerte de mi esposa no ha dejado de repetirme lo mismo una y otra vez- Se puso en pie y caminó hacia la puerta- Mis hijas están bien, Elizabeth es responsable y sabe como atenderlas, y yo necesito esto para olvidar.

-¿Y que ocurrirá cuando usted ya no esté?- Le dijo el doctor cuando el hombre giraba el picaporte para abrir la puerta- ¿Qué será de ellas cuando usted deje este mundo? ¿Donde quedarán?

-¿A que viene ahora ese comentario tan desagradable?

-Viene a que usted lleva mucho tiempo jugando con su salud y ahora lo está pagando- Dijo con rotundidad- El desmayo que lo ha traído a mi consulta no es un simple desvanecimiento, es producto de una seria afección que está acabando con su vida a una velocidad vertiginosa.

-Eso no es posible...

-Me temo que si lo es, señor Bennet, usted morirá en un corto transcurso de tiempo, puede que con suerte llegue a vivir tres o cuatro años, siempre que deje sus vicios actuales, claro está, de lo contrario, no creo que pase de este- El señor Bennet sintió como si un balde de agua helada le cayera encima- Sea antes o después, la realidad es que usted va a dejar a sus hijas en la estacada, sin nada de lo que poder subsistir, ¿o me equivoco al pensar que apenas tiene patrimonio que dejarles?- El hombre negó- Si de verdad las quiere, como me ha dicho siempre, enmiende su error, intente labrarles un futuro seguro y estable, de lo contrario, me temo que solo puedo rezar para que no caigan en desgracia.

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