Cap. 23

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—¡Henry, espérame! —grito mientras lo veo correr por los árboles como si los conociera como la palma de su mano.

—¡Rápido! Quiero enseñártelo antes de que desaparezca. La lluvia ya casi ha parado.

—Nuestras madres se van a preocupar —y eso me da miedo, que piensen que nos hemos perdido por el bosque que hay cerca de la casa de la playa y vengan a por nosotros.

—No te preocupes, le he dejado una nota a mi madre.

—¿Con la letra que tienes? Va a pensar que te han raptado.

—No seas tan malo —se detiene y me hace un puchero que hace que mi corazón se acelere—. Tengo buena letra, admítelo.

—Esto... —su puchero me hace sentir mal—. Vale, la verdad es que tienes mejor letra que yo. La mía siquiera lo entendía la profesora.

—Bueno, dicho eso —me agarra de la mano—, hay que darse prisa.

Reanudamos la marcha, que es correr como si unos perros rabiosos nos quisieran morder el trasero, teniendo cuidado de no tropezarnos.

Henry ha estado mirando mucho por la ventana, esperando a que la lluvia parase un poco para sacarme a la calle sin Larry y Maya, lo cual me deja un poco triste.

Pero...

Te mostraré algo que solo quiero que veas . Será nuestro lugar especial, al igual que colorido.

Esas fueron sus palabras cuando la lluvia iba cesando.

Tanteando los árboles, creando ruido al pisar las hojas que van cayendo de los árboles e intentando no encontrarnos nada salvaje. Escucho algo a lo lejos, parece que nos dirigimos al punto de aquel ruido.

Suena como el agua cayendo desde muy alto. ¿Será eso? No me acuerdo de su nombre, mi pequeño cerebro de niño pequeño aún está experimentando y aprendiendo nombres.

Al pasar por unos matorrales, mis ojos observan un lugar precioso, hermoso, maravilloso, todas las palabras que sean igual a su belleza.

Ya entiendo el porqué Henry me traía rápidamente y sin descanso.

Al parar la lluvia, el sol se hace presente y crea un arco iris por las gotas de agua que aún están cayendo, las cuales acompañan el río que cae.

La mano de Henry me aprieta, me mantiene seguro de que este es el mundo real y que algo tan bello está cerca de su casa.

—¿Sabes cómo se llama esto? —me pregunta, a lo mejor quiere ser mi profesor por un día.

—No. ¿Qué es? —sus mejillas se hinchan al sonreír de oreja a oreja.

—Es una cascada. O, como yo lo llamo, cascada arco iris. ¿Te gusta?

—¡Me encanta! —sus mejillas regordetas se sonrojan al verme sonreír ampliamente—. ¡Gracias por traerme, Henry! —me lanzo a él y lo abrazo bien fuerte, o lo que mi fuerza puede—. ¡Eres el mejor!

Al momento no me abraza, pero al final me rodea con sus brazos y apoya su frente en la mía.

—Mírame, por favor —teniendo mis ojos cerrados para disfrutar de la fuerza de su abrazo, los abro para mirar sus ojos verdes que se funden con el ambiente—. Este será nuestro lugar especial. Un secreto, ni siquiera nuestros amigos pueden saberlo, ¿vale?

—Pero ellos también deben ver esto.

—Lo verán tarde o temprano. Solo paciencia, no podía traeros a todos a la vez. Prefería que fueras tú el primero en verlo —me hace girar y me abraza por la espalda mientras apoya su cabeza en mi hombro—. Me encantaría quedarme aquí por siempre contigo, con toda la familia.

—A mí también me gustaría bastante, pero supongo que no se puede.

—¡Se me ha ocurrido una idea loca! —lo miro—. Vivamos en la cascada. Seamos unos salvajes —hace el sonido de un tigre, pero no le sale bien y me hace reír—. ¿Te ríes de mí?

—Solo de tu manera de imitar a un tigre.

—Te vas a enterar —me empieza a hacer cosquillas.

—¡Para! —suplico entre risas—. ¡Para, por favor!

—No hasta que digas que soy un tigre que todo el mundo teme.

—¡Eres un tigre que todo el mundo teme!

—¿Y?

—Un tigre muy bonico —las cosquillas se detienen y me dejan verle por fin, pero su rostro muestra sorpresa.

—¿De verdad soy un tigre bonico? —m seco las lágrimas de la risa y sigo sonriendo por su pregunta.

—Claro que lo eres —sin dejar que diga nada más, me abraza.

—Tú... Tú también eres un tigre bonico.

—Prefiero ser un panda, son hermosos —mis ojos sueltan corazones.

—Pues entonces serás un panda —me acaricia el cabello.

—Todo esto lo podemos discutir en casa —miro la cascada—. El arco iris ya no está.

—Está bien. Vamos a casa —me ofrece la mano para levantarme, ya que me ha tirado para hacerme cosquillas.

Cuando me levanto, no me suelta. Tan solo me dedica otra sonrisa y caminamos juntos por el bosque para volver.

—Henry —me mira—, gracias —apoyo mi cabeza en su hombro mientras caminamos.

Con su mano libre, me acaricia la mejilla. Sé que me voy a caer en algún momento estando de esta manera, pero no me importa.

Sé que Henry estará ahí para hacerme sentir bien.

Mi Querido GorditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora