Mi sueño es ella

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—Lo puedo notar, tranquilo —respondí.

—Yo también puedo notar que no estás acostumbrada a conocer personas —contestó—. Pero bien... me gustan los retos —encendió la música y manejamos escuchando a un grupo francés.

Según su reproducción se llamaba «Barrio Populo – Foutu Comba». Era muy raro, pero Andrew cantaba horrible, y me hizo reír que eso no lo detuviera.

—¿Estás consciente de que no has dejado de ver tu móvil desde que llegaste? —me preguntó y preferí ni contestar. Creo que captó la indirecta porque no volvió a decir nada.

Al llegar caminamos hasta la entrada de Harvard. Él no dejaba de repetir que era un gran guía, y comenzó a hacerlo. Con sus payasadas lo primero que me mostró fue el University Hall, el sitio al que van los profesores de la facultad de artes y ciencias. Luego me llevó al Harvard Yard, diciéndome que todos los de primer año vivían en los edificios que rodeaban el jardín, y luego del primer año, ya seríamos asignados a las casas, que eran elegidas al azar como en Harry Potter.
Seguimos caminando y me llevó a la estatua de John Harvard explicándome las mentiras sobre la estatua, para terminar yendo con la misma efusividad y escándalo a mostrarme la biblioteca universitaria Widener, la más grande en todo el mundo. Luego, nos dirigimos Science Center, para terminar paseando por uno de los gimnasios con una gran piscina. Un sitio al que pensé, sería recurrente.

Andrew se mostró agradable durante todo el día y fue mostrándome cualquier tipo de detalles hasta que llegamos a la escuela de medicina. Me sentía satisfecha, palpando un pedazo de mi futuro, pero vacía, porque algo en mí no estaba bien.

—Tu madre dijo que vomitarías de la emoción y sigues más pendiente de tu móvil que de la universidad.

—Es fascinante —intenté mostrar más interés—: es como trasladarte en la historia y saber que pronto va a comenzar tu aventura.

—Mmm... ¡La aventura no es la universidad! La aventura está en la vida y en las personas que conoces y que a su vez te cambian —respondió Andrew y luego de seguir caminando y tomarnos un café, fue anocheciendo.

Cuando lo llamaba su madre hablaba como galán de novela, cuando colgaba era alocado y también imitaba las formas de mujer.

—¡Escríbele! Si te mueres por hacerlo, ¿por qué no lo haces?

—Es complicado —guardé el móvil en el bolso y volvimos a su carro.

—¿Terminaron? ¿Te fue infiel? ¿Está con otra? Anda, cuéntame.

—Tiene a alguien —respondí.

—Es triste amar lo prohibido —respondió Andrew mientras conducía para llevarme a casa—: Pero no es mal de morirse, es decisión, o te quedas intentando captar su atención, o te alejas y captas que no vas a ningún lado. Es sencillo, pero nos complicamos. Es como estar enamorado de tu Crush y convertir ese amor en obsesión. ¡Patético! Tú no seas patética, pareces una niña estable —volvió a poner la música y quise responderle que no era el caso, pero era posible que lo fuera.

Me dejó en mi casa y abrió la puerta del carro, para con sus payadas decirme «como una princesa, sana y salva, en la puerta de su palacio». Estaba loco, mucho más que Paula.

Los siguientes días me sentí feliz y triste. Rarísimo. Feliz de estar en un lugar en el que me sentía cómoda, triste porque ese lugar no la tuviera a ella.

Huir de lo que sentía no estaba resultando y ni siquiera acompañar a mis padres al hospital y compartir con ellos, me ayudaba a sentirme mejor. Sin embargo, no me motivé a escribirle.

Todavía recordaba sus palabras sobre follarse a Noah, la locura de que nos hubiéramos besado y la manera en la que estábamos dañando la amistad. Todo eso frenó mi impulso y sin saber que el orgullo no sirve para nada bueno, caí en él.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now