14©- Handkerchiefs

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Ruedo los ojos y vuelvo a tirar del brazo de Dante.

-¡Pero que yo no le estoy pidiendo la contraseña del misil de Trump, joder!- brama dando un golpe a la mesa de la secretaria del hospital- ¡Solo le estoy pidiendo dos jodidos minutos con cualquiera de los pacientes!

-¡Y yo le estoy diciendo que no! Ahora, ¡o se va o le juro que pasará la noche en el calabozo!- brama nerviosa la mujer.

-Que me vas a jurar tú a mí...

Le tapo la boca antes de que suelte una tontería que nos hiciera pasar la noche de verdad en el calabozo y tiro de él hasta la entrada del hospital para personas inválidas y con cáncer. 

Doy un salto cuando le suelta un puñetazo a la pared detrás mía. Elevo las cejas y pongo mis manos en sus hombros. Está casi hiperventilando. Si algo he aprendido de este tatuado, es que no lleva muy bien su estabilidad emocional.

La siguiente cosa de la lista de Hannah, era Leerle un libro a un discapacitado. Hago una mueca y le cojo los nudillos en carne viva de su mano derecha. Le fulmino con la mirada y él aparta la suya, avergonzado.

Le doy un beso en la mano y su mirada vuelve hacia la mía.

-Relájate, ¿quieres?- bramo y éste, tras fulminarme un rato con la mirada, asiente- Haremos lo siguiente, tu irás hacia la secretaria, fingiendo pedirle disculpas, ¡pero sin montarla de nuevo!- le advierto y él aprieta la mandíbula- Y yo aprovecharé para subir las escaleras y meterme en la primera habitación que encuentre. ¿Entendido?

Frunce el ceño y abre la boca para decir algo.

Pero parece pensárselo mejor y la cierra, para a continuación solamente asentir.

-¿Qué?- pregunto, elevando una ceja.

Sonríe y como siempre que lo hace, una sonrisa se forma en mi cara.

-Nada, que algo tan macabro y malo no se venía venir de tu boca- dice chinchándome y le doy un empujón para que entre, sin borrar la sonrisa de mi cara.




Maldigo porque no hay ni una habitación sin que algún familiar o doctor esté dentro de ella, acompañando o revisando al paciente.

Doy la vuelta para meterme en otro de los miles de pasillos de este hospital, pero algo tira del libro que llevo en la mano. Me giro de pronto para encontrarme con una niña, con la cabeza rapada, con una bata de hospital y con la mitad de su cara deformada, sentada en una silla de ruedas.

-Hola- sonrío, bajándome hasta quedar arrodillada junto a ella.

Su sonrisa era hermosa, a pesar de las imperfecciones que adornaban su rostro.

-¿Podrías leerme este cuento?- elevo las cejas cuando veo que se dirige hacia el libro que cuelga de mi brazo- Siempre me ha encantado la historia de los tres cerditos.

Sin emitir palabra, ya que me fallaría la voz, asiento y ella, agarrándome de la mano, me conduce a través de los pasillos hasta llegar a su habitación.

Me sorprende que ésta habitación esté pintada de rosa y con muchos juguetes y hasta un armario lleno de ropa. Eso me hace deducir que debe de llevar aquí mucho tiempo. Lo que empeora mi resistencia ante las ganas de ponerme a llorar.

-¿Qué te ha pasado, cariño?- pregunto cuando la levanto de la silla de ruedas y la tumbo en la cama.

La arropo con su manta azul y y ella baja la cabeza, avergonzándose de mi pregunta. Le levanto la cabeza colocando mi dedo índice bajo la barbilla y traga saliva.

-Lanzaron bombas en la aldea donde vivía- susurra, en voz baja, como si tuviera miedo de que alguien la oyese- Mis padres murieron en la explosión, pero yo sobreviví- levanta las manos, como diciendo, aquí estoy.

Aprieto los labios y tras sonreír y limpiarle las lágrimas derramadas, me acerco al lado quemado de su cara, y le planto un delicado beso allí.

La sonrisa que me dedicó, compensó cualquier lágrima que hubiese salido de sus ojos antes. Abro el libro entonces para empezar a leerselo.

Claro que cuando acabo, no dudo en regalárselo.




Cuando me pongo en el sitio de copiloto, me abrocho el cinturón de seguridad.

Dante se mantiene en silencio y no emite palabra alguna hasta que llegamos a un precipicio, desde el cual se ve toda la ciudad de Seattle.

-Adelante- susurra, observándome de reojo.

Yo le miro, intentando transmitir mi falta de entendimiento, pero cuando veo su mirada... la mirada de que no le puedo ocultar nada, me derrumbo.

Siempre fui muy sensible en cuanto al tema de los niños de Siria o de cualquier niño que sufra de alguna maldita enfermedad. 

Las lágrimas eran cascadas siempre que leía o conocía, como minutos antes, a gente así. De pronto, me enojo con el diablo que tengo sentado a mi izquierda, porque lo único que hacía era estar sentado y observarme.

-¿Qué? ¿No me vas a ofrecer ni un jodido pañuelo?- bramo, limpiándome las lágrimas- Desde luego, que tu caballerosidad me sorprende cada día más.

Se queda en silencio, sorprendiéndome, ya que siempre hablaba para no estar de acuerdo conmigo en anda.

Pero la sorpresa me la llevé yo cuando se desabrochó su cinturón, desabrochó el mío, y me atrajo hacia sus brazos. Intento resistirme pero me es imposible. No sé si os a pasado esto alguna vez... No poder resistiros a algo que tenga alguien...  Pero la verdad...

En el fondo prefiero mil veces este abrazo a un pañuelo.

LA LISTA DE HANNAH✓Where stories live. Discover now