— Pablo, por favor.

Me quejé mientras doblaba sus remeras sobre la cama.

— A mis papás les encantaría este lugar.

Comentó de la nada con nostalgia y dejando la cámara sobre la cama. Eso me recordó que tenía que hablar con los míos para ponerlos al día.

— Ya hace bastante que no los ves, ¿verdad?

— Sí, un montón.

Respondió y me quedé pensativa por unos segundos antes de hablar. Recordé la conversación que leí hace unos días entre Pablo y Tomás. Mi novio le había dado a entender que se sentía solo acá conmigo, y honestamente no sé como hice para fingir que no me sentía extremadamente dolida, sobretodo porque Pablo no me habla de eso. Para colmo, Tomás también le llena la cabeza con ideas de que yo en cualquier momento me podría ir con otro tipo con más plata y renombre. Una total boludes, pero no se puede esperar nada de un amigo tan envidioso y mala leche como Tomás. 

Por supuesto que más de uno me ha hablado y han intentado algo conmigo. Pero yo siempre elijo a Pablo. 

Largué un suspiro dejando ir ese pensamiento y me relamí los labios antes de hablar. 

— Puedo comprarle los pasajes para que vengan y... -

— ¿Qué? No - interrumpió. 

Dejé lo que estaba haciendo para mirarlo.

— ¿No queres que nos visiten?

Volteó los ojos.

— Sí, pero yo los traigo. Voy a meterme en las páginas de las aerolíneas a ver.

Respondió en un tono odioso. 

— Acabas de pagarte el curso, Pablo. Fue un montón de plata. Puedo hablar con Ricardo a ver si la agencia...-

— Basta, Victoria. No seas pesada con este tema.

Decidí ignorarlo y seguir con lo mío porque sé que no hay manera de hacerlo cambiar de opinión.

Ya estaba casi todo recogido, sólo faltaban algunas cosas pero de eso nos encargamos mañana antes de irnos. Fui por mi celular que dejé conectado al cargador y salí a la pequeña terraza de la habitación para llamar a mi mamá con quien no había hablado en casi tres días.

Luego de la cortar llamada volví a entrar a la habitación. Pablo estaba acostado con la laptop a un lado y los brazos cruzados sobre su frente para taparse el rostro. Desde mi lugar podía sentir lo frustrado que estaba.

— ¿Todo bien?

Le pregunté mientras me soltaba el rodete del pelo.

— Sí, todo bárbaro.

Respondió con ironía sin moverse.

Me acerqué al borde de la cama y puse mis manos en mis caderas.

— ¿Ya viste lo de los pasajes?

— Sí.

Contestó seco en la misma posición.

— ¿Y?

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