Capítulo 25

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Skyler conduce normalmente por las calles. Yo juego con los botones que hacen que la ventanilla a mi derecha suba y baje, la rubia parece harta de lo que hago y me lo dice, pero no puedo parar porque es divertido.

—¿Puedes ir con ellos sin problemas, verdad? —pregunto para desviar el riño que estaba por ganarme gracias a la ventana.

—¿A qué te refieres? —murmura.

—Puedes acompañar a Jayden y Dane cuando comiencen las vacaciones, ¿no? —aclaro—. Mientras más ayuda tengan, será mejor.

—Claro que puedo. —Volteamos en una esquina llegando a mi casa. Estaciona el auto unos pocos metros alejados de mi vivienda, así mis padres, si es que están despiertos, no nos notarán—. Papá tiene asuntos de trabajo con sus hoteles y no tiene tiempo de pasar las vacaciones de invierno conmigo. Estará feliz si le pido permiso de irme con unos amigos a recorrer el país, con tal de que no me quede en casa sin compañía ni de un insecto.

»Ya conoces a mi abuelo Earle, él es canadiense. Reside en Toronto, pero como ya sabes, tiene su concesionario de autos aquí en San Diego. Podría estar en su casa con los demás, no es ningún problema ya que pocas veces mi abuelo se queda en su hogar, le trae recuerdos de su esposa fallecida. —Hace una mueca—. Mi papá estará un poco más aliviado de que esté allí.

—Wow, tranquila, no pedí que me contaras tu vida —repito las palabras que usó la noche donde fuimos al establecimiento de su abuelo.

Voltea hacia mí con las cejas elevadas y los ojos levemente abiertos.

—Aprendes rápido. —Apaga su auto—. Con el otro tema, solo no quiero ir con ellos y ya. Quiero quedarme a ver cuántos días más de castigo te darán.

Ruedo los ojos y salgo del auto. Con sigilo a travieso el pavimento para dirigirme al árbol. Hubiera sido más fácil si hubiera entrado por la puerta principal, pero no traje mis llaves y no quiero arriesgarme a que alguien esté en la sala pasando el rato, eso me traería más problemas y es lo que menos deseo.

Subo con mucho cuidado el tronco, mi mirada se posa en una cabellera rubia debajo de mí. ¿Qué se supone que hace? ¿Acaso no es mejor irse en vez de seguirme? Evito decir alguna palabra, no es el mejor lugar ni tiempo para mantener una conversación.

Al llegar a mi ventana, doy paso a mi habitación, la ojiverde sigue mi rastro.

—¿Qué haces? —hablo en voz baja.

—¿No puedo quedarme acaso? —murmura dirigiéndose a mi cama y echarse.

—¿Quieres que nos pintemos las uñas y nos maquillemos? —Me mofo de las palabras que dijo cuando vino hace unas horas.

—Sí, ya me voy.

Luego recuerdo que tengo una última cosa que decirle.

—Oye. —Voltea ante mi llamado—. ¿Recuerdas cuando estuve en la oficina del director?

—No hables como si hubieran pasado años. Si mis cálculos no fallan, eso fue hace doce días, claro que lo recuerdo.

—Hay algo que no dije. —Alza una ceja y cruza los brazos—. Aparentemente alguien trata de sabotearme.

—¿Qué quieres decir?

—Que estoy en problemas.

—Summer, sé más clara, me estoy hartando de todo este misterio.

Suspiro.

—El director Dicker me mostró las cámaras de seguridad. —Ella asiente lentamente.

La Curiosidad Mató a SummerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora