34. Odia las etiquetas

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Emily

Un pequeño rayo de luz atraviesa por la habitación fría logrando molestarme con su presencia en mi cara. Aprieto mis ojos menos de cinco vences intentando que se largue, pero solo logré despertarme más rápido.

Me encuentro boca abajo en la gran y cómoda cama de sábanas oscuras y suaves, no puedo evitar estirarme como una niña que no quiere levantarse aún. Miro al contrario del lado de donde estoy para encontrarme con la cama desordena, con las almohadas a los lados y con pliegues en las sábanas.

«Ya se levantó».

No puedo evitar sonreír para mí como una tonta enamorada durante unos segundos. Hasta qué me muevo en la cama y me siento... ¿libre? Me refiero a qué..., sin brasier, sin traje de baño, sin..., ¿qué mierda pasó conmigo?

Me levanto de golpe saltando de la cama, por un momento casi me tropiezo. Cuando logro quedar de pie paso mis manos por la camiseta oscura que llevo puesta, efectivamente estoy semidesnuda y con una braga que no son mías, claramente.

Al menos estoy cómoda y con su camiseta. Huele a él, a su perfume particular y a Dior también. Agacho un poco mi cabeza para observar que el final de la camiseta negra cubre mis muslos, pero a la vez si me muevo mucho la camiseta se levanta dejando ver principio de mi trasero.

No tarda en llegar aquellos pinchazos parecidos a relámpagos tortuosos a mi cabeza que me recuerda que he bebido tanto anoche, y que necesito urgentemente una maldita aspirina, porque la cabeza me va a estallar. Parece todo retumbar dentro de mi cabeza y cada paso que doy por la habitación reparándola, solo hace que los pinchazos sean más fuertes.

Dios, es insoportable. Y de pronto caigo en cuenta; mi cabeza empieza a llenarse de preguntas a las cuales no tengo respuesta, peor, no tengo ni siquiera recuerdos que me ayuden.

¿Qué mierda pasó conmigo? ¿Dónde está mi traje de baños? ¿Por qué huelo tan bien y me siento tan mal? ¿Dónde está, él? ¿Qué horas son?

Lo único que sé, es que es culpa de todo el vodka que tome. Lo cual tuvo que ser bastantes botellas como para tener este efecto en mí. Por eso es la bebida que siempre suelo tomar, tal vez porque en aquellos momentos donde peor me sentía con todos los problemas que cargaba en los hombros sobre Christian y su obsesión. Olvidaba hasta cierto punto, lástima que solo eran lagunas temporales, o al menos para recordar desgracias, y no como ahora... ¡Qué sí quiero recordar!

De pronto mi pelvis choca con el escritorio caoba de James, y llevo mi vista hacia el escritorio encontrándome algunas hojas desordenadas, pero hay una sola que me llama la atención porque está firmada por mí. Tomo la hoja detallándola y...

—Por supuesto que es mi firma—digo para mí con una voz ronca terrible, parece que durante la madrugada lo único que hice fue; gritar, reír, y... no sé qué más—. No, no, no, necesito recordar. Estúpido vodka—sacudo mi cabeza con angustia y corro hacia la gran puerta corrediza que da hacia el balcón.

Abro por completo las cortinas logrando que entre el sol por completo a la habitación. Al principio me siento una especie de vampiro cuando mi cara queda expuesta al sol con la sensación de quemarme.

Desde la altura en la que se encuentra la habitación de James, a través de la puerta de vidrio a pocos centímetros de mí, observo el hermoso jardín trasero que da la vista desde su balcón. De hecho, la vista de su habitación da hacia toda la entrada de la ostentosa y perfectamente diseñada mansión de los Harrison.

Observo los autos que se encuentran en la redoma, sobre todo uno en particular. Un Aston Martin, que parece revolverse en mi laguna mental...

¿Laguna mental? ¿Te parece poco? Dios mío. Es peor de los que pensé, porque yo tampoco recuerdo una mierda.

Juntos Una Vez Más [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora