Pablo
— Ah, pero sos un muñeco de torta.
Le dije a mi vecino mientras cruzaba la puerta de su depto y dejó de arreglarse el pelo frente al espejo de su living para observarme.
— Lo mismo vos.
Respondió acomodando el cuello de su camisa.
— Ale, ¿cuántas veces te voy a repetir que no es buena idea que dejes la puerta abierta?
Se encogió de hombros.
— Sabía que vendrías a pedir comida, boludo.
— Y sí.
Respondí mientras me adentraba en su cocina. Saqué de la heladera los trozos de pizza que nos sobraron de hoy y los calenté para ambos. Nos sentamos a comer y nos servimos algo de Fernet con Coca-Cola.
— Nos están esperando a los dos en lo de Laura, ¿venis, no?
— Anda vos.
Me miró dejando el celular a un lado.
— Traela.
— ¿A Victoria?
— No, a la Madre Teresa. Obvio que a Victoria.
— Ahora está en lo de unos amigos.
— ¿Vas a ir?
Preguntó con la boca llena y asentí.
— Ya le dije que sí.
— Bueno, si te aburris con esos chetos venite con nosotros. Y traela.
...
¿Por qué tanta exclusividad? Sólo era una previa.
Había música alta, mucha gente, comida, y alcohol por todos lados. Y ni hablar de la decoración de la enorme quinta dentro de este barrio privado.
Parecía un culto de chetos.
Finalmente la ubiqué sentada en la mesa larga que estaba en el patio. Charlaba con una expresión tranquila con las personas que tenía a su alrededor. No quise acercarme pero fue ella la que me vio desde su lugar y sonrió. Se levantó y mis ojos se deleitaron cuando se acercó caminando hacia mi dirección. Victoria tenía puesto un corto vestido negro con las mangas hasta los codos. Estaba hermosa y caminaba hacia mí con una elegancia que le hacía justicia a su título de modelo.
— ¿No tenes frío con eso?
Pregunté cuando estuvo más cerca. La saludé con un beso en la mejilla y rió.
— Un poco.
Miré alrededor.
— Pensaba que no tenías amigos.
— No son mis amigos, son conocidos.
Pasó su mano por el dobladillo de mi camisa para acomodarlo.
