05 | Un tratado de paz.

Beginne am Anfang
                                    

—Te lo he dicho miles de veces.

—Bueno, es difícil entenderte si utilizas ese tonito de cabreada.

—Si utilizo este «tonito de cabreada» es porque, sorpresa, estoy cabreada.

—Vaya, ¿en serio? Cuéntame, Owen, ¿qué es lo que te preocupa?

Me muero por darme la vuelta para cantarle las cuarenta. Ahora, encima, tiene la poca decencia de reírse de mí. No quiero perder la paciencia, así que cierro los ojos y cuento hasta veinte. Sin embargo, me sabe a poco y continúo hasta treinta, hasta cuarenta, hasta tres millones.

—¿Puedes dejar de comportarte como un imbécil? —le pido y, aunque parezca increíble, intento no sonar brusca—. Me han castigado por tu culpa. ¿No tienes suficiente?

Espero que replique o se ponga a la defensiva, pero prefiere mantenerse en silencio. Le echo un vistazo a unas partituras que están llenas de tachones antes de guardarlas de nuevo en la caja. Entonces, Alex suspira.

—Solo quiero que respondas —dice, y parece una ofrenda de paz.

Pero la mando a paseo.

—Depende de nosotros, ¿vale? Depende. De. Nosotros. Una vez que esté limpio, podemos irnos. Es fácil de entender. Ahora cierra la boca y ponte a trabajar.

—Menudas garras —comenta, resoplando.

He tenido suficiente. Permito que colme mi paciencia y me giro para lanzarle una mirada llena de desdén. Alex se encuentra al otro lado del cuarto, arrodillado junto a un baúl enorme. Cuando veo lo que sostiene en las manos, el cerebro se me parte en dos. De pronto, no sé si enfadarme aún más o echarme a reír.

Porque estaba hablando en sentido literal.

—¿Para qué querrá la señora Toole esta cosa? —pregunta al aire, examinando una de las garras con detenimiento. Parecen hechas a mano, con un material parecido a la goma eva. Pasados unos segundos, levanta la cabeza y me mira—. ¿Crees que serán suyas? Puede que las use para asustar a los de primer año o algo así.

Desconozco el motivo, pero, cuando quiero darme cuenta, estoy riéndome. La situación es realmente surrealista. Sin embargo, acallo mis carcajadas en cuanto noto que me está mirando. Es evidente que no se esperaba que reaccionase así. Me vuelvo para seguir sacando cajas de mi estantería.

Pero es demasiado tarde, porque no va a dejarlo pasar.

Pasados unos segundos, me dice:

—Deberías hacerlo más.

—¿Qué? —inquiero, frunciendo el ceño. Estoy mirándole de nuevo.

Alex me señala con un dedo.

—Reírte. Deberías reírte más. No lo haces muy a menudo.

El ambiente se ha vuelto incómodo. Por alguna razón, se me ha pasado el enfado y lo que menos me apetece ahora mismo es hablar con él. Al final, me rindo con la estantería y, ignorando su comentario, paso a ordenar unas cajas que hay junto a ella; pero resulta que también están llenas de partituras. No sé si Dodo les tendrá mucho aprecio, pero no pienso perder el tiempo ordenándolas.

Me levanto y agarro la caja. Planeo colocarla junto a la puerta para que la llevemos al sótano más tarde. Sin embargo, cuando me doy la vuelta, choco contra un cuerpo que ha aparecido de la nada. Todas las partituras caen al suelo. Alex suelta una palabrota.

Quiero gritarle, pero me resisto. Pienso en qué me diría mamá. «Actúa con amabilidad. Sonríe y siempre actúa con amabilidad».

Necesito varias toneladas de paciencia ahora mismo.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWo Geschichten leben. Entdecke jetzt