2. LA LENGUA DE DIOS

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Caminaba como si el mundo le perteneciera. Cada paso que daba, era como indicar que ese trozo de calle que estaba pisando era de su propiedad. Miraba hacia el frente, no había nada interesante que ver a su alrededor.

Si fuera por él, nunca hubiera ido a ese perdido pueblo de Hamburgo, pero todas las pistas dadas por su maestro le conducían a ese lugar. Le molestaba, aun así sabía que tenía que hacerlo, sin importar si le gustaba o no.

Soltó aire. No podía cambiar el pasado, y lo mejor era solo pensar en el futuro. Su vestimenta atraía las miradas de los más curiosos. Su cuerpo era delgado, encima llevaba una gabardina larga de color negro abotonada hasta el pecho, un pantalón oscuro, y zapatos de vestir brillantes y limpios. También llevaba en las manos una vara oscura coronada con una esfera de cristal.

Eso no era lo que llamaba la atención de los transeúntes, ni la calva, sino la marca grabada a fuego en la frente del hombre, figuraba ser un ojo, sus ojillos dejaban escapar un destello escarlata, su larga nariz, y las arrugas del rostro tampoco parecían darle un buen aspecto.

El sonido de las patrullas le hicieron detenerse, más adelante, varios automóviles salieron de la calle, giraron a la derecha, y se detuvieron a unos cuantos metros de donde estaba Abayomi.

La gente corrió de un lado a otro, acercándose a la acera. Abayomi se dio media vuelta, y observo la situación.

Los policías se detuvieron a unos cuantos metros del banco del pequeño pueblo. Descendieron de las patrullas, eran dos autos, descendieron cuatro hombres, que se resguardaron detrás de sus puertas, y apuntaron con las armas de fuego hacia la entrada del banco.

Las puertas de cristal del banco se abrieron de par en par, un hombre bajo una capucha salió del interior. Solo llevaba una bolsa de plástico, y nada más.

Pareció observar a su alrededor y no interesarle lo que pasaba. Continúo caminando.

—¡Deténgase o abriremos fuego! —Advirtió uno de los policías, el encapuchado pareció no escuchar las amenazas y avanzó. Bajo los tres peldaños de una escalera de piedra, giró a la izquierda y caminó por la calle.

La lluvia de balas comenzó. La gente enloqueció solo de oírlas, y corrieron a todos lados buscando un refugio. Pero no Abayomi, a él no le daban miedo un par de balas. Y al parecer al ladrón tampoco, detuvo su caminata, y solo pareció importarte su bolsa. Las balas penetraron en su espalda, costados, piernas... no lanzó un gritó, una maldición, un gemido. Abayomi sabía que algo no andaba bien con ese hombre.

El fuego ceso cuando las balas se terminaron. El encapuchado se mantuvo quieto por unos segundos, se alzó, y continuo caminando, como si nada hubiera sucedido. Bajo la mirada de sorpresa de los policías, el ladrón llego a una intercepción, giró hacia su izquierda, y desapareció de la vista.

Abayomi sonrió. Sabía que no andaba algo mal con ese hombre. Reanudo su caminata, y se perdió en la oscuridad del primer callejón que encontró.

Dagmar caminaba por el pueblo, con orificios en su chaqueta, y manchas de sangre. Sin duda no daba el mejor aspecto, pero eso le interesaba a él, ni al resto del mundo, con o sin manchas de sangre, para todos siempre sería un monstruo.

Se detuvo en la primera vinatería que encontró.

—Tres botellas de ron —pidió con voz ronca, el hombre detrás de la reja desapareció, y al pasar de unos minutos volvió, y dejo tres botellas al descubierto.

—Serian... —Dagmar le vacío todo el dinero de la bolsa oscura, cogió las botellas, y se alejó del lugar.

Antes de llegar a su destino, destapo una de las botellas y comenzó a beber. Traspaso un barandal oxidado y roto, cruzó por el jardín seco y marchito. Subió los tres peldaños de piedra cubiertos de moho, y se detuvo ante la puerta de madera con manchas de carbón hasta los cimientos.

Se terminó el líquido de la botella, y abrió la puerta. La única luz que entraba por la antigua iglesia era por los grandes ventanales, donde ya no había ventanas, o estaban rotas. Todo dentro era ruinas, las bancas quemadas hasta sus cimientos, las paredes carcomidas por el moho y el carbón. Solo a mitad de la iglesia había una mesa y una silla, que ahora era ocupada por una persona, oculta en las sombras por la falta de luz.

—¿Quién rayos eres tú?, este sitio me pertenece —rugió Dagmar, sujeto con fuerza la botella vacía, y se la lanzo al desconocido.

El hombre pareció levantar alguna clase de vara, la agitó como si lanzara una estocada vertical, la esfera se llenó de una brillante luz escarlata, y un mono salió despedido en un salto, cogió la botella y cayó con astucia, cargó la botella entre sus bracitos peludos de un carmesí oscuro, saltó hacia arriba y cayó en la mesa, dejo la botella y después se esfumó dejando escapar solo unas lucecitas brillosas.

—Soy parecido a ti —susurró Abayomi poniéndose en pie.

—¿Qué diablos eres? —Preguntó un interesado Dagmar.

—Eso es lo mismo que te pregunto. Has recibido disparos, y te has marchado como si no los hubieras recibido —Dagmar frunció el ceño.

—Soy un monstruo —lanzó cada palabra con veneno. Dio unos cuantos pasos, hasta quedar iluminado por la luz, y se retiró la capucha. Abayomi le miró el rostro quemado, carcomido, la falta de nariz, y cabello. Se acercó con pasos sonoros, y levanto una de sus manos para tocar a Dagmar, aunque este se apartó.

—Fantástico —agregó maravillado Abayomi.

—¿Fantástico? Soy un monstruo, que no puedes verme. He asesinado personas. ¡Soy un monstruo! —Los ojillos de Abayomi brillaron de un escarlata intenso.

—Tal vez lo seas, o tal vez no. Tal vez todos los que te llaman monstruo, son ellos los que realmente son los monstruos. No debemos juzgar a una persona por su apariencia, ni por su pasado.

››Afuera, hay cientos de monstruos que se hacen pasar por humanos. Monstruos que quieren destruirnos porque somos diferentes, piensan que tienen el derecho a llamarnos monstruos. ¿Te digo que pienso yo? Que están equivocados, que ellos no deberían estar viviendo en este mundo. Únete a mí, crearemos un mundo nuevo, un mundo donde no existan los monstruos, un mundo donde los fuertes prevalecen, un mundo lleno de felicidad. Únete a mí, y te mostrare ese hermoso mundo, donde tu dejaras de ser un monstruo, serás simplemente Mortem.

Abayomi estiró la mano, que pronto se cubrió de Mantra escarlata. Dagmar observo los brillantes ojos del calvo, había algo en ellos, algo que llamaba la atención de Dagmar.

Eran sinceros, realmente creía lo que estaba diciendo. No le estaba mintiendo, él lo llevaría a un mundo mejor, un mundo donde el no sería un monstruo.

—Muéstramelo —Dagmar estiró la mano y cogió la de Abayomi, haciendo que la fe, la esperanza, y la ansiedad de poder y libertad que trasmitía el Mantra de Abayomi, se apoderara del cuerpo de Dagmar, y le hiciera confiar ciegamente en su nuevo compañero.

Dagmar se dejó caer en una pierna. Levantó el rostro, y observó los brillantes ojos de Abayomi. Su deber seria protegerlo y estar a su lado, para ver juntos el nuevo mundo.


 (...)

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Choque de Maestros (Crónicas de un Inesperado Héroe II)Where stories live. Discover now