“No soy una niña” pienso, pero no lo digo. Ya lo hice una vez y no salió bien.

Me limito a seguir la dirección a la que apunta su mano y a marcharme. Aún oigo las últimas palabras de Mer antes de perderlas de vista después de doblar la esquina.

—Tendremos que cerrar la sala… ¿Necesitas ayuda con ese?

Pobre Daniel. ¿Estará teniendo las mismas alucinaciones que yo? ¿O realmente me quedé dormida? Dormir es algo que me vendría bien ahora mismo.

Camino sin rumbo hasta llegar a una puerta entreabierta; la atravieso, y llego a una sala donde únicamente esperan Marcus y Kalie. Kalie se pone en pie de un salto y se acerca a mí, retorciéndose las manos.

—¿Dónde están los demás?— es lo primero que pregunto, mirando alrededor. Marcus tiene en la mano ese ridículo cuadernillo del primer día, con un bolígrafo metido entre las anillas, para evitar su caída.

Kalie se encoge de hombros.

—Se fueron. Todos— alzo una ceja— Según acabaron se fueron a por el desayuno— dice, esbozando una sonrisa.

En ese momento mi estómago emite un gruñido gutural. Noto como el calor sube a mis mejillas, y me río.

—Creo que ellos no son los únicos que tienen hambre— comenta Kalie, ahogando una risita.

—No, no lo son— coincido, frotándome el vientre— Por cierto, ¿En qué parte del Refugio estamos?

Mi amiga hace una mueca de incertidumbre,

—Ni idea. Hace tiempo que dejé de intentar orientarme por aquí.

Sonrío de medio lado.

—Lo mismo digo.

En ese momento, Daniel cruza la puerta parpadeando por la repentina iluminación, tembloroso, y algo verde.

Mira hacia los lados, confuso, y entonces nos ve. Se acerca a nosotras con pasos ligeros.

—¿Dónde están los demás?— pregunta.

Yo me río, y él esboza una sonrisa confusa.

—¿Qué es tan gracioso?

—Es exactamente lo que acaba de preguntar Leia hace… medio minuto— responde Kalie por mí.

Dan alza las cejas, divertido, y me da un golpe en el hombro. Sonrío.

—Están en el comedor. Desayunando— le digo.

—Pues entonces vamos. Me estoy muriendo de hambre.

Kalie se para de pronto y nos observa.

—Realmente os parecéis, ¿sabéis?— comenta, a nadie en particular.

Dan y yo nos observamos, pero ninguno de los dos comenta nada.

—Entonces, ¿Se sabe si alguien no lo ha logrado?— pregunta Dan, curioso.

Dice “no lo ha logrado” en vez de “ha muerto”. Me parece una muestra de respeto por su parte. Niego con la cabeza.

—No tengo ni idea. Cuando llegué la sala estaba tan vacía como cuando lo hiciste tú— argumento.

Kalie coincide conmigo.

—Cuando salí yo, aún rondaban por allí un par de chicas. Supongo que lo sabremos cuando lleguemos al comedor.

Dan se encoge de hombros.

Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora