(2) Cap. 8

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Las sábanas abrazan mi cuerpo semidesnudo para darme calor el resto del tiempo que me queda para levantarme y empezar a hacer cosas este sábado.

La verdad, es que no tengo ganas de levantarme, y tengo más ganas por el simple hecho de que mi madre se va al mercado con mi abuela y la pequeña para comprarle unos zapatos que le valgan en el colegio, ya que han puesto un reglamento en el calzado un tanto extraño. En el mercado hay una tienda que nunca falla al estar. Sus zapatos son buenos y mi madre se ha hecho amiga de la vendedora.

Mi padre debe de haberse ido a trabajar para luego descansar esta tarde. Se lo merece, siempre anda quejándose de lo agotado mentalmente que lo deja la oficina. Menos mal qué estamos Paula y yo para sacarle una sonrisa abrazándolo y dándole un beso en la mejilla.

¿Qué hora es? Alcanzo mi móvil, que reposa en la mesilla de noche mientras carga, y miro la hora. Las diez de la mañana.

La persiana no me deja ver el cielo, pero puedo notar que está despejado por el sol que se cuela por los huecos de este. Me estiro y bostezo. El mayor placer de la vida.

Pero... Sería mejor si Henry estuviera a mi lado en esta cama, abrazándome y despertando con el mismo bostezo que yo. Me crearía tanta ternura verlo de esa manera que no resistiría el besarle.

Acaricio mi frente. Aún siento como si él siguiera posando la suya en la mía. Que ganas tenía de besarle.

La puerta es aporreada con suavidad un par de veces. ¿Quién será? A estas horas, mi madre ya se habrá ido con la pequeña y mi abuela de compras. ¿Entonces?

—¿Papá? —alzo la voz para ver si acierto.

—Uy, sí. Tengo una voz tan masculina que soy tu padre —¡no puede ser que esté aquí a estas horas!

—¡¿Maya?! —me sorprendo de oírla.

—Baja la voz. El recién nombrado quiere dormir. ¿Puedo pasar?

—Esto... No, no estoy presentable —me levanto de golpe y corro al armario para ponerme cualquier cosa que no me haga ver bien en boxers.

—Venga ya, como si no hubiera visto a chicos en calzoncillos. ¡Hay muchos en series!

—Esto no es lo mismo. Una cosa es una serie y otra la vida real.

—Tonterías, los sentimientos son los mismos —me pongo un pantalón y, cuando tengo la camiseta en la mano a punto de ponérmela, le dejo entrar.

—Ya puedes entrar —la puerta se abre y me deja ver a una chica de cabello rubio tan bien peinado que diría que ha pasado por una peluquería antes—. Madre de dios...

—¿Qué pasa? ¿Estoy mal?

—¿Cuánto has tardado en arreglarte el cabello? —pregunto.

—Diez minutos. ¿Por qué?

—Simple curiosidad —me pongo la camisa y me siento para empezar con los calcetines.

Mientras me termino de vestir, observa mi habitación con esos orbes marinos llenos de curiosidad como yo. Cada esquina es inspeccionada por ella, hasta que se acerca a una litera en el que hay un colgante siendo sujetado por el marco de una foto de infancia. Nosotros en la heladería, disfrutando de la graduación con nuestros collares recién puestos.

—Veo que lo conservas muy bien.

—Y en un lugar bastante visible —me pongo a su lado—. No me desharía de él en ningún momento. Somos familia, Maya. Y lo que nos regalaste lo simboliza —apoya su cabeza en mi hombro.

—Tienes razón. Lo somos. Lo gracioso de esto es que Larry no se lo ha quitado en estos años.

—Me lo imagino —soltamos un par de risas leves.

Mi Querido GorditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora