Capítulo 15 (Parte 1)

Comenzar desde el principio
                                    

Marcus ya se ha puesto en marcha, y nosotros adelantamos a un par de Aspirantes para ponernos justo tras de él, y escuchar. Él camina junto a Gabriel, ambos en silencio.

Marcus se para y señala un punto a lo lejos y intercambia un par de palabras con el ángel, que no puedo escuchar por un repentino trueno que ahoga sus palabras.

Sigo su mirada hasta un punto a uno o dos kilómetros de donde nos encontramos. Parece una casa.  Reanudan el paso, ésta vez más rápido. Bajo nuestros pies la tierra está húmeda, y nuestras deportivas se hunden un par de centímetros en el barro, enfangándolos por completo.

A mi lado, Kalie se hace un moño con el cabello húmedo, recogiendo todos los mechones que caen sobre su rostro, y lo esconde entre los pliegues de su chaqueta. A diferencia de mí, ella cogió dos, mientras que yo solo tengo una camiseta de manga corta y una chaqueta fina que hacen poco por protegerme del frío y se me pegan al cuerpo, provocando que cada vez que me muevo me cueste separar los brazos. La chaqueta ni siquiera tiene capucha.

Algunos de los Aspirantes sujetan sobre su cabeza sus mochilas, tratando de mojarse lo menos posible. Mi diminuto paquete malamente me serviría para retirarme algo de lluvia del rostro.

Estornudo de nuevo.

Esta vez, ni Daniel ni Kalie ríen.

Por fin, la casa se hace visible tras un recodo. Bueno, quizá “casa” sea un nombre demasiado generoso para la estructura aquí presente.

Son dos construcciones idénticas, una oculta tras la otra. Por el aspecto a primera vista, están claramente abandonadas. La caseta más visible parece estar en mejor estado que la otra. Ambas tienen una sola planta, y parecen tener unos veinticinco metros cuadrados. Podríamos decir que es un cobertizo grande.

Las paredes de madera están reforzadas a intervalos por varas de metal que hacen las veces de columna, y que unen las esquinas de la cabaña. El techo, sin embargo, parece haber sido arrancado y sustituido por una especie de plástico. Ambas cabañas poseen un pequeño porche destartalado, y no parecen medir más de dos metros de altura.

Suspiro.

—Bien— dice Marcus— dividíos en dos grupos, y entrar a las cabañas. En cuanto se calme el temporal retomaremos el paso.

No pasa ni un solo segundo hasta que los Aspirantes comienzan a abrirse paso a empujones hacia las cabañas y nosotros tres seamos arrollados por la multitud.

La mayoría de ellos empuja hasta la llegar a la más cercana de las cabañas. Kalie se encoge de hombros y los tres nos ponemos de acuerdo en ir a la segunda caseta, que está prácticamente vacía, a excepción de un par de Aspirantes que han llegado primero.

El picaporte de esta está oxidado y parece a punto de caerse en cualquier momento. Aún estando bajo el resguarde del porche algunas gotas encuentran camino a nosotros, aunque en menor cantidad. La puerta de pintura ajada chirría cuando Kalie la abre, y Daniel y yo le apremiamos a que entre.

Dentro, como había previsto, solo hay dos Aspirantes. Uno de ellos es Michael, y Daniel y él se saludan amistosamente. No reconozco al segundo chico, pero él nos hace una seña con la cabeza, a modo de saludo.

Ellos están ocupados colocando trozos de madera desvencijada sobre el maltratado plástico, que se cae a pedazos. Tiene pequeños —y no tan pequeños— agujeros por los que se cuela el agua a raudales. Nos apresuramos a ayudarles, pero parece inútil.

El amigo de Michael suelta el pedazo de madera que sostenía, molesto, y se marcha a la otra cabaña sin decir ni una sola palabra. Michael, disculpándose por el rudo comportamiento de su compañero, se marcha también, dejándonos solos.

Nos sentamos en un rincón, aliviados por el pequeño cobijo que nos proporciona la cabaña, y Kalie se suelta el recogido aplastado que guardaba bajo su chaqueta y lo escurre, formando un pequeño reguero de agua que corre por el suelo de la cabaña y nos moja las suelas de las zapatillas.

En ese  momento cinco Aspirantes entran haciendo mucho ruido, y Daniel se levanta de golpe a saludarles. Los reconozco como sus amigos, puesto que le he visto con ellos alguna vez.

Daniel presenta a ambos grupos, y nos sentamos todos juntos. La mayoría de nombres se me olvidan al instante. Ellos son simpáticos.

Es entonces cuando reconozco al muchacho de cabello rubio ceniza y rostro simpático.

—Soy Dallas— dice, ofreciéndome la mano.

—Leia— digo, estrechándosela. Él sonríe, y de repente su rostro se ilumina como una bombilla.

—¡Ah! Tú eres la amiga de la chica loca ¿cierto?

Le miro frunciendo el ceño, sin saber qué es lo que me ha fastidiado más; si que el caso de mi amiga se haya propagado con tanta rapidez, o que llame a Mitchie loca.

—Ella no estaba loca— digo fríamente, y me giro para hablar con Kalie.

Él se da cuenta de su error.

—Perdón. No quería parecer maleducado— se disculpa— Se llamaba Mitchie, ¿cierto?
—Sí— digo, repentinamente abrumada por los recuerdos.

—Lo siento— dice él.— Era muy guapa.

Sus últimas palabras me hacen girarme de nuevo y mirarle, sorprendida.

—Pues claro que lo es— doy bastante énfasis a la palabra “es”. Él sonríe, pero enseguida borra la sonrisa.

Parece triste.

—Me habría gustado llegar a conocerla mejor.

Suspiro.

—A ella también le habría gustado conocerte— digo, compungida.

—¿Qué le pasó?— pregunta, casi con timidez.

—No lo sé— confieso— La última vez que la vi estaba sobre otra chica, pegándola y gritando cosas incompresibles.

Dallas parece impresionado.

—Oh. Espero que donde esté ahora esté bien.

Suspiro.

—Sí, yo también lo espero.

Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora