Capítulo especial: Crónicas de L.

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Durante mucho tiempo, me encontré sumergido en una nebulosa llena de oscuridad, todo me parecía tan lejano y superficial, quienes lograban hacer de mi vida algo más interesante, siempre eran Mello, Near y Watari, pero cuando tuve que irme del orfanato todo a mi alrededor se volvió muy silencioso.

En realidad la última vez que hubo tanto ruido a mi alrededor fue hace siete años, cuando la conocí, cuando la conocí a ella. Ella fue el motivo del ruido constante a mi alrededor, sin embargo nunca había escuchado un ruido tan tenue y sutil como el que ella producía al estar cerca mío.

La primera vez que nos vimos fue por breves instantes, unos instantes tan fugaces que me hicieron pensar que sólo sería una persona más a la que conocería y nunca volvería a ver, sin duda alguna estaba muy equivocado, pues desde el momento en que pude ver esos brillantes ojos, no quise verlos por sólo unos breves instantes, quería más, mucho más.
Para suerte mía, se presentó una nueva ocasión en la que pudimos vernos, que aunque fue bastante trágica para ella, para mí, fue una segunda oportunidad para mirar esos ojos tan singulares; esa ocasión fue en el hospital, donde ella estaba después del asesinato de sus padres.

Cuando Watari y yo llegamos, ni siquiera nos dejaba pasar la multitud de reporteros que luchaban por entrar al hospial para entrevistar a la chica, que iba saliendo de su tercera cirugía a un día después del atentado.
Nosotros nos enteramos de su estado, gracias a que Watari era el único adulto más cercano a una familia, que en esos momentos ella tenía, pues al parecer sus padres y él eran muy buenos amigos, y ella no tenía a nadie más, ya que el mismo día que asesinaron a sus padres, se hicieron públicos los asesinatos de el resto de los familiares que ella tenía en el mundo, dejándola como la única heredera de todos los bienes y asímismo como la última portadora de sus dos apellidos.

Estaba completamente sola, al menos por la parte sanguínea, lo cuál ella ya sabía; fue lo primero que le dijeron en cuanto despertó, antes de dejarnos pasar a verla a Watari y a mí, el ver su rostro de sorpresa a través del cristal y la persiana que tenía la pared de su habitación, fue lo más impresionante que pude haber visto, pues en cuanto el oficial de policía terminó de darle la noticia ella le sonrió amablemente y lo despidió con un movimiento de muñeca, usando su mano funcional. De todas las reacciones que una persona normal podía tener ante tal noticia, esa era la que menos esperaba.

En cuanto Watari entró no quité la vista del rostro de ella, quien miraba atentamente a Watari y asentía algunas veces ante lo que él le decía, recuerdo sentir una sensación extraña en la garganta al verla tan tranquila en su semblante, cuando a través de sus ojos podía ver lo que suponía yo era un leve cansancio, un cansancio que nunca lograré experimentar con tanta intensidad y calma, pero aún con todo eso en su interior, ella sonreía amablemente, y su sonrisa era la más amable, pura y real que jamás le he visto a alguien.

Después de unos minutos esperando afuera, llegó mi turno, Watari había salido de la habitación y me había palmado el hombro justo antes de irse a sentar, dejándome sólo. Yo, justo antes de entrar, la miré de lejos por última vez, miré como ella perdía la mirada en la ventana, como si fuera a salir volando a través de ella en cualquier momento, miré cada parte de su rostro tan pálido, probablemente por la pérdida de sangre o por la falta de descanso, no lo sabía. Entonces caminé hasta la puerta deslizable, la jalé en un movimiento y entré en la habitación.

Ahí estaba, para suerte mía ella no había decidido salir volando por la ventana, pues de ser así habría ido al hospital en vano. En cuanto ella me escuchó entrar nuestras miradas se encontraron, nos quedamos en silencio por varios segundos, sólo mirándonos el uno al otro, probablemente yo era la última persona que se le pasaba por la mente que vendría a visitarla.

De un momento a otro me perdí en sus ojos, así como la primera vez que nos vimos, pude ver ese color reluciente que emanaba de ellos, un color tan singular y extraño, que terminaba por ser el más único que jamás había visto, un color entre miel y dorado que parecía brillar por si mismo. Después de ver tanto esos ojos tan grandes, y buscar una explicación para su brillo, terminé por encontrarme a mí mismo en ellos, vi mi reflejo entre esa estela de luz que seguía cada uno de mis parpadeos, fue entonces que una gota de agua proveniente de uno de los tallos de las flores, que llevaba en las manos, me llevó de vuelta a la realidad.

No dije nada, a decir verdad no sabía qué decirle, no tenía unas palabras de consuelo para ella y en realidad parecía no necesitarlas, así que sólo caminé hasta la mesa que estaba a un lado de su camilla, y dejé las flores sobre la superficie, no parecía buena idea dárselas, tomando en cuenta el estado tan frágil en el que estaba su brazo izquierdo.
Luego me alejé y tomé asiento en una de las sillas que estaba frente a la camilla, donde descansaba su cuerpo, ella no me quitó la vista de encima en ningún momento, pero a diferencia de hace unos segundos, esta vez me sonrió, provocando en mí otra sensación extraña, ahora proveniente de mi estómago al ver el color blanco de sus dientes.

—Gracias— me dijo ella en esa ocasión, fue con esa simple palabra que empezó la primera de una de nuestras muchas conversaciones durante el tiempo que ella estuvo en aquel hospital.

—De nada— agregué yo buscando así que no se extinguiera aquel ruido tan sutil que emanaba de sus labios, ese que quería seguir escuchando a mi alrededor, tanto como quería volver a ver mi reflejo en sus ojos entre esa luz tan singular.

Toda Una Eternidad (Lawliet y Tú)Where stories live. Discover now