Capítulo XXX

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-¡Jaime, me asustas!

-Perdón. ¿Cuándo es?

-Algún día. – no queriendo decirle.

-No voy a dejar que vayas sola. Yo también fui participe en la creación del pequeño.

-Por error de copas, nada más.

-Por lo que haya sido, te voy a acompañar y no hay discusión en ello. – se levantó de su lado y se acercó a la puerta – Así que quiero saber la fecha y hora.

-El miércoles, a las diez.

-No hay problemas, ahí estaremos.

Y así como llegó, se fue.

Laura pensó toda la tarde en esa conversación impersonal y se aferró a la idea de compartir ese momento con Jaime.

Aquel día en la consulta, Laura mantuvo las distancias con Jaime, sabiendo que la secretaria sabía que él era casado y una persona reconocida, y lo que menos le apetecía era que hablaran de ellos, ni que especularan sobre lo que ahí sucedía.

Por lo mismo, cuando la llamaron para entrar, ella no dejó que Jaime entrara.

-Yo voy contigo – dijo Jaime.

-No, tú espera aquí. – lo miró significativamente. – si es necesario, te aviso.

Sin ánimos de imponerse ante Laura, Jaime respetó el deseo de ella. Por lo que, en contra de su voluntad, la esperó pacientemente.

-¿Cómo te has sentido, Laura?

-La verdad, doctora, bien. No he tenido dolores ni malestares. Las nauseas se me quitaron.

-Eso suena bien. ¿Te parece si pasamos a revisión?

Laura asintió y ambas pasaron a la sala de reconocimiento. Con un cargo de conciencia, Laura le pidió que hiciera pasar a Jaime, por lo que una vez hecha la revisión de rutina y preparada para el ultrasonido, esperó a que Jaime entrara. Cuando entró el moreno, este automáticamente le tomó la mano y se apretaron mutuamente.

La doctora comenzó a deslizar el aparato por sobre el vientre lleno de gel. A medida que pasaban los minutos y la doctora no emitía comentarios, ambos se comenzaron a poner nerviosos.

-¿Pasa algo malo, doctora? – Preguntó Jaime.

La doctora no contestó. Pasaron los minutos en silencio.

-Doctora, me está poniendo nerviosa. – siguió Laura.

La doctora dejó el aparato en su lugar y quitándose los guantes los miró a ambos con semblante serio.

-No escucho latidos.

-¡¿Qué?! – dijo Jaime.

-Debo hacerle un análisis de sangre, pero a simple vista puedo decir que... - apesadumbrada – Lo lamento, el embrión no sobrevivió.

Jaime miró a Laura y, el rostro de la muchacha no dejaba entrever ningún sentimiento. Pero él sabía de sus miedos, y sabía que por dentro se estaba muriendo. Le apretó nuevamente la mano, pero no recibió ninguna reacción.

-Laura – preguntó la doctora - ¿No has sentido dolores o sangrado en los últimos días?

-Nnn-no... nada. – susurró.

-¿Te has sentido cansada, mareada? ¿Dolores de cabeza?

-No, nada.

-Bueno, como les dije, hay que hacer un análisis de sangre y vamos a examinar completamente para determinar si expulsaste el embrión. Pero según lo que me cuentas, posiblemente no has eliminado nada. Por lo que, en el peor de los casos, tendremos que intervenir.

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