Cap. 13

1.3K 135 40
                                    

Ha pasado ya medio curso, en el que hemos estado haciendo los poquitos deberes y nos juntábamos los tres para jugar en el parque. En ningún momento nos quedamos callados, en todo momento nos reímos y hacemos cosas que nos hacen notar la tarde muy corta. A esta edad está claro que es normal que el tiempo se nos pase volando.

Estoy en el recreo del colegio, saboreando mi sándwich mientras miro el cielo de nuevo, con Henry a mi lado. Larry aún no ha salido de clase. O sí ha salido y se ha ido por un camino distinto, aunque eso sería aún más raro, porque solo hay un camino de venida hacia el árbol.

—Hugo —me llama el niño de al lado—, ¿me das un poquito de tu bocadillo? Mi padre no pudo hacerme nada esta mañana.

—Claro —me siento bien y parto un trozo de mi sándwich, dándole el más grande—. Aquí tienes.

—Gracias —sonríe y le da un mordisco al sándwich.

Esa cara de satisfacción es lo que quiero ver en este grupo, aunque de seguro no es fácil en cuanto seamos más mayores. Veo a mis padres y, aun estando juntos, aveces no sonríen. ¿Por qué? No lo sé, pero no es cosa de pequeños, es cosa de mayores, tal y como me dicen ellos.

Ojalá les pudiera hacer sonreír de alguna forma.

—¡Chicos! —el grito de Larry a lo lejos mientras corre con la mochila en la espalda llama nuestra atención.

En cuanto llega a nosotros, se posa en sus rodillas y respira pesadamente. Cuando ya está más tranquilo, balbucea cosas que no entendemos.

—Larry, te tenemos dicho que si balbuceas no te entendemos —dice Henry.

—Ne... Ne... Necesito... Ayuda —a duras penas ha hablado.

—¿Qué te pasa? —pregunto levantándome de golpe por su frase.

—No soy yo, es... Una alumna —ya va hablando mejor—. Por favor, venid.

Y se pone a correr nuevamente. Henry y yo nos miramos sorprendidos, nunca se había puesto así el poco tiempo que le conocemos.

Le seguimos con su mismo ritmo y llegamos a la zona del patio por el que nadie pasa, por el que los de sexto curso se pasean. Sí, el patio está dividido, pero en pequeños trozos para que los profesores no sospechen.

Nos señala un lugar en concreto y vemos a unos tres chicos jugando con una mochila ajena. Una mochila cuya propietaria es una niña. Miro a Larry y le pido una cosa importante antes de acercarnos.

—Ve y llama a algún profesor, nosotros intentaremos que le devuelvan la mochila —asiente con la cabeza y sale corriendo de nuevo, vuelvo a mirar a Henry—. Eh... ¿Estás listo?

—No —niega rotundamente.

—Yo tampoco.

Nos vamos acercando a la panda de graciosos y gritamos para que dejen de jugar con la mochila.

—¡Eh! ¡Vosotros! —mi voz lo escuchan más allá y se dan la vuelta, hasta la niña se queda quieta—. Dejad su mochila, por favor.

—¿Te crees que vamos ha hacerte caso? —sonrío con un toque maléfico.

—Se lo vais a devolver, sino un profesor vendrá y llamará a vuestros padres.

—No quiero que mis padres me castiguen sin salir —dice uno de ellos—, ya sabéis lo que pasó la última vez.

—Cierto —creo que el que ha hablado más es el líder—. No se lo vamos a devolver —no le entra nada en la cabeza—. Intenta quitármela.

Decidido, me acerco y se lo intento quitar, pero me esquiva. A la siguiente, no solo me esquiva, sino que también me empuja con brusquedad y aterrizo violentamente.

—¡Hugo! —Henry corre hacia mí y se agacha para intentar ayudarme—. ¿Estás bien?

—Venga, gordo. Coge a tu amigo y largaros de aquí si no queréis arrepentidos de otra cosa.

—No hará falta que se vayan, porque seréis vosotros quienes os iréis —Larry aparece de la nada con los brazos cruzados—. He llamado a un profesor, pronto vendrá.

—Es un farol —dice el otro.

—¿Tú crees? Mira ahí —señala a un profesor—. ¿Notáis que está buscando algo con la mirada? Es a la niña en apuros, así que tenéis poquito tiempo para iros y darle la mochila a su legítima dueña.

—Tío, es verdad. Mira como busca entre los zagales —sus caras cambian y un atisbo de miedo aparece en sus ojos.

—Tú ganas, niñato —tira la mochila al suelo—. Pero no te hagas el chulo, pronto habrá más batallas como esta.

Y desaparece de nuestra vista por fin. Yo sigo en el suelo y, mientras Henry me ayuda a levantarme, veo que la niña se acerca a nosotros.

—¡Muchas gracias! —exclama dirigiéndose a mí.

—No me las des a mí, sino a Larry. Si no fuera por él, no se habrían ido —justo llega Larry con la mochila de la niña.

—Verdad. Te lo agradezco de corazón —se sonroja al agarrar su mochila.

—No es nada —se rasca la nuca, también está sonrojado.

Un pequeño silencio se torna, pero rompo el silencio con una pregunta.

—¿Nos presentas?

—¡Cierto! Yo me llamo Larry y estos son mis amigos Henry y Hugo.

—Encantada. Mi nombre es Maya —su cabello rubio dorado brilla al aparecer de entre las nubes y sus ojos azules marinos son más que bonitos, podría decirse que es un ángel—. Soy de primero, creo que voy a vuestra clase.

—¡Ya decía yo que me sonabas de algo! —digo ya recién convencido de que ella es de nuestra clase. Me calmo y hablo sin alzar mucho la voz—. ¿Es que estabas sola?

—Sí —agacha la cabeza sintiéndose un poco mal.

—¿Y eso? ¿No tienes amigos o amigas?

—Tengo un grupo de amigas, pero solo nos juntamos por la tarde. En el recreo me siento un poco sola.

—Vaya... —dice Larry, apenado ante las palabras de Maya.

—¡Ya sé! —creo que la bombilla de Henry se ha encendido—. Podrías juntarte con nosotros. ¡Seremos tus amigos!

—¿En serio? —su cara muestra asombro.

—Sí. Así te juntas con nosotros en el recreo y, si quieres, también por la tarde, cuando todos salgamos al parque.

—Henry... ¡Es genial! —suelto.

—Yo... Sí. Me gustaría ser vuestra amiga.

—Pues bienvenida al grupo, princesa Maya —Larry hace como un príncipe y le ofrece su brazo, a lo que ella ríe.

—Gracias —juntan sus brazos y se van juntos al árbol en el que tanto estamos.

Pero cuando doy un paso, un quejido sale de mi boca. Todos se giran al oír mi quejido y se acercan.

—¿Estás bien, Hugo? —pregunta Henry.

—Es... Mi rodilla. Me duele.

—A ver —levanta el pantalón y vemos todos que un rasguño por el que brota un poquito de sangre aparece en mi rodilla—. Tenemos que ir a un profesor a que te cure.

—Pero no puede andar —le doy la razón a Maya—. Cada paso le debe de doler.

—Pues nada, tendré que hacerlo.

Sin darle permiso, me agarra y me pone en su espalda, cargando todo mi peso. Me agarro en sus hombros para no caer de espaldas y se pone a caminar hacia el interior del colegio.

Que él me lleve a caballito se siente tan... No sé, es muy cómodo y me siento genial. Siento la piel de su cuello en mis manos, el esfuerzo que le pone a llevarme adentro y lo mucho que le ha importado lo de la herida.

Mi corazón... Palpita con fuerza. Solo pasa con él.

Solo con él.

Mi Querido GorditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora