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Al llegar por la mañana a la biblioteca, casi me da un infarto.

Sigo con la boca abierta, observando el lugar en frente mía.

Al llegar, me econtré con la puerta abierta y estuve a punto de llamar a la policía, cuando observé a una pareja entrar entraquilos al lugar.

Y cuál fue mi sorpresa al entrar y encontrarme con todo ordenado, sin nada roto. Incluso había más gente que estos últimos dos meses.

Y fue cuando mi mirada se dirigió al mostrar, que mi mandíbula llegó prácticamente al suelo. La anciana de cabello blanco me miró con su vieja dentadura y salió de detrás del mostrador con unas muletas.

-¡¿Marie?!- bramo y algunos me mandan callar.

Me encargué de fulminar a cada uno con la mirada antes de que la anciana llegase hasta mí.

Marie era... bueno, es la bibliotecaria de éste lugar desde hace 30 años, pero justamente al acabar el instituto, el alcalde informó de un accidente de cadera de ésta.

La tuvieron que operar y yo cogí su puesto. Pero no esperé que se incorporara tan pronto y con tanta energía al trabajo. Sinceramente, ni siquiera esperaba que se incorporase.

Me cuenta lo de su operación y orgullosa, dice que está mejor que nunca. Es entonces cuando palidezco y trago saliva.

Yo me paso los días aquí entretenida, para escapar un rato de la loca de mi hermana, de las anécdotas de mi abuela y de mis propios demonios. ¿Ahora qué voy a hacer? No sobreviviré a una semana en casa sin salir.

Ella parece entenderme en cierto modo, ya que me pone una mano en el brazo y me sonríe.

-Cariño, que yo alla vuelto, no significa que tú no puedas volver aquí. De vez en cuando necesitaré tu ayuda en algo- me guiña un ojo y yo esbozo una sonrisa.

Mis ojos escuecen y retiro lentamente su mano de mi brazo.

-Yo... tengo que dar un paseo.

Su mirada aturdida es lo último que obtengo de ella antes de volver a dirigirme hacia las calles ajetreadas de Seattle.

Minutos más tarde, me encuentro desahogándome con la única chica que solía estar antes para mí. Con la única chica que soportaba mis caras de mal humor.

Con la única chica que solía mostrar preocupación por mí.

-No sé qué haré ahora, Hannah- susurro con mi boca sobre la lápida de ésta- La biblioteca lo era todo para mí, y ahora supongo que tendré que pasarme el día junto a mi abuela...

-¿Desde cuándo mi hermana se ha convertido en una psicóloga?

Doy un respingo al escuchar su voz y cuando arrastra su musculoso cuerpo para sentarse en frente mí, intento disimular mi pena rodando los ojos y mostrando indiferencia.

Aunque no se da cuenta de cómo aprieto los puños bajo las mangas de mi chaqueta.

Me limpio una lágrima rebelde y noto su mirada fija en mi cara.

-No llores por cosas pequeñas, no merecen la pena- gruñe- Resérvate las lágrimas para algo grande.

Es entonces cuando le miro de reojo. A veces deja salir cosas que no tienen nada que ver con lo que se supone que debe ser en realidad.

Un chico... ¿malo? Es entonces cuando mira la tumba de su hermana con cierta emoción que me invaden los nervios.

-Sí, hermanita, tienes razón- asiente, como hablando con alguien imaginario y yo no sé si reírme o llorar- Ahora tiene mucho más tiempo libre para poder cumplir las misiones- asiente- Ajá... Haciendo dos misiones al día, lograremos terminar justo el día de la fecha tope- toca la lápia y tras darle un beso, ríe con una ilusión que me resulta enfermiza- ¡Eres un genio, hermanita!

LA LISTA DE HANNAH✓Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt