CAPÍTULO 18

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Eran las ocho de la tarde. Pero aquí estaba afuera de la casa de Alex. No había nadie, pero aquí estaba esperándola. Sentada en las escaleras de la entrada, esperando a que la lluvia se calmara un poco.

No era una metáfora. Realmente estaba lloviendo. No demasiado, pero iba y venía. Y entre cada ida y venida, estaba ahí recibiéndola. Así que si, estaba empapada.

Con la mirada baja, mirando el agua correr por la acera. Esta parecía seguir un curso, un curso que ahora yo necesitaba seguir. Una dirección que me dijera donde ir. Porque ir a casa era estresante, quedarse aquí hacía frio y caminar por las calles había sido cansado.

Cuando pensaba en si irme o quedarme, fue que escuché su voz.

— ¿Qué mierda haces aquí? — y no fue amigable. No es que debería serlo, no lo fui yo antes.

— Vine porque creí que...

— No quiero escucharte, vete. — se quitaba su casco y dejaba su moto ahí. No parecía empapada de la lluvia como yo.

Me levanté, tal vez si debería irme.

— Lo siento, Alex. Entiendo que estés molesta. Hoy ha sido un día terrible, no sabía dónde ir y pensé que...

— Que sería idiota como para dejarte pasar. — completó ella, negué. — ¿Qué sientes realmente, Camila?, ¿No haberme escuchado y que ahora lo estés pagando o que jugaras conmigo? Pero ahora vienes aquí porque claro, soy tu última opción. Como siempre. — no lo olvidaba. Tal vez debí seguir caminando.

— ¡Si, mierda! Tenías razón. ¿Eso quieres que diga? — alcé la voz, no estaba de ánimos. — Sé que fue mi culpa dejar que me hiciera daño. Ser estúpida y no mirarlo. Yo también estoy enojada conmigo. — me acerqué, pero aún le dejé su espacio personal. — Y sé que no debí hacerte daño. Cuando me di cuenta ya era muy tarde, lo sé. Perdón por eso también.

No dijo nada, solo me escuchó. Asentí, me iría.

— ¿Sabes? Me enamoré de ti cuando creí que no lo volvería a sentir. Te lo di todo o lo intenté. Y mierda que te dejé entrar en mi corazón. Lo intenté muchas veces y solo tuviste cinco minutos y alcohol para entregarte a ella. Increíble. — negué, no tenía que escuchar esto. Me reí con ironía.

— Lo hice y ¿Sabes qué pasó? Lo arruiné todo. Créeme que yo también me arrepiento de entregarme a ella. No tienes que insinuar que soy una zorra. — caminé a su lado, lista para irme. — Y si querías que me entregara a ti, tampoco podía hacerlo. No lo sentía y no podía obligarme a sentirlo. Da igual, porque no recuerdo nada y ella no lo sentía como yo. Me voy. Adiós, Alex.

Y pasé por su lado, continuando mi camino por la calle. Pero me llamó.

— Camila. — me volteé. — ¿Cuánto tiempo llevas esperando? Podré ser una mierda, pero no te dejaré ir así. Puedes quedarte por algo de comida y ropa. No quiero que te enfermes. — pero ahí estaba, olvidándolo un rato para hacerme compañía. Era una buena persona. Y tal vez debería verme como la mierda para que me detuviera.

Lo acepté, podría verme como la mierda ahora.

Entramos a su casa. La casa de su padre, era hogareña. Tenía una chimenea que daba calor en una casa de un solo piso. Dos cuartos, baño y cocina. Había un comedor pero según Alex, nadie comía ahí.

Solo era una casa para un padre y su hija.

Me dio algo de ropa. Una camisa y unos pantalones anchos, eran cómodos. Puso mi ropa en la secadora. Ambas nos sentamos a esperar en el calor del suelo y la chimenea de enfrente.

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