A veces, los muertos dejan en su sitio una huella, que aún muertos, no se les deja de mencionar.
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La respiración me empezó a faltar.
No me preocupé al prinicipio. Ésto ya había pasado un montón de veces antes, desde que tuve uso de memoria. Pero antes de poder coger mi inhalador, caí de rodillas al suelo.
Intenté toser, hablar... algo... Pero juro que ni un gemido podía salir de mi garganta. Sentí los latidos de mi corazón bajo mi mano ir disminuyendo.
Era espeluznante. Nunca había sentido tanto terror al sentir los latidos de mi corazón.
El móvil estaba a unos metros de mí. Sobre la mesilla. Llamaría al 911. Vendrían y solucionarían este ataque, como otros muchos. Pero algo me hizo deslizarme en el suelo, hasta coger el móvil.
Pero no para llamar a emergencias. Sino para mandarle un corto mensaje a cada uno de mis amigos. A los que sí se les podía llamar así. Cuando terminé, solamente me quedaron fuerzas para deslizarme en el suelo hasta quedar tumbada, con el sudor frío recorriéndome la nuca y el pecho.
Me llevé la mano justamente bajo mi corazón.
La canción de Aliva, de Sia, empezó a sonar. Una sonrisa logró dibujarse en mi boca. Irónico el momento, ¿no? Mi vista se fijó en el móvil. Alguien estaba llamando, pero mi vista despreocupada voló de nuevo al techo.
Éste era mi momento. Me quedaban tantas cosas que hacer en ésta vida. Pero si ésta decidía llevarme ahora, por algo era.
Y cuando los latidos de mi corazón empezaron a ser uno cada tres segundos, mis párpados se sintieron pesados.
Y mi último aliento, se lo dediqué al destino. Éste siempre decidía lo mejor para nosotros.
