Capítulo 1

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Mi gato es lo único que me queda en este mundo, era un diminuto felino cuando mi madre y mi padre murieron, no me quedaba familia y servicios infantiles me quería llevar a un orfanato pero escape con mi pequeño gato. La verdad no sé muy bien como murieron mis padres, antes de que me informaran ya había escapado, no quería arriesgarme a que me llevarán como huérfana, me sentiría más sola en una orfanato de lo que ya me siento.

Tengo diecisiete años, mis padres fallecieron cuando tenía catorce; conseguí trabajo atendiendo una cafetería y hasta ahora así he ido creciendo económicamente y ya he alquilado un aparta-estudio, con una cama y un televisor que el dueño de la cafetería donde trabajo iba a botar hace dos años, y aunque no con mucha facilidad puedo conseguir comida para mí y mi gato, este me ha sido fiel, ni en el trabajo se separa de mí. Brant, el dueño de la cafetería nunca colocó problema, a él le encantan los animales y a su pequeña hija, Laurie, también; su madre había fallecido de un tumor en el cerebro, así que es de suponer que su padre la sobreprotegía, aunque Laurie apenas tiene diez años, pero Brant no la deja ni un minuto sola en la casa así que se ha criado en la cafetería.

La cafetería parecía como si le hubiera copiado el estilo a una tienda de “Hard Rock Café”, solo que la cafetería donde trabajo no tiene una cadena de tiendas por varios países, solo es una, “Café Lasse”.

-Elizabeth ve afuera  por las cajas que acabaron de llegar- me mandó Brant. Obedecí, salí y me paré detrás de un camión que había acabado de parquear al frente de la cafetería.

-Hola Eliza, hace tiempo que no te veía- me saludo Carl, el conductor del camión, era bajito y regordete y vestía un uniforme para entregar pedidos; a través de los años habíamos establecido una amistad formal, hasta un punto en que varias ocasiones me había invitado a comer a su casa con su esposa e hijos.

-¿Cómo has estado, Carl?- pregunté en un tono muy jovial.

-Bien gracias- respondió mientras abría la puerta trasera del camión y sacaba unas cajas que tenían grabado “Café Lasse”.

-¿Y tu esposa? ¿Cómo siguió después de su operación de vista?-

-Va mejorando poco a poco, y ¿Nilo?- respondió depositando las últimas dos cajas en el suelo; eran cinco cajas y como siempre me tocaría hacer más de dos viajes para entrar esas cajas pesadas a la bodega de la cafetería. Nilo era mi gato.

-Como siempre comiendo demasiado y dejándome en mi piel rastros de sus garras; me alegra mucho que tu esposa este bien, nos vemos la próxima semana- dije y él asintió, siempre va de prisa porque le coge la tarde. Observe las cajas unos segundos pensando en cuanto me tardaría en entrarlas y como estarían de pesadas.

Después de entrar cuatro cajas a la bodega, fui por la última; la intente levantar pero era más pesada que el resto, suspiré, tomé aire y la logré levantar pero me tapaba la vista, sólo lograba ver hacia abajo, me pareció suficiente. Me guié bien hasta el andén y vi unos tenis grises, pero era demasiado tarde para esquivarlos y caí sobre una persona con la caja.

Me paré en un segundo y retiré la caja del medio.

-Oh cuanto lo siento, no podía ver con la caja- exclame apenada. Me fijé mejor en la persona que llevaba de tenis gris, era un hombre a quien había tumbado.

-¿Me has tumbado?- dijo sorprendido y aturdido al mismo tiempo.

-¿Está bien?- pregunté preocupada por lo que la caída que yo había provocado.

-La verdad no lo sé- dijo mirándome directamente a los ojos. Sus ojos eran tan azules, como el cielo, y su rostro era perfectamente moldeado; vestía una camiseta blanca muy ceñida al cuerpo, pues estaba mojada, su cuerpo era fornido y los pantalones también estaban empapados, pero raramente era solo la ropa porque el pelo castaño claro y revolcado lo tenía seco.

-Estamos en invierno, tú estás mojado y con una ropa muy descubierta para el frio- dije dudando de cada palabra, porque la verdad no sabía que había pasado, la caja no tenía bebidas como para mojarlo.

-¿Dónde estoy?- preguntó mirando su ropa y después a su alrededor.

-En la calle 21, de la ciudad Invar- respondí.

-Invar- repitió en susurro, miró la caja que yo había estado llevando -¿Quieres que te ayude con esa caja?- añadió, yo confundida no sabía que decir pero si lo hacía entrar no tendría él porque aguantar frio y podría ofrecerle una manta o un café, así que asentí.

Cielo Ardiente [COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora