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Cuando Manuel abrió la puerta de la habitación, el reloj en la pared marcaban las 2:15 de la madrugada. Me preguntaba nuevamente que "reunión" era tan importante como pasarse más de 8 horas en ella. Si es que de una "reunión" legal se trataba. Estaba segura que no. También estaba segura que Manuel no era tan estúpido como para ponernos en peligro a mi y a Manu. Sería ya bastante escándalo para su pulida reputación.

—Anahí ¿estás despierta? —hice el no haberlo escuchado— vamos, tu respiración te delata.

—¿Que quieres? —escupí amargamente sin abrir los ojos.

—Saldremos en 3 horas.

—¡¿Que?! —me incorporé de golpe. Manuel caminaba de un lado a otro con el móvil en la oreja y el ceño fruncido. Se veía preocupado.

—Ya me oíste.

—Si, pero.. ¿Por qué? ¿Que ha pasado?

Temía que fuese algo de su "reunión" algo grave, algo ilegal...

—Inconveniente en México que debo solucionar. Tranquila.

Mi cara denotaba pánico. Ni estaba tranquila y tampoco me la creí.

—¿Algo malo?

Me acalló con la mano mientras pronunciaba al móvil un «Dime» con voz grave antes de dirigirse a las puertas que daban a la terraza y desaparecía de mi vista. Quise seguirlo y escuchar lo que diría pero sería algo estúpido por mi parte.

Miré a mi hijo dormido a mi lado con pesar y odié hacerlo pasar por todo esto.

Para cuando Manuel entro de nuevo trató parecer indiferente, pero yo conocía sus reacciones. Su sudor en la frente y su puño apretado denotaba que algo le preocupaba.

—Manuel.. ¿Por que haces esto? —susurré. Él me miró y su irá aumentó.

—Anahí, no estoy para preguntas estúpidas ¿vale? Tampoco veo que deba preocuparte. Los lujos que te doy te hacen feliz.

—Los lujos no me hacen feliz, Manuel —susurré, indignada.

—¿Ah, si? ¿Y para que seguías conmigo? —me enfrentó con risa burlona. Quise darle un puñetazo.

—Realmente te creía buen hombre. Realmente creí que te importaba el pueblo y tu familia. Lo de la imagen que querías proyectar a los demás hasta me pareció buena idea para darte un lugar y ganar confianza, pero más ingenua no pude ser. Solo era una tapadera.

—Me impresiona lo mucho que tardaste en darte cuanta, Anahí. —rió, negando con la cabeza— La política es sucia. Nadie juega limpio, aprende eso. No soy la excepción. No soy el primero ni el último. Y te digo una cosa... —se acercó a mi, yo retrocedí cubriendo a Manu de él— tengo más poder del que podrías imaginarte. Más vale y no hagas cosas estúpidas ¿si?

Una rabia bullía dentro de mi. No podía creer que le había dado a este hombre 5 años de mi vida. Que había sido tan ciega y tan estúpida de creer que era una persona honesta y trabajadora, que le importaba su pueblo a cargo. ¡Vaya! Él muy idiota mentía a la gente, me chantajeaba con exponerme a mi y a Poncho y, además de eso, estaba metido en las drogas. Eso último me hacía preguntarme si alguna vez las había consumido.

Si, de hecho, las tuviese en nuestra casa, cerca de Manu... La sola idea me provocaba nauseas y mucha, mucha ira.

Me levanté de la cama se un salto y la chispa de la adrenalina de encendió en mi. Alce la barbilla y lo enfrente. La rabia actuó por mi, y sin controlar mis actos los empujé con una fuerza que no sabía que tenía.

—¡¿Si no, qué?! ¿eh?

Manuel se sorprendió por un momento ante mi arrebato, pero esa expresión quedo atrás en segundos. Estaba rojo. Furioso. Fuera de si. Que me atreviera a empujarlo fue algo estúpido y lo comprendí cuando se abalanzó hacia mi y me tomó por el cuello.

—Si no...

Estaba fuera de si. Yo no podía respirar. Sentía que me desmayaría en cualquier momento. Comencé a aruñarle las manos y los brazos, pero no parecía surgir algún efecto. Quizá ya estuviese morada, por que Manuel soltó un poco el agarre.

—Suel... Suel ta me..

—¿Te haces ya una idea de las consecuencias, querida? —alzó una ceja.

—Ma.. Manuel..

En ese instante Manu comenzó a llorar y yo cerré los ojos, a punto de derrumbarme. Manuel gruñó con fastidio y me soltó del cuello, pero me tomó del pelo girandome.

—¡Haz que se calle!

Estaba mareada. Mi vista estaba nublada y sentía que en cualquier momento todo se tornaría negro. Como pude me arrodillé en la cama y tomé en brazos a mi hijo.

Y todo pasó de repente.

Unos fuertes golpes en la puerta paralizaron a Manuel, que me soltó y retrocedió con ojos como platos. No entendía nada y Manu no dejaba de llorar mientras trataba de calmarlo, era en vano. Oí a Manuel mascullar algo y luego un fuerte:

—¡Policía! ¡Abra la puerta!

Siempre Serás Tú. Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt