—No voy a dejar nada —respondo, tratando de no sentirme nervioso—. Simplemente tengo que encontrar el modo de poder organizarme bien.

Y Elián se traga mi mentira, porque asiente con la cabeza y me da unas palmaditas en la espalda.

Como nota que estoy un poco desconectado, se hace cargo de mi clase, indicándoles a los chicos que es hora de cambiar los equipos. Yo me limito a observarlo en silencio, totalmente agradecido por su intervención.

Elián es el entrenador favorito de muchos, incluso el mío. Cuando recién había comenzado a trabajar en el club, hace unos dos años atrás, él se encargó de guiarme y de hacerme sentir como en casa. Realmente se preocupó por mí y no dudó en enseñarme todo lo que sabía –incluso algunos de sus trucos-, algo que siempre voy a valorar. Y no hay nada que anhele más que poder convertirme en alguien como él cuando sea mi turno guiar a los nuevos entrenadores, porque realmente es un modelo a seguir para mí.

Él se voltea a verme y noto que sus ojos marrones irradian preocupación. Entonces le enseño mis pulgares en alto y eso le sirve como confirmación de que todo está bien, por lo que me dedica una sonrisa y se mete en la cancha. Así que comienza a jugar con los chicos y yo lo miro con una mezcla de admiración y burla, por un lado porque sus movimientos son rápidos, limpios y precisos y, por el otro, porque me resulta gracioso el modo en el que su pelo negro se sacude cada vez que le pega a la pelota. Además, es realmente alto y su ancha espalda queda al descubierto debido a la musculosa que lleva puesta, por lo tanto, destaca mucho entre mis alumnos pre-adolescentes.

Cuando termina el entrenamiento, me acerco a él para agradecerle por su ayuda y su respuesta es unas palmaditas en mi espalda. Entonces, cuando creo que va a irse, se voltea y me dice:

— ¿Qué te parece si vamos al cine esta noche?

—Me parece bien.

— ¿No te molesta que nos acompañe mi hermana y una amiga suya?

Niego con la cabeza.

Aunque la realidad es que sí me molesta. Bueno, no es que su presencia me resulte molesta, sino un tanto incómoda. Elián una vez mencionó que ella estaba interesada en mí y, cuando organizó una salida grupal para que nos conozcamos, no sólo no conecté con ella, sino que me sentí incómodo toda la noche.

Pero le debo una a Elián y también necesito olvidarme del acosador, así que no tengo otra opción que aceptar la invitación.

Al salir del club, voy caminando directo hacia la estación, donde deben estar esperándome los chicos.

En el camino, intento relajarme, pero se me hace imposible no mirar por encima de mi hombro cada tanto, para asegurarme de que no haya nadie siguiéndome. También hago una vista panorámica cada media cuadra y me enfoco especialmente en los árboles, para confirmar que no haya nadie mirándome detrás de uno.

Cuando me encuentro con el grupo, me doy cuenta de que Ámbar tampoco puede dejar de mirar hacia todos lados. Y eso significa que no soy el único paranoico, lo cual no sé si me tranquiliza o me altera todavía más. De todos modos, ninguno de los dos toca el tema en voz alta, simplemente nos dedicamos a corroborar que no están espiándonos o tomándonos fotos.

Ahí es cuando Vera suspira irritada y dice:

—Me están poniendo nerviosa. ¿Qué les pasa?

Ámbar me mira con los ojos bien abiertos.

Por un segundo medito las palabras que pienso usar, probablemente porque tengo en mente inventarles alguna mentira. Pero quizás ellos son los siguientes o, en realidad, están siendo actualmente acosados y no lo notaron, así que es preferible que les diga la verdad para poner opiniones en común.

Las notas de Lola | Malenavitale ©Where stories live. Discover now