El hada herrante

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Mis pies envueltos en pieles a manera de unas muy improvisadas botas se arrastraban por la arena blanda. El viento polvoriento no me afectaba mucho pues lo repelia con un leve halo a manera de escudo.

Tenía la cabeza cubierta con una manta de bordados inusuales para la civilización del continente, mi cabello trenzado caía en múltiples tiras gruesas y mechones sueltos desgarrados por el viento. A mi lado avanzaban dos duendes encapuchados, cubiertos por capas oscuras de pies a orejas, fácilmente podrían confundirse con niños pequeños. Uno de ellos llevaba un cesto en la espalda, del cual se asomaban un par de pequeños ojos de vez en cuando para ver el extraño mundo que los rodeaba.

Si se lo preguntan, no regrese a la academia, nunca termine el examen.

--Aun no sientes nada Yimu?

--No, no hay ningún faro cerca.

--Muy bien, acamparemos aquí.

Dejé caer un morral en una losa de piedra, en el camino a nuestro próximo destino nos encontramos con unas ruinas, solo eran unos pisos, pedestales y un par de columnas derruidas tapadas un poco por la arena.

Gox comenzo a extender unas lonas que llevaba en su mochila y armó una sencilla tienda usando los pilares. Con mi emanación de repulsión limpie el suelo y nos sentamos.

Yimu sacó al duende bebé de su canasta y comenzó a lamer su cara para limpiarlo. El pequeño se movía tratando de evitar los cuidados tan menticulosos de la duendecita.

--Gox, enciende fuego por favor, ya casi es de noche.

Gox obedeció a Yimu en un instante y juntó rocas en circulo, luego dibujó un sello en medio. Para mantener el fuego usó su magia de fuego azúl y una cálida fogata iluminó  el centro de nuestro hogar temporal.

Me levanté y deje de preparar un estofado de extraños crustacios que desenterraba de la arena cuando teníamos suerte.

--Por qué dejas de cocinar?! Tengo hambreeee.

Gox golpeaba mi costado reclamando.

--Callate!

Le di un golpe en la cabeza con la palma extendida, en cambio el molesto bumbdi, a punto de lanzarme una bola de fuego, paró las orejas.

--Son siete aproximadamente, magos y no magos.

Gox hablaba sin dejar de mover sus orejas.

Llegando con la muerte del atardecer, una enorme cortina de polvo se levantaba tras tres hombres cabalgando sobre Galeongardos (similares a un siervo peludo con orejas muy largas), explosiones de magia les pisaban los talones. Bajaron por las dunas y persiguiendo a los desdichados jinetes llegaron cuatro sujetos sobre serpientes enormes.

--Que son esas cosas?!

--Son Basiliscos de arena!

Las gigantescas monturas bífidas con ojos como orbes de oro sisearon lanzando mordiscos.

Yimu y Gox se mostraron alertas y escondieron al bumbdi bebé. Yo me quedé analizando la escena.

Usando la gema de aumento que me regalara Fryd antes de su desaparición y con algo de mi magia, cree un catalejo como el que usaba Grisde.

Los tres que huían tenían uniformes de soldado de los reinos aliados. Los magos que los perseguían tenían todo el estilo de bandidos del desierto, con ropas llenas de arena y oscurecida por la sangre.

Deje escapar un largo suspiro y golpee mi frente, si los ayudaba me arriesgaba a ser descubierta, pero si los dejaba solos, morirían.

--Vamos Gox, ya sabes que hacer. Yimu, es tu turno.

La Dama Blanca es un varónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora