Cap. 21

1K 118 36
                                    

Ahí está, delante de , susurrando palabras que me duelen, que me matan por dentro, que me destrozan el corazón en mil pedazos. Me mira como si no me conociera, como si en su vida se hubiera sentado a mi lado en aquel patio de infantil. ¿Acaso es cierto que no me conoce?

—No quien eres, y no me interesa ser su amigo —sus palabras cavan hondo sobre mi pecho, buscan mi punto débil y lo encuentran.

Henry, por favor...

—¡No me hables!

Me despierto de golpe ante aquel grito imaginado que solo estaba en mi cabeza. Mis ojos se abren, mi boca se abre para respirar lo más hondo posible, mi pecho va a mil, me duele, pero se va relajando por momentos.

Cuando intento despertar a Henry, mi guardián, no lo encuentro en la cama. Su lado está vacío, las mantas apartadas y sus zapatillas de andar por casa no están. ¿A dónde ha ido?

Sin hacer ruido, me levanto y me voy a la puerta, la cual hace un leve ruido, pero no tan fuerte como para despertar a los dos que están durmiendo aún.

Camino por el pasillo en busca de mi querido amigo gordito, lo necesito.

Bajo las escaleras porque tengo una ligera idea de donde está. Paso por la cocina hasta llegar al salón, donde parece estar Henry mirando a la ventana como si fuera lo único que hay, tranquilo, respirando hondo. ¿Le ocurre algo? Si es así quiero saberlo para poder ayudarle.

Me acerco y murmuro su nombre.

—Henry... —mira a donde estoy y parece ser que se sonroja un poquito, apenas lo noto por la luz de la luna.

—Hugo... ¿Qué haces despierto? Deberías dormir.

—Eso tendría que preguntarlo yo, pero te me has adelantado —subo al sofá en el que está sentado y miro al mismo lugar que él—. He tenido una pesadilla. He intentado que me tranquilizaras, pero no estabas.

—Yo... Lo siento. ¿De qué era la pesadilla?

—De que me decías que no me conocías, que no querías saber nada de mí. Yo... Yo... —casi se me sale una lágrima, pero sus brazos me atrapan y me pegan al cuerpo de Henry.

—No digas más —susurra, pero lo oigo totalmente—. Creías que era real, pero no lo es. Sabes que no es real porque yo nunca te diría eso en la vida. No quiero separarme nunca de ti.

—Yo... Henry... Gracias —apoyo mis manos en sus brazos y tapo mis ojos—. ¿Y qué haces tú aquí?

—¿Yo? Esto... Bueno... Es algo muy extraño que me ha pasado.

—¿El qué? —aparto sus brazos y me giro para mirarle, estando de rodillas.

—Puede que te parezca una tontería pero... No he podido dormir porque cuando te has tumbado a mi lado yo... Mi pecho empezaba a latir deprisa y creía que me pasaba algo raro.

—¿Te iba el pecho rápido?

—Sí.

—¿Como si fuera un motor?

—Sí. ¿Cómo lo sabes? —apoyo mi mano en su pecho y noto aún ese pulso de motor.

—Porque a mí... —agarro su mano y lo pongo en mi pecho, haciendo que note que yo paso por lo mismo—. Me pasa igual.

Sus ojos se abren como platos, sin dar crédito a lo que está notando. Yo solamente puedo sonreír de alegría, no puedo hacer nada más.

—Henry, no sé lo que nos pasa, pero quiero saber lo que es contigo.

—¿De verdad?

—De verdad.

—Hugo, me da pereza volver andando a la cama.

—Oh, vamos...

—De verdad, no quiero caminar, estoy muy cansado —se acomoda en el sofá—. Ven.

Acepto sin rechistar y nos tumbamos los dos juntos. Él pasando su brazo por mi hombro y yo apoyando mi cabeza en su pecho, notando y escuchando su pulso acelerado. Me acaricia el pelo y me da una frase que de seguro esta vez sí que siento.

—Buenas noches, Hugo.

—Buenas noches, Henry.

En esta postura me siento más que cómodo, siento como si mi interior se liberase de una gran carga, como si mi temor se hubiera esfumado, pero no falta mucho para que vuelva.

Algún día de estos tendré más pesadillas parecidas que puede que él no pueda solucionar.

Cierro los ojos y comienzo a soñar todo lo que puedo, aprovecho el momento y la comodidad de estar con Henry.

POR LA MAÑANA

—Sí, seguro que los pequeños estarán deseosos de saber que vamos a bañarnos todos juntos —dice la madre de Larry.

—¿Vamos a despertarlos? —mira la hora la señora Miller.

—Creo que un par están ahí —dice la madre de Maya—. Parecen ser Henry y Hugo.

—¿Qué? —la madre de Hugo no da crédito a lo que escucha.

Las madres se acercan al sofá y ahí ven a los dos pequeños que se quedaron a dormir en el sofá mientras veían las estrellas nocturnas. El pequeño Hugo apoyado en el pequeño pecho de Henry mientras le pasa un brazo por su barriga y Henry pasa uno de sus brazos por los hombros de Hugo para atraerlo más.

Las madres sonríen ampliamente por la imagen más tierna que han podido ver de dos niños pequeños de siete años.

—Vamos, Noelia —le dice Claire, la madre de Maya, a la madre de Larry—. Vamos a despertar a nuestros pequeños.

—Me parece bien. Hagan unas fotos si quieren, chicas.

—Tengo el móvil —dice Yolanda, la madre de Hugo—. ¿Has traído el tuyo, Ashley?

—Siempre.

Con una sonrisa, empiezan a echarles fotos a sus hijos con esa postura de lo más tierna para niños de su edad.

—¿Sabes lo que esto significa? —le pregunta Yolanda.

—Sí. Dilo.

—Nuestros hijos están enamorados.

—A ver como se declaran los dos, tengo ganas de verlo cuando llegue el momento.

—Será pronto, seguro.

—Mejor vamos a despertarles y a hacerles el desayuno.

—Como quieras.

Y así es como las madres obtienen una foto que no borrarán en la vida.

Mi Querido GorditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora