HERIDAS: CAPÍTULO UNO

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Yo me miraba al espejo mientras hablaba conmigo misma y me sentía inútil. Me odiaba por querer ir a verle sabiendo que fue él quién decidió marcharse y también cuando volver importándole una mierda cómo iba a estar yo.
Abrochaba el botón de mis jeans negros mientras resoplaba.
No iba a ser lo mismo a pesar de que nunca pude olvidarme de su maldita forma de mirarme.
Y he jugado a vestirme de felicidad tantas veces que también me daba miedo mostrar mis sentimientos. No quería que me viera débil porque no se lo merecía.
La de noches que pasé deseando que no se olvidara de mí.
La de noches que eran exclusivamente por y para él.
Y yo os juro que son incontables las veces que se me encogió el corazón al escuchar su nombre.
Y la de veces que tuve que aceptar que hay amores que fueron y que no volverían a ser y que quizás Ben fue el amor de mi vida pero no para mi vida.
Nunca fui capaz de entender porque todo salió tan mal.
Habían pasado dos años y aun temblaba si recordaba cualquier pequeño detalle que me vinculara a él.
Como si estuviera conectada a él. Como si estuviéramos conectados.
Terminé de vestirme y solo quedaba decidir si salir por la puerta y montarme en el coche de Lara o tumbarme de nuevo en la cama y hacer como siempre. Nada.
¿Habría cambiado físicamente? ¿Estaría igual o mejor? ¿Su personalidad sería la misma?
Sentía que iba a quedar con un desconocido.
Sentía que algo iba a ir mal.
Sentía que iba a sufrir.
Pero...
También sentía que merecía todas las respuestas a mis preguntas.
Me merecía saber qué iba a pasar.
Si me quería.
Si me olvidó.
Si volvió para volver de verdad (conmigo).
Si volvió para despedirse (de verdad).

Bajé las escaleras despacio. Asimilando que era el día, era el maldito día.
Lara me miraba desde el coche un poco desconcertada.
Me conocía tan sumamente bien que noté como intentaba ponerse en mi situación.
Sabía perfectamente lo difícil que resultaba para mí pero también sabía que, en el fondo, lo necesitaba.
Abrí la puerta y simplemente nos miramos. Creo que no hizo falta nada más.
Sonaba de fondo Happier de Ed Sheeran y he de admitir que estuve a punto de derrumbarme.
La canción.
El día.
Lo que significaba todo para mí.
Habíamos quedado todos en un viejo Pub-Bar dónde solíamos ir cuando no estábamos encerrados en el colegio.
Todos los amigos de Ben estaban allí. Vi sus motos aparcadas y un coche deportivo color negro mate que desconocía.
Lara aparcó y no me paraban de temblar las piernas.
Ella apretó mi mano como sinónimo a "estoy aquí, contigo" y abrí la puerta del coche.
Entonces me escuché a mí misma decirme que todo saldría bien. Que por peores cosas había pasado.
Intenté tirar de la puerta (y cómo se trataba de mí), tiré hacia el lado contrario al que debía empujar y por poco me la llevo conmigo. Todo el mundo se quedó mirándome y fue inevitable ponerme más nerviosa aún cuando noté unos ojos, en especial, que habían empezado a mirarme.
Me quedé mirando a través de la puerta unos segundos hasta que Lara chascó los dedos en mi cara y me abrió la puerta.
Su pelo lucía más claro. (Irónico, yo me había oscurecido el mío).
Por la ropa que llevaba puesta supe que se mantuvo fiel a los jeans negros y a las camisetas blancas básicas acompañadas del cuero.
Estaba más hombre.
Se veía más musculoso y tengo que admitir que estaba irresistible.
En serio.
Siempre fue un chico sexy pero no puedo describir con exactitud lo que sintió mi cuerpo cuando lo vio.
Y él me miraba mientras se acercaba lentamente a mí.
También lo noté más alto.
Yo me quedé de piedra y pude notar como Lara se alejó de mí para contemplar a la perfección ese preciso momento en el que Ben y yo volvíamos a estar uno frente al otro.
Rodeó mi cuello con uno de sus brazos y noté como la adrenalina subía por mis rodillas al olerle de nuevo.
No había cambiado. Su olor seguía siendo el mismo.
Me besó en la frente y seguido de eso me abrazó.
Y me abrazó fuerte.
Como si nunca hubiera querido soltarme.
Como si hubiera deseado tanto como yo el volver a vernos.
Y yo me quedé ahí. Escuchando como latía su corazón y queriendo que nunca terminara ese momento.
Me miró y sonrió.
"Estas más guapa".
Yo no dije nada y sonreí tímida.
"Gracias por venir".
Y se alejó.
Agarró una cerveza y dio un buen trago.
Me senté un poco desconcertada.
¿Dos años después y es lo único que se le ocurría?
Sí.
Me enfadé.
Estuve allí sentada durante media hora viendo como se reía con sus colegas y no se paraba ni un segundo a mirarme a mí.
Como contaba con orgullo que durante esos dos años viajó a Australia y que estuvo trabajando duro para comprarse el coche negro mate que había aparcado en la puerta.
Y me sentí ridiculizada.
Simplemente me puse de pie, solté mi cerveza con rabia en la mesa (lo que provocó que todos se quedaran en silencio) y me fui.
Salí del bar llena de rabia.
¿Eso era todo?
¿Eso había significado para él?
Estaba harta de mí misma, es decir, me sentía culpable porque algo de mí sabía que podía pasar y me ilusioné creyendo que no.
Pero pasó.
Pasó que pasó de mí.
Y fue así como, sin palabras, dijo todo lo que yo le había importado durante esos dos años.
Nada.

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