Cap. 29

689 72 8
                                    

Miro lo que está haciendo mi padre en la encimera de la cocina. Mi padre ha llegado temprano de trabajar y parece que le gusta mucho la cocina. Nunca ha tenido tanto tiempo para hacer algo, por lo que es una sorpresa para mí.

—Papá, ¿qué haces? —algo de chocolate me hace babear.

—Oh, Hugo. Estoy haciendo una tarta para tu madre —se ve feliz.

—¿Te gusta la cocina? —como niño curioso que soy, le exploto a preguntas.

—Desde tu edad que me gusta. Es tan solo un hobby, pero se disfruta mucho haciendo algo que los demás gusta.

—Cuando tenías mi edad, ¿cocinabas mucho?

—Tu abuela no me dejaría tocar su cocina sin su permiso. Además, era muy torpe.

—Ahora entiendo de dónde he sacado la torpeza —mi padre se echa a reír.

—Algo tenías que tener mío, aparte de tu curiosidad.

—Creía que mamá era la curiosa.

—Lo es, pero yo lo soy más —pone un trozo de bizcocho más para un piso de altura—. ¿Quieres ayudarme a hacerla?

—¿Puedo? —mis ojos brillan por las ganas que tengo.

—¿Has terminado los deberes?

—Ayer los terminé, señor —recto como un soldado que hay en las tiendas de juguetes.

—Está bien. Trae una silla y súbete para que podamos seguir.

—¡Vale! —agarro una silla y la llevo al lado de mi padre.

—Queda poquito, como echarle el chocolate encima y otro piso fino de bizcocho.

Papá me deja agarrar el trozo de bizcocho esponjoso, no sin antes lavarme las manos, y espero a que eche el chocolate. Después, agarro el cuenco y le echo el sobrante. Parece que todo estaba ya horneado, por eso olía muy bien en mi habitación.

—Ahora, podemos ponerle adornos. Aquí hay unos cuantos de fiestas pasadas, por lo que podemos soltar nuestra creatividad para hacerlo más bonito.

—Así ya se me hace la boca agua, papá. Es hermoso.

—Aunque el chocolate ya sea hermoso de por sí, hay que adornarlo. ¿Quieres ponerle un mensaje a mamá?

—¡Sí! —papá me pasa algo extraño que dice se llama "manga pastelera", lo agarro como me indica y empiezo a escribir con dificultad, pero al menos el mensaje es claro.

—"Hugo y papá te quieren". Muy bonito. Ahora, un par de flores comestibles.

—Qué asco —saco la lengua.

—Estas son dulces, te gustarán.

Cuando terminamos con la decoración, nos alejamos de la tarta y mi papá la pone en el frigorífico.

—Necesita estar dentro unos cuantos minutos.

—Por cierto, ¿es todo para mamá?

—Exacto. Pero, si quieres, podemos hacer uno para nosotros. Aún queda para hacer uno un poco más pequeño que el de mamá.

—¡Vamos! —justo cuando levanto los brazos animado, la puerta suena.

Nos acercamos para ver quién es y, al abrir la puerta, cuatro rostros familiares se presentan, dibujando una sonrisa en mí.

—¡Hola, Hugo! —sueltan mis tres amigos al unísono.

La madre de Henry habla con mi padre.

—Siento venir sin avisar. Me han estado pidiendo un millón de veces de ver a Hugo y me estaba empezando a doler la cabeza —suelta una leve risa, pero se ve que le duele de verdad.

—Tranquila, no estábamos haciendo nada importante, aparte de un tarta para mi mujer.

—¡Toda para mi mamá! —con las manos hago un gran arco, mostrando qué tan grande es.

—Ya sé el porqué, un niño viene en camino. ¿Qué tal está?

—Se ha ido a ver a su madre para hablar, volverá en un par de horas. De mientras, los pequeños nos pueden ayudar a hacer una tarta. ¿Os apetece?

—¡Sí! —como para decir que no.

—¡Pues vamos! —Larry y Maya siguen a mi padre emocionados, yo espero por mi gordito.

—Volveré más tarde, ¿vale? —le da un beso en la frente—. Te quiero.

—Te quiero —y cerramos la puerta. Me mira contento con sus brazos abiertos, dando paso libre.

Sin que me tenga que decir nada, lo abrazo y apoyo mi cabeza en su hombro. Últimamente ha estado creciendo más que yo, pero se siente cómodo estar a su lado.

Siento cómo sus manos acarician mi espalda y su corazón lo delata, está volviendo a sentir lo de siempre.

—Tenía ganas de verte —sonrojado, dice tales palabras.

—Yo también —desde que mi madre nos dijo que venía mi hermanito, se ha estado acercando más y dando más abrazos que de costumbre—. Vamos, quiero hacer la tarta —le agarro de la mano y lo llevo con los demás.

Al acercarnos, mi padre nos explica el cómo hacer el bizcocho. Los pasos son simples, menos cuando tenemos harina en nuestras manos. Sin querer, uno de nosotros, sin saber quién por estar mirando a Henry y su sonrisa, rompe el saco de harina y explota en nuestras caras, dejando todo perdido.

Tosemos por el aire. Las ventanas se abren y, poco a poco, se puede ver. Todos tenemos la ropa llena de harina, nuestro cabello también.

—¡No veo nada! ¿Qué ocurre? —Maya agarra sus gafas y le pasa un paño húmedo—. Oh, gracias, Maya —se sonroja.

—De nada.

—¿Qué ha pasado? —pregunto.

—Ha sido mi culpa —asume Maya—. No agarré bien la bolsa.

Todos nos quedamos callados, hasta que vemos a mi padre lleno de harina y petrificado. Tiene una cara graciosa a todo esto.

—¡Maya! ¡Mira a mi padre! —nos echamos a reír, y ella también al verle.

Un gran estropicio, pero gracioso el resultado.

Mi Querido GorditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora