XV.

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Cuando Frank abre los ojos, una melena rojiza alborotada es lo primero que ve.

Matt está abrazado a él con vehemencia y respira con suavidad sobre su pecho. Frank, aunque le duele hasta respirar, se sostiene más contra Matt.

La alarma del auto de anoche aún sigue sonando y ya la habitación no se siente tan fría como antes. O al menos él ya no se siente tan frío como todas las mañanas.

No recuerda cuando fue la última vez que había dormido con alguien. Tal vez en alguna de las pocas veces que había quedado con alguien en un bar y sus amantes terminan, mayormente por desgracia, durmiendo a su lado. Pero Frank tenía ya años sin sentir esta calidez expandírsele por el pecho como cosquillas cuando tiene a alguien sostenido contra él.

La última vez fue María, que tenía la costumbre de montarle una pierna encima y babearlo todo. Que se despertaba con los labios hinchados y con lagañas en los lagrimales, para después darle un baboso beso en el cuello y murmurarle un buenos días.

Con el tiempo, los besos babosos se acabaron al igual que las noches compartidas juntos. La chispa se había ido a dormir a otra parte y la pareja de esposos había decidido a hacer lo mismo. Frank en Hell's Kitchen, María en Manhattan.

Así que despertar con unos brazos abrazándolo y unos leves ronquidos es una especie de déjavù. Pero se sienten las mismas jodidas mariposas.

Aunque el hecho de que Frank no puede respirar bien por el dolor en sus costillas no le deja disfrutar del todo el momento. Frank se escabulle con lentitud de los brazos de Matt, tanto que se siente como el protagonista del Corazón Delator de Edgar Allan Poe, tardándose horas en matar al hombre del ojo de vidrio.

Cuando por fin está libre, empieza a caminar hacia la salida de la habitación, después de darle una última mirada a Matt que aún reposa dormido en la cama. Llega a la cocina del apartamento y se detiene con rapidez, sin siquiera abrir la nevera.

Nunca hay nada en la nevera, se dice a sí mismo, ¿en serio crees qué hoy sería diferente? Por supuesto que no.

Frank suelta un largo suspiro y entonces, toma sus llaves y cartera de la mesa. Aún está vestido con el pantalón de algodón y la camiseta que llevó ayer a la pelea; lo suficiente decente como para no tener que devolverse a la habitación a cambiarse.

Abre la puerta del apartamento y la cierra detrás de él. Hay música de los años setenta sonando en el apartamento de su vecino, Steve; el alto y musculoso pero amable hombre de cabello rubio que vive con su esposo, Bucky, con el cual Frank no ha hablado en lo absoluto por su aura misteriosa y callada. Pero son agradables vecinos; probablemente Steve esté dibujando a esta hora.

Al fondo ve a su vecina, Ororo Munroe, regando las flores que se encuentran en la ventana del pasillo, mientras los mechones se le escapan de la brillante y blanca cabellera. A Frank siempre le ha parecido interesante; su piel oscura y su profunda mirada clara, una mujer preciosa. Ella lo saluda con cariño «buenos días, Frank.» le dice « ¿cómo está todo? »

Él le devuelve el saludo y baja por las escaleras hasta la planta baja. Abajo está Pietro, su cacero, jugando un vídeojuego sobre autos que van a toda velocidad en su celular. « ¿Qué tal, Frank? » farfulla a penas mirándole, mientras él sale del edificio.

Son tal vez las ocho de la mañana. Hay gente moviéndose y autos pasando, Frank se dedica a caminar con rapidez a la cafetería de la esquina donde regularmente desayuna por no dignarse a comprar cosas para cocinar. Las pocas veces que lo hace es porqué los niños están en casa, y porqué Lisa es tan controladora y organizada como su madre y no tiene problema en comprar un mercado para el vacío departamento.

Red hair, black sweater, blind eyes.Where stories live. Discover now