Cap. 20

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—¡Bienvenidos a la gran casa de los Miller! —exclama su madre mientras abre la puerta de entrada.

Al entrar nos quedamos todos con la boca abierta al ver el gran espacio que se alza ante nosotros, el gran recibidor tiene una escaleras centrales que llevan al piso de arriba. A los lados hay dos arcos que conectan con la cocina y al otro lado el comedor. La cocina es de concepto abierto y conecta con el salón, que lleva una gran televisión de pantalla plana y un sofá en forma de "L". Parece muy cómoda.

—Sentiros como en casa.

—¡Esto es gigantesco! —se sorprende mi madre—. ¿Cómo os podéis permitir esto?

—Es una herencia familiar por parte de mis abuelos —explica la madre de Henry—. Me la cedieron a mí en el testamento. Lo bueno es que no hay que pagar hipoteca ni nada, solo las facturas de la luz y el agua.

—¡Chicos, mirad esto! —se escucha a Maya en el salón, a lo cual vamos corriendo los tres chicos pequeños que nos hemos quedado con nuestros padres.

Al llegar a donde está, vemos que hay un gran ventanal con vistas a la playa, que no está muy cerca, pero solo son cinco minutos caminando. Las vistas son estupendas, mucha vegetación brillando por la luz del sol del atardecer que se va ocultando por el horizonte.

—¡Como mola! —suelto con entusiasmo.

—Estas vistas siempre me relajan —dice Henry a mi lado, con las mejillas sonrojadas, como siempre—. Si en algún momento me siento mal, vengo aquí y miro las estrellas.

—Pero si es de día —dice Larry lo más obvio.

—Lo sé —no es un enigma que haya que resolver, sé lo que quiere decir.

—Niños —nos llama la madre de Maya—, hay que deshacer las maletas, así que vamos.

—Sí, mamá —se acerca Maya y nosotros vamos detrás de ella.

Ya con nuestros padres, subimos las escaleras y nos vamos a lo que viene siendo nuestra habitación. Es bastante amplio, con una pequeña terraza que da a la vegetación, con un baño propio y con tan solo tres camas.

Un momento, somos cuatro, no tres. Creo que ya sé lo que hay que hacer. Hay que compartir una cama.

—Bueno, niños —habla la madre de Henry—. Creo que dos de vosotros tendréis que compartir una cama. Si hubiera una habitación más libre llevaría al sobrante a esa habitación, pero las demás están ocupadas por vuestros padres. Lo entendéis, ¿no?

—Sí —decimos todos al unísono.

—¡No te preocupes, mamá! Compartiré mi cama con Hugo.

—¿De verdad? —su cara cambia de asombro a una sonrisa enternecedora—. Está bien. Venga, id a deshacer vuestras maletas.

Hacemos lo que se nos ha mandado, guardamos en unos cajones nuestra ropa y nos vamos al baño para dejar nuestros cepillos de dientes junto a una pasta con sabor a fresa. Menos mal que han traído de ese, porque no me gusta lo que me hace el de menta.

Ya terminando lo mandado, nos salimos de la habitación y nos vamos a la cocina, donde parece que cocinan algo muy rico por el olor que llega hasta aquí.

Bajamos las escaleras y vemos que mis padres están cocinando algo juntos mientras hablan con sus amigos. Nos miramos entre nosotros cuatro y sonreímos, porque creemos que este verano lo vamos a pasar de miedo.

A DORMIR

—Decidme cuándo queréis que os apague la luz —dice Larry, ya en la cama con su pijama de pantalón y camisa corta, bueno, todos tenemos un pijama así.

Maya termina de colocarse en su cama, yo sigo poniéndome la parte de arriba del pijama mientras Henry se sube a la cama ya preparado para dormir.

—Uf, por fin me lo pongo —la camisa se me ha resistido, ¿o soy yo que lo he hecho difícil?

Me subo a la misma cama que Henry, nos acomodamos y le decimos a Larry que ya puede apagar la luz.

—¡Buenas noches! —se escucha a Maya.

—Buenas noches —dice Larry.

—Buenas noches —decimos los de esta cama.

Acabo por mirar a un lado, el lado en el que está la ventana, donde se ven las hojas moverse por la suave brisa nocturna. Cierro los ojos poco a poco, hasta que quedan sellado.

Intento dormir, el sueño es corto, pero lo que veo no me gusta.

Mi Querido GorditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora