II

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Era mi tercera hora en el trabajo. No había ni un solo cliente, opté por tomar una de las sillas que mi madre suele usar para decoración de la florería y decidí sentarme fuera del local.

Una florería familiar; típica reliquia heredada de generación en generación hasta llegar a mi madre. Ella por su parte, no quiere dejármela a mí. Ha hablado conmigo un par de veces, mencionando que ella quiere y anhela por verme haciendo lo que yo decida escoger para mi futuro. Ella ve por mi felicidad.

Aún así no me molesta venir y ayudarle los fines de semana. Es bastante relajante estar en una florería y más si no tiene nada de gente, pero este pensamiento duró muy poco hasta que recordé el mes que sigue; febrero.

El mes perfecto para celebrar a las bellas parejas. Somos una sociedad tan consumista que para la desgracia de las pobres flores, terminaron siendo principal objetivo de una fecha muy, muy, muy popular para los no solteros.

Respiré hondo, crucé mis piernas y dejé caer mi cabeza para atrás mientras intentaba dormir un poco acomodándome en la silla de madera. La calle en la que estaba ubicado el local, era una calle demasiado tranquila. Hasta que unas ruidosas zancadas pasaron de un extremo a otro de la calle, una música en unos audífonos a un alto volumen y el sonido de un metal cayendo al pavimento me desconectó de mi momento de paz y tranquilidad.

Alcé mi cabeza y noté una botella de metal rodando por la calle, giré a la izquierda y vi a una chica trotando mientras dejaba su pertenencia detrás de ella.

— ¿Por qué no vuelve por ella? — me pregunté. — Los audífonos. — me respondí.

Me levanté de la silla y recogí la botella de color blanco y vacía. No ahora, no quería alcanzarla.

Por suerte a la lejanía, distinguí que la chica se había detenido a ajustar sus agujetas. Debía de alcanzarla ahí mismo.

— ¡Oye! — grité a sus espaldas. — Disculpa. — repetí pero no recibí respuesta alguna. — Eh...chica. — añadí.

Agh, soy un tarado.

Ella seguía sin notar que yo estaba tratando de llamar su atención hasta que toqué su hombro. Dio un pequeño salto del susto y gritó. — ¡Déjame!

Ignoré su grito y alcé su botella en mi mano para que ella pudiera verla. Al fin retiró sus audífonos.

— Creo que esto es tuyo. — dije.

Asintió y respondió — Si, lo es. — la extendí para que pudiera tomarla. — Gracias...— bajó su mirada a mi pecho y después regresó a mí. — ¿HyeJin?

— ¿Qué? — pregunté confundido.

— Tu nombre. — señaló la placa que había en mi suéter gris.

— Ah. — exclamé. — No. — reí.

Diablos, me equivoqué de suéter.

— Ese es...el nombre de mi madre, soy Taehyung.

Ella sonrió a lo que yo imité para no llorar de vergüenza.

— Entonces, gracias Taehyung.

Creo que escuchar salir mi nombre de tan precioso ser fue el mejor regalo de cumpleaños que haya recibido y eso que mi cumpleaños fue hace un mes.

— Claro, no es nada. — alcé mis hombros.

— Seola.

— ¿Seola? — pregunté otra vez confundido. Idiota, te está diciendo su nombre. — Ah, Seola. — exclamé. — Un gusto, Seola.

— Llámame Seol, me gusta más.

— Bien, entonces puedes llamarme Tae, me gusta más.

Ambos sonreímos hasta que ella decidió preguntar.

— ¿Por qué no te había visto por aquí antes?

— Bueno...sólo vengo a ayudarle a mi madre con el local.

— ¿Local? — preguntó ladeando su cabeza a la izquierda.

— El de las flores de ahí abajo. — señalé.

— Ah, la florería Kim. — mencionó a lo que asentí. — Entonces eres Kim Taehyung. — concluyó y volví a asentir. — Qué lindo.

— Si... — obviamente no hablaba de mí, simplemente halagó el hecho de que fuera una florería familiar.

— ¿Y vienes todos los días? — volvió a preguntar.

— Sólo fines de semana.

— ¿Mañana? — sonrió.

— Puede ser.

— Entonces mañana pasaré a visitarte, y a comprar flores para mi abuela. — dijo.

— Serán las mejores flores que le hayas comprado. — contesté.

— Hasta mañana, Tae. — colocó nuevamente sus audífonos y siguió trotando.

— Hasta mañana Seol. — respondí y de igual manera regresé a la florería con tranquilidad, volví a sentarme en donde estaba anteriormente e hice una llamada. — Hola mamá. — reí. — Oye, ¿qué flores le gustan a las abuelas?

Just Her | KTH Where stories live. Discover now