Capítulo 5

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Marco llegó a su antigua casa, todavía al observarla le parecía un tanto fría. Ingresó y en la puerta se encontró con Ramona, su nana, quien al verlo le extendió sus brazos. Al instante, sintió el cálido recuerdo de la niñez, porque ella, prácticamente, lo había criado.

Junto a su brazo, llegaron a la gran cocina. Ramona daba saltitos de alegría, mientras le mencionaba lo guapo que se encontraba, siempre sus palabras iban acompañadas de un gran orgullo. Sus hijos vivían en el norte de Chile, por lo que toda su maternidad la volcaba hacia a él y, claramente, lo disfrutaba.

Del refrigerador sacó un trozo de tartaleta de frambuesa, sabía que era su preferida, siempre mantenía preparada, esperando su llegada. Marco sonrió y se sentó en el mesón, aunque la preocupación de su conversación de la tarde lo mantenía inquieto, lo último en sus prioridades era comer, pero no pudo decirle que no.

― ¿Qué te pasa, Marquito? Te noto alterado.

―Un tanto pensativo, puede ser, pero nada que esto no lo solucione. ―Marco levantó el tenedor, en el cual tenía hincado un trozo de pastel. Ramona lo conocía demasiado y en algún momento tendría que comentarle lo de su posible paternidad. Estaba seguro que lloraría de la emoción cuando lo supiera.

―A mí no me engañas, ¿es el trabajo? ―Ramona se acercó y se sentó a su lado.

―No, es algo personal, ya te contaré —Marco evitó su mirada y se centró en la tarta―. ¿Mis papás?

―Tu padre está en el despacho y tu madre en la terraza tomando el té con unas amigas.

Sintió un escalofrío al imaginar la cara de su madre cuando se enterara de que su hijo sería padre. Pensó inevitablemente que existían dos alternativas. La primera, que se infartara, y la otra que, literalmente, lo desheredara. Pero la verdad, la última de ellas lo tenía sin cuidado.

Pasó por la terraza y de lejos la observó como siempre, compuesta hasta la última línea de su maquillaje, su ropa prolijamente elegida, sus manos perfectamente cuidadas y su cabello peinado como recién salida de la peluquería.

Ella al verlo sonrió, pero de forma controlada.

―Marco, qué bueno que vienes a saludar a tu madre.

―Hola, ¿cómo estás? ―Marco la besó en la mejilla, pero no percibió ningún acercamiento de su parte.

Saludó a sus amigas y se disculpó rápidamente, ya que lo que menos quería era escuchar las últimas noticias de la alta sociedad.

Al pasar por el gran salón, observó todos los muebles intactos, blancos y relucientes. De pequeño tenía prohibido subirse a ellos y bueno, casi no podía ocupar ningún lugar de la casa, debido a que hasta el último cuadro tenía que mantenerse alineado con la estructurada vida de su madre.

Golpeó la puerta del despacho e ingresó. Al entrar, sonrió al contemplar a su padre sentado frente a una pequeña mesa, a un costado de su escritorio, pegando pequeñas piezas diminutas, al parecer, de una réplica de un avión de la segunda guerra mundial. Se acercó con cautela para no distraerlo. Se sentó a su lado, en el gigante sofá de cuero. Al menos, su padre tenía dos metros cuadrados para realizar lo que quisiera.

―Ya está ―su padre dejó el pegamento sobre la mesa y golpeó la espalda de Marco―. ¿Qué te parece? Lo encontré en España, es el último que me faltaba de la colección.

―Creo que tendrás que armar autos ahora. ―Marco sonrió, fijando la vista en el estante, desde el cual se apreciaban todas las figuras confeccionadas a escala.

No es Divertido (Disponible en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora